Dan fe los periódicos dominicanos de la presentación de la obra Candela con la actuación de su director mismo, Jazz Vilá, la pasada semana. Al unísono, la pieza se ha presentado en cartelera en el cine La Rampa, en La Habana, con bastante éxito de público.
Desde hace diez años el actor Jazz Vilá decidió impulsar un teatro comercial en Cuba, y lo ha conseguido: a sus obras va el público de los espectáculos de humor, el público de pulóveres de Messi, de los celulares encendidos. El teatro comercial en Cuba, por otra parte, tiene sus raíces en la tradición vernácula (borrada por la revolución) que puede coexistir perfectamente con el teatro irrentable. Sus recursos suelen ser los de la comedia realista. El público suele pedir referentes inmediatos a lo que vive. En el caso de Cuba, estos referentes deben contener o sugerir al menos alguna crítica política.
Es curiosa la experiencia, en este sentido, con Candela, porque a pesar de que la obra evita bastante las alusiones sobre las carencias materiales, las mentiras de la prensa, la ineptitud de los funcionarios… el público hace lo imposible para buscar el sentido político a cualquier chiste. Bastaba con que la protagonista dijera que tenía poco café, o que no había petróleo en su interior, para que los espectadores se deshicieran en vítores y carcajadas. La palabra "cambio" también suele ser muy celebrada. Hacer reír en un teatro donde la gente ha venido con ese propósito, se ha vestido con ese propósito, ha cogido una guagua con ese propósito, no es tan difícil.
Las tres primeras partes de la obra fluyen bien: la pareja de actores produce bien el estilo de barrio cubano que gusta tanto, la interacción directa con el público funciona correctamente para mantener la atención. Tiene algunos chistes ingeniosos en la historia del personaje Candela, que es una historia de simpáticos fracasos, que sirve bien a la catarsis.
El problema está cuando se ponen solemnes. En un momento determinado de la obra, el personaje Candela cambia su chispa criolla para convertirse en una especie de sermoneador, de animador del noticiero, de llorón de programas didácticos. Del discurso un poco enrevesado que produce, se deriva que quiere elevar la circunstancia de vivir en Cuba y que nos animemos a hacer algo productivo con ella.
En algún momento climático del sermón nos damos un inmerecido aplauso por habernos quedado en la Isla (obviando el hecho de que para muchos esto es una mala pasada del destino). Ante las dificultades con que tendremos que lidiar gracias a nuestra decisión de quedarnos, se nos conmina a luchar con persistencia y creatividad. A no buscar culpables. La perdedora e insistente Candela, que hasta ahora ha sido causa de alivio (porque el público no ha fracasado tanto como ella), pasa a ser espejo nuestro, o peor: ejemplo nuestro, estandarte de la voluntad que debe guiarnos pese a cualquier revés a los que aquí permanecemos.
Esta condescendencia provoca varias preguntas. ¿Qué necesidad había de convertir una obra ligera, que quiere vender, en un panfleto sentimental?, es una de ellas. Encuentro que bien puede tratarse de otro recurso que sigue el propósito mercantil: bien manejada, una situación lacrimógena en una pieza atrae tanto el favor del público como el humor —he ahí la millonaria audiencia de telenovelas y canciones románticas—. Así es que la voz entrecortada, los ojos aguados de Candela y su lección hacia nosotros, puede ser un gancho más que nos recrea. El problema es la impostura, que ocurre cuando se trata de pasar por reflexión solemne y profunda un acto más de entretenimiento, que, desinteresado del problema real que le ocupa, solo ofrece como alivio o máscara un par de emociones.
El entusiasmo de Candela, queriéndolo o no, termina afiliándose al discurso de otro gran desinteresado en el tema de nuestro bienestar, el androide-presidente, quien, desde sus manjares y casa con piscina nos convoca a "resistir con creatividad" ante los embates del destino. No debemos indagar mucho en el origen de nuestro destino esquivo, eso sí, porque llegaríamos a la mala gestión de su gobierno. Como Candela, debemos seguir la vida a partir de lo que se nos da.
La comedia y el divertimento de inspiración mercantil son de rancio abolengo en el teatro. Pueden sobrevivir sin escándalo. No se objeta aquí la frivolidad sino el fraude, el acto de vestirla de lágrimas y sollozos para ocultarla.
Esa boina, tan roja como la visión del Che. 😂