En una misma semana Stolen Fish es recomendada por la revista VICE entre los diez documentales más radicales para ver en el Sheffield Doc/Fest de Inglaterra, The End of the Season se estrena en competición oficial del Festival Palm Springs (EEUU) y The Pawnshop va al Doc In Progress-Eastern Promises del Festival Karlovy Vary, en la República Checa. Estos tres documentales tienen en común que su montadora es la cineasta cubana radicada en Polonia Adriana F. Castellanos.
Cuéntame cómo es que llegas a estudiar cine en la Escuela de Wajda en Varsovia.
La verdad que, aunque siempre admiré al maestro Wajda, quien me llevó a esa escuela fue otro cineasta: Marcel Łoziński. Lo conocí dos años antes de mudarme a Polonia. En el festival de cine documental de Tui, una ciudad pequeña muy linda de Galicia. Durante cinco años consecutivos estuve participando en un grupo creativo de retrato filmado organizado por el Festival de Tui. Uno de esos años se hizo una retrospectiva de Marcel Łoziński y él fue a conversar sobre su obra. En una cena del Festival me dio su tarjeta con la dirección de la escuela porque yo le dije que me había conmovido mucho su trabajo y quería ser su alumna. Pero me advirtió que imparte las clases solo en polaco y que era un idioma imposible.
¿Qué te conmovió del cine de Marcel Łoziński?
Me fascinó la manera provocadora con que interviene la realidad y a su vez, espera pacientemente a que la realidad le devuelva lo que él está buscando. Marcel habla siempre en sus clases de abrir la realidad para poder extraer la verdad simplificada de lo que queremos contar. ¡Es un genio! Łoziński es un cineasta de la misma generación de Krzysztof Kieslowski, tal vez menos conocido internacionalmente ya que se dedicó solo a hacer películas documentales o más bien, películas que navegan entre el documental y la ficción. Un cine simple pero poderoso. Al descubrir su cine tuve la intuición de que irme a vivir a Polonia sería como viajar al futuro de Cuba.
¿Cómo fue el choque cultural, el salto de dimensión?
Al principio mi sensación con el idioma era como si escuchara el ruido estático de una emisora que no sintoniza. Recuerdo que en mi primer año en Varsovia me sentaba en los parques a conversar con las personas mayores para aprender polaco. Yo solo sabía decir mi nombre y que soy cubana y me quedaba escuchando sus historias, y poco a poco fui comprendiendo lo que hablaban.
Aprendí muy rápido la palabra pomarańcze, que significa naranjas. Muchísimas veces, cuando decía "Jestem kubanką" ("Soy cubana"), me comenzaban a hablar de unas naranjas que llegaban desde Cuba en el periodo comunista. La palabra Cuba les recordaba las naranjas más sabrosas que habían probado en su vida.
Nunca me atreví a decir que yo no recuerdo haber comido naranjas buenas en mi país. No quise derrumbar esa ilusión, siempre les brillaban los ojos cuando hablaban de aquellas naranjas dulces llegadas del Caribe. Creo que esas naranjas me conectan con la idea de futuro...
¿En qué sentido?
Pienso en generaciones enteras de nuestro país que pusieron su vida al servicio de un proyecto social con la misma ilusión, con la que recibían en Polonia aquellas naranjas maravillosas de sus camaradas cubanos del Bloque Socialista. Cuando le hablé a mi mamá de las naranjas, me dijo que tal vez eran las mismas que ella recogía en su escuela al campo en Catalina de Güines.
¿Cómo hiciste para postular a la escuela, cómo fue aquella experiencia, tus estudios?
Mi plan era presentarme el primer año a los exámenes del Máster para hacerme una idea de cómo eran las entrevistas y prepararme mejor para el año siguiente. Para sorpresa mía me aceptaron a la primera… La escuela tiene un programa que es para adolescentes, y apliqué a ese curso con diez años por encima de la media. La entrevista de postulación fue muy divertida; creo que lo único que logré decir con claridad fue: "Yo quiero hacer películas pequeñas".
