El cine de Alejandro Alonso Estrella es un oasis dentro de la cinematografía de la Isla. Es un cineasta pinareño que ha sabido nutrirse de una realidad cubana muy distinta a la de muchos de sus colegas documentalistas. Sus películas son universos propios. Cualquiera de ellas está a salvo del secuestro político que tanto afecta a nuestras narraciones. Estuvimos hablando del gremio del cine, de su búsqueda artística y de su más reciente documental.
Me gustaría saber qué piensas de la falta de intercambio intelectual que existe entre los cineastas cubanos, la gente del gremio.
He estado cercano al mundo de las artes visuales y los artistas plásticos tienen el pretexto de las exposiciones al menos una vez al mes para verse y "chocar". Nuestro medio no ayuda en ese sentido. Cuando asistes a una proyección de un colega casi todo el mundo sale corriendo para no tener que hablar con el "otro".
Es un poco triste en ese sentido. Somos muy evasivos y por eso es que es tan difícil tener un espacio para generar fricciones, para pensarnos. Y cuando se hace, es para hablar generalmente de producción, censura, apoyos, pero nunca para debatir sobre las ideas políticas y estéticas que emanan de nuestras películas. Esto es casi impensable.
¿Crees que esos debates artísticos se evaden conscientemente?
No sabría decir. Pero la realidad dicta que no se tiene ese tipo de debates. Han quedado reducidos a la crítica y a especialistas. Sería muy provechoso sobre todo para nuestra generación pensar en nuestras búsquedas y obsesiones, en los por qué. En cuáles son nuestras proyecciones. Y sobre todo cuáles son nuestras debilidades. La Muestra Joven, con algunos de sus espacios, siempre estuvo generando este tipo de debate donde puedes también escuchar al público.
Cuando uno se enfrenta por primera vez a un coloquio en un festival extranjero le cae encima el mundo. Todavía es impensable que en Cuba el publico tenga voz, que alguien se pare en un cine y le haga una pregunta a un director o directora. Ese simple gesto habla mucho del país y de sus cineastas. El coloquio ha sido eliminado. Entonces las películas no tienen un eco inmediato, se proyectan y pocas veces se devuelve algo desde el otro lado de la sala.
En cuanto a las reuniones entre cineastas, han quedado limitadas exclusivamente a tiempos de censura. Parece que hay un botón rojo que alguien presiona cuando censuran una nueva película y todo el mundo debe salir corriendo a ver qué pasó... pero en otras circunstancias estos encuentros son impensables.
¿Recuerdas algún coloquio fuera de Cuba que te gustaría compartir? ¿Alguna pregunta que te marcó o tal vez, alguna que se repitió en más de una ocasión, en más de un festival?
¡¡¡Hay de todo por esas tierras!!!
Desde preguntas muy incómodas, hasta otras llenas de los estereotipos más básicos. Acompañar mi película El Proyecto fue muy revelador en ese sentido. Ayuda a entender qué idea tiene el extranjero del cine cubano. Cuáles son sus expectativas. Mucha gente salía muy frustrada de las proyecciones, en varios sentidos. Algunos me comentaban que no parecía una película cubana, otros fueron buscando gente bailando y feliz, querían una película que les transmitiera esa alegría que tuvieron cuando estuvieron en Cuba. Querían el sabor tropical.
Esto, son situaciones muy específicas, pero existen y se van repitiendo. Y cuando chocas con eso por primera vez se te activa una alarma. ¿Cómo debe ser una película cubana del siglo XXI? ¿Cómo dialogar con este tipo de público que ve la esperanza de "entrar en calor" en una película cubana, que quiere ser arropado por "el calor de la Isla"?
¿Cómo debe ser una película cubana del siglo XXI según tus criterios?
No hay manera de arriesgarme a responder esa pregunta… Debieran parecerse a este siglo, que ha estado desde el inicio al límite. Muchos creían que no pasábamos el cambio de milenio y ahora volvemos a estar en una situación parecida donde nos replanteamos como humanidad. ¿No deberíamos hacer lo mismo con nuestra mirada? Encontrar otra esquina hacia donde mirar.
¿Hacia dónde tu olfato de cineasta te incita a mirar?
Intento alejarme siempre del centro. Moverme por los bordes. Darle la vuelta a la cámara y ver qué me devuelve el mundo cuando lo pones al revés. Hay que buscar una esquina en sombra desde donde se pueda "jugar" con el centro. Así me es más emocionante. Me gusta mucho la idea de explorar esos límites, alejado de los grandes temas del momento.
Casi siempre busco mis historias en esa "periferia". Hay mucho que aprender de la humanidad que desprenden esos recovecos. Por eso prefiero filmar en Pinar del Río, en la Sierra Maestra, en Bahía Honda. Ahí encuentro una Cuba que se reinventa constantemente.
Cuéntame un poco más de esa Cuba que evita que se te empañe la mirada.
La respuesta está en las personas que te vas encontrando en ese camino. Las personas son la clave. Te abren a situaciones y experiencias que te obligan a destruir tu zona de confort. Experiencias que están a las espaldas a esos grandes temas que tanto nos obsