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Música

La noche con Sinead O'Connor

'Algo me decía que aquella mujer eran muchas mujeres incomprendidas. Y Nueva York es tan inmensa que me perdí pensando en lo irremediables que resultan las noches sin dinero': así recuerda el autor a la artista dublinesa fallecida este miércoles.

La Habana
Juan Pin Vilar y Sinead O'Connor, Nueva York, mayo de 1992.
Juan Pin Vilar y Sinead O'Connor, Nueva York, mayo de 1992. Cortesía del autor

Seguramente, aquel Nueva York ya no es el mismo. Entonces coincidían en East Manhattan algunas parejas de mujeres estadounidenses y cubanos que habían vivido en el edificio Focsa, en el barrio habanero del Vedado,  que coreaban, de noche, de juerga: "Focsismo o Muerte".  Entre todos nos contábamos historias tardías que llegaban por carta, varios meses después de ocurrido casi todo. Yo vivía en Winston Churchil Building —no sabía que building quería decir edificio— y la gente se reía cada vez que yo mencionaba mi dirección.

A pocas cuadras, quedaba el apartamento del pintor Arturo Cuenca, amigo al que frecuentaba, casi como un ritual. Él pintaba la serie Mart-ir imaginando rostros y gestos reflejados en las ventanas de los altos rascacielos. Encendía y apagaba lámparas regadas por el suelo del pequeño estudio. A cualquier hora del día, andábamos a pie. Nunca pudimos satisfacer el deseo de estirar la mano y gritar, como en las películas: "¡Taxi! ¡Taxi!", montarnos y decir: "Chofer, siga ese auto".

Fue una primavera dura. Pero Nueva York era una ciudad habitable, lúcida, con rezagos del glamour de los años 30, en la que todavía existía el Yankee Stadium.

Como tenía muy poco dinero, pasaba varios días sin salir a la calle. Una noche llamó Lynn Geldof, la hermana de Bob Geldof, el rockero irlandés al que se le ocurrieron los conciertos Live Aids, para invitarme a la presentación de su libro The Cubans, en el bar irlandés Siné. El libro contenía entrevistas a personalidades de la cultura cubana que testimoniaban sus recuerdos fantasmales de La Habana. Cuenca era uno de ellos; quizás el más joven.

Recuerdo que, al fondo del bar, sentada frente a la puerta del baño, reconocí a Sinead O'Connor. Le pedí al camarero que nos presentara y Cuenca empezó a protestar: "No estás en Cuba. Eres un maleducado". Pero aquellos ojos verdes me importaron más que la educación.

Realmente, uno sale de Cuba con demasiadas carencias como para dejar pasar un instante como ese. Un rato más tarde, se nos unió un fotógrafo inglés amigo de ella y los tres salimos a beber en otro bar. Cuenca no quiso acompañarnos. Por alguna razón, Sinead conversaba despacio, esforzándose porque la entendiera. Yo tenía veinte y pico de años y estaba sentado delante de una mujer, así que no me importaban ni el idioma, ni las intenciones. Enseguida comprendí que aquella muchacha estaba en problemas. Hasta esa noche, yo pensaba que todo el que era famoso era feliz. Qué podía ofrecerle un habanero desconocido, a una muchacha que salía frecuentemente en MTV.

El fotógrafo inglés nos dejó solos y consideré todos mis comportamientos. Sé que la pude besar, pero no me atreví. Ni siquiera lo intenté. Algo me decía que aquella mujer eran muchas mujeres incomprendidas. Y Nueva York es tan inmensa que me perdí pensando en lo irremediables que resultan las noches sin dinero. Me sentí tan contento, que olvidé todo el protocolo que resulta de beber y huir de las responsabilidades y la invité a La Habana. Asombrada, me preguntó dónde quedaba ese lugar.

Enseguida pretendí describirle el paraíso y mencioné al IRA. Su expresión cambió. En aquella época yo pensaba que todas las guerrillas eran una. Pero la verdad es que no estaba preparado para lidiar con personas de mundo, cuando menos, del mundo que no es real dentro del mundo. Creo que subconscientemente, una parte de mí se reveló delante de ella. Sinead volvió a preguntarme dónde quedaba La Habana, y le dije que al doblar de Nueva York.

Se echó a reír. Parecía la primera vez que estaba feliz en mucho tiempo. Estoy seguro de que en algún momento me lo dijo. Lo que sí conseguimos fue pasárnosla muy bien. Cuando regresó el fotógrafo inglés, llegó el silencio incómodo. Nos despedimos. Ella rozó mis labios con los suyos.

Tal vez si aquella noche no nos hubiéramos ido cada cual a dormir en barrios diferentes, mi hija Lucía no se pareciera tanto a ella.

Adiós Sinead. Nada se compara contigo. Nadie se compara contigo. Ni siquiera Nueva York.

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5 comentarios

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Profile picture for user Panchopepe

Jineteo cultural. Asi Europa le abrio las piernas, perdon, las puertas a muchos cubanos.

Caray, brother, te perdiste tremenda noche de locura con la Sinead. Como dice el Sabina "no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca sucedio".
"Nothing Compares to U" fue mi himno por un tiempo. Nadie lo ha cantado mejor que ella.
Descanse en paz esa alma sufrida.

entonces le diste un piquito a Sinéad brother? 😀

Mi querido Juanpin!!!! Una de las personas con más don de gente que he conocido en mi vida. El estudiante más popular del Saúl Delgado, el tipo con más labia del Vedado y barrios adyacentes.
En aquellos tiempos, su flacura era extrema. Con los años, las libritas ganadas incluso hasta le han beneficiado.
Conocía la historia, contada por él mismo hace pila de años y la doy por cierta.
Juanpi, como lo llamábamos, no es el típico cubano parlanchín. Es un tipo inteligente, culto y que sencillamente cae bien lo mismo a un delincuente, a un catedrático, que a un artista, aún más si es mujer.
Muchos años después de haber salido del Pre, coincidimos en una guagua y nuestra conversación trató sobre las últimas novedades de películas. Comprobé que el Juanpi me llevaba años luz en cultura cinematográfica.
Hace más de 30 años que no nos vemos, pero estoy seguro que si ocurre, me encontraré casi al mismo Juanpi hablador y simpático de hace 40 años.
Si lee éste comentario: Juanpi, un abrazote socio.

Asi se habla los demas se fueron por la vulgaridad.