Los profesores de ese curso para adolescentes ahora son mis amigos, cineastas que también admiro, y un tiempo después me dijeron que cuando los profesores del Máster le preguntaron que tal mi entrevista ellos le dijeron: "Ella no entendió nada de lo que le preguntamos, y nosotros entendimos poco de lo que ella quiso decir, pero estuvo una hora hablando polaco y tiene tantas ganas de estar en esta escuela que hay que dejarla entrar".
Después de estar cinco meses en ese curso intensivo para adolescentes, donde grababa el sonido de todas las clases y regresaba a mi habitación para transcribirlas, logré fabricarme una idea en polaco de lo que quería defender en la entrevista del Máster y así fue que empezó la aventura.
¿Cómo fue la primera clase con el maestro Andrzej Wajda?
Éramos un grupo de 18 alumnos y Wajda hacía preguntas a los alumnos al azar. Yo tenía mucho miedo de que me preguntara, porque sabía que los nervios me iban a traicionar y claro... la última pregunta fue directo a mi.
Antes de responderte debo aclarar que, en polaco, cuando se habla con personas de respeto, hay que decir siempre señor, además que las conjugaciones son diferentes a cuando hablas de tú. Wajda me dijo: "Szczszczszcsrzcszscz" —similar a una emisora radial buscando sintonizar— y yo que estaba muy nerviosa, le respondí con aguaje: "Oye espérate ¿puedes hablar más despacio?".
Entonces Wajda repitió molesto: "Szczszczszcsrzcszscz", y yo le rogué que me usara palabras simples, pero él no me entendía, y me dijo aún más alto: "¡Szczszczsz!" La situación se tornó incómoda hasta que un profesor le dijo al oído: "Señor Wajda, ella es cubana, hay que hablarle más despacio, no más alto".
En ese momento Wajda me miró como si hubiera caído un meteorito en la sala y me dijo sorprendido, muuuuy despacio: "Pero, ¿qué hace una cubana aquí? Señorita, yo solo quisiera saber si usted prefiere filmar una ciudad grande o una ciudad pequeña".
"Una ciudad pequeña", le respondí. Ese día se despidió de mí al final de la clase diciéndome: "Los polacos tenemos la dificultad de que para comunicarnos con el mundo tenemos que aprender otro idioma. Y usted para hablar con nosotros está aprendiendo polaco. Estamos por ello agradecidos. Eso le abrirá muchas puertas".
Wajda fue un hombre de una generosidad extraordinaria. Ese día comprendí porqué todas las personas con que me ponía a conversar en los parques, me escuchaban con tanta atención, como si tuvieran para mí todo el tiempo del mundo.
¿Te lo cruzaste en alguna otra oportunidad?
Lo veía a cada rato en la cocina de la escuela. Wajda y Łoziński fueron los fundadores de esa escuela, y cuando la imaginaron, los dos decían que el lugar más importante de la escuela sería la cocina. Con una mesa bien grande para compartir ideas.
Muchas veces me pasa cuando trabajo de montadora, que las decisiones más importantes de montaje las tomo mientras cocino.
¿Qué especialidad estudiaste?
En la Escuela Wajda me gradué en la especialidad de Dirección. Tuve el lujo de contar con la tutoría de Marcel Łoziński y la producción del Estudio Wajda para terminar Dos islas, un documental que estuve filmando con mi abuela durante cinco años.
¿Cómo te volviste montadora?
Montadora me fui haciendo por el camino... Las primeras herramientas del oficio las aprendí en Cuba en la EICTV, en un taller de montaje en 16mm con Julia Yip. Años después, en el Máster de la Escuela Wajda, además de producir nuestras propias películas, nos involucrábamos en sesiones de visionado de otros proyectos y a mí me era más fácil, en lugar de hablar, montar para mis colegas las propuestas que tenían en mente.
Aprendí a defenderme usando puro lenguaje cinematográfico, sin ornamentos ni explicaciones de lo que quiero transmitir. La primera película que monté en polaco fue un documental en el cual solo se observa una conversación entre una madre y una hija en el transcurso de tres años. Mi colaboración en esa película fue idea de Marcel Łoziński. Yo tenía mucho miedo de que mi nivel de polaco no fuera suficiente. Cuando compartí mi miedo con Marcel me dijo: "Por eso mismo te propuse, tú no vas a prestar atención a las palabras".
Que buena decisión enfocarse en el valor extraverbal de ese diálogo. Supongo que para el idioma ya contaba con la directora y supo lo que tú podías ofrecerle al proyecto. ¿Cómo fue el proceso? Se estrenó? ¿Cómo se titula?
Disfruté muchísimo esa película. Creo que ahí está condensada toda mi experiencia de vida de los primeros años en Polonia. Ese intento de entender las emociones a través de las miradas, de gestos muy pequeños, de los silencios entre las palabras. Exactamente como dices. Tenía largas conversaciones con la directora Julia Staniszewska. Ella me explicaba lo que estaban intentando comunicar y hablábamos sobre lo que yo sentía. Muchas veces decían lo opuesto de lo que yo estaba sintiendo, a veces las palabras suelen traicionar lo que sentimos, y ahí ubicamos el corazón de nuestra película.
La premiere internacional de Three Conversations on Life fue en DOK Leipzig, en Alemania. La sala estaba repleta, y recuerdo que me emocioné muchísimo al descubrir cómo funcionaba la película. Nunca sabes si una película realmente funciona hasta que no se enfrenta con el público. Yo siempre muero de miedo en ese instante.
Ese fue mi primer trabajo profesional como montadora. Ese día pensé mucho en mi familia en Cuba. Después de cuatro años viviendo en Polonia tuve por primera vez la sensación de que todas las renuncias y sacrificios tenían sentido.
Me comentabas sobre una reflexión que hiciste el día del estreno de esa película.
Trabajamos con nueve horas de filmación de conversaciones muy fuertes. Hubo un momento que me hizo llorar cuando visionaba sola todo el material filmado. Usamos esa escena al final de la película. Nueve horas de disputas sobre ideologías, sobre creencias, sobre maneras de ver el mundo... sobre diferentes formas de pensar que separan familias y solo tres minutos le es suficiente a un movimiento de cámara para desmontar todas esas tensiones.
Fuera de todo pronóstico, los dos niños llegan a la casa durante la filmación y hacen un caos, saltan, corren, juegan, y puedes ver a una abuela desbordada de felicidad. Ni la abuela ni la madre cambian su punto de vista durante la película, pero el amor sin palabras se sobrepone a todo.
Creo que podríamos dedicarle un encuentro solamente a ese documental y sobre todo para seguir hablando de Cuba, de Polonia, y de ese extraño vínculo cítrico entre ambos países, pero solo nos queda tiempo para preguntarte sobre el futuro de Cuba.
Estos ocho años viviendo en Varsovia me han devuelto la confianza en la capacidad que tenemos de cambiar, de evolucionar. Cuando pienso en el futuro de Cuba, pienso en un proyecto de sociedad nuestro, que incluya proyectos personales diversos y se deshaga de los gastados discursos totalitarios. Una Cuba donde podamos sentarnos todos a la misma mesa y conversar desde nuestras diferencias. Y estaría muy bien también sembrar muchas naranjas dulces.
Wajda fue uno de mis directores favoritos durante mi adolescencia. En particular, Cenizas y Diamantes siempre ha estado entre mis peliculas preferidas.
Esta entrevista es un diamante en medio de las cenizas.
Felicidades para Quintela y en particular, felicidades a Adriana, un ser de otro mundo. Que siga cosechando exitos y que pueda disfrutar de muchas naranjas bien dulces en su vida.
Admirable. Esta generación de cineastas y las entrevistas que Carlos Quintela está publicando son una serie fascinante. Finalmente el cine cubano comienza a tener otra dimensión menos provinciana. Sigo esta serie con mucho interés, gran respeto y optimismo: ninguno de estos muchachos cuenta con el ICAIC, no están quejándose ni llorando: buscan, luchan, crean, aprenden polaco, se van a buscar temas que retratan lo alucinante de un país que, de no ser por ellos y gente como ellos, va a terminar completamente carente de historia, porque los medios locales y la mal llamada educación socialista la borran o la distorsionan sistemáticamente. Muchas gracias!
El compañerito Descemer debería de leer esta entrevista, sobre todo lo que concierne a las naranjas dulces cubanas, él que dice que por culpa del "bloqueo" no podía tomarse un juguito , creo que de piña, pero da igual, el único bloqueo existencia en la islita es el del desgobierno.