El Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas (IPVCE) Vladimir I. Lenin de La Habana —o Escuela Vocacional Lenin, como también se le menciona—, sigue siendo hasta hoy el centro educacional de referencia para estudiantes de bachillerato en Cuba. Gran parte de los jóvenes que ingresan a los centros universitarios de la capital proceden de esa institución. En su calidad de centro interno, desde los años 70 y hasta la actualidad, cada edificio de la Lenin ha visto transitar numerosas generaciones de estudiantes cuyas historias de vida no dejan de compartirse en los grupos dedicados a esa institución en las redes sociales.
Las amistades conquistadas que duran toda la vida, el recuerdo del primer amor, las experiencias en el aprendizaje docente, las bromas a profesores, las tensiones durante las pruebas finales, el trabajo productivo en las tardes, el deporte, los graduados que ya no están, otros que han optado por el camino del exilio…: la memoria afectiva tiende a promover una cita con el pasado, aunque se interponga la distancia de por medio.
Por lo regular, en esos grupos de Facebook o Whatsapp dedicados a reagrupar los egresados de las escuelas vocacionales de Cuba, en cualesquiera de las promociones, la nostalgia es el sentimiento más frecuente cuando una foto olvidada en el tiempo permite la magia del recuento, no importa que la escuela haya venido a menos.
Tal vez es en su condición de antiguos egresados de la Lenin que los realizadores Roberto Santana y Saul Ortega decidieron homenajear al gestor principal de esa institución, el arquitecto Andrés Garrudo Marañón (1936). Su documental El arquitecto y la escuela (2020) tiene el propósito de saldar una deuda cultural: conocer a Cuco, como también se le nombra a este profesional nonagenario del que muy poco se habla, divulgar su impronta profesional, y acercarlo a todos los que de una forma u otra se resisten a borrar de la memoria los recuerdos y las experiencias de vida en ese plantel educativo.
El carácter biográfico del documental persigue la indagación en la historia personal del entrevistado: su primera infancia en un pueblo del interior de Villa Clara, progenitores, primeras inclinaciones profesionales hasta su posterior traslado a La Habana donde matricularía Arquitectura en la Universidad. La influencia de los arquitectos de entonces, algunos muy renombrados en la capital y seguidores del floreciente estilo monumental moderno, fue la carta de presentación con que Cuco inició sus trabajos como arquitecto profesional en obras por encargo, mayoritariamente demandadas por el sector privado.
A partir de 1959, solicitado por el Ministerio de Educación, mantuvo a su cargo la remodelación de los cuarteles militares de la dictadura batistiana para convertirlos en escuelas, hasta que en 1969 recibió el encargo de presentar un proyecto de escuela vocacional que sería, como novedad, la ampliación de la existente, conocida como Escuela Vocacional de Vento de La Habana, que graduaba apenas 50 estudiantes por año.
Entre 1969 y 1971, con la aprobación del anteproyecto, fueron construidos 21 edificios correspondientes al nuevo plantel y más tarde estarían a su cargo, en este orden, las vocacionales de Santa Clara, Holguín, Camagüey, Matanzas y Santiago de Cuba. Más tarde los institutos pedagógicos, la remodelación de la clínica de Miramar, el Centro de Inmunoensayo y hoteles en Cayo Coco y Varadero, entre sus obras más importantes.
A pesar del desaliño en la edición y de su estilo convencional, el documental de Santana y Ortega se recibe bien, pues a fin de cuentas en la emotividad del gesto descansa todo su valor como texto fílmico de interés para la historia de la arquitectura educacional en Cuba. Cuco reconoce que es la Lenin su obra más importante, aun cuando desde el punto de vista constructivo, a mi juicio, el sistema empleado para ello —me refiero al sistema Girón— carezca, con mucho, de cualquier atractivo. Es por lo regular, el sistema estandarizado que el Gobierno en la isla oficializó para levantar numerosas escuelas urbanas y rurales en Cuba durante los años 70 y 80.
Me parece excelente que a este arquitecto le hayan hecho un homenaje, pero a él deberían informarle también cuánto ha quedado en el olvido otra de sus obras más importantes: la Escuela Vocacional Antonio Maceo, en Santiago de Cuba. Es tal el grado de deterioro de esta instalación, que ya no sirve a los propósitos con las que se creó, y ahora es pasto de la depredación y el saqueo de las comunidades vecinas. Las fotos publicadas en las redes sociales han desatado las alarmas, la indignación y el enojo de quienes fueron sus estudiantes, en su mayoría, dispersos en muchas partes del mundo y en la propia Isla.
He conocido que la Vocacional de Santiago ha trasladado sus actividades al Instituto Mariana Grajales, en la zona este de la ciudad, pero los edificios originales hoy permanecen despedazados por la desidia, el abandono y el desinterés de las autoridades locales en reparar tamaña obra constructiva. Las causas que aceleraron su deterioro se desconocen, y a pesar de los reclamos de estudiantes y profesores antiguos, ni una nota se ha explicado en la prensa oficial.
Al menos hay constancia del esfuerzo de sus graduados para iniciar una campaña de movilización para recuperarla. Alguien debiera contarle a Cuco que la Vocacional de Santiago merece mucho más un documental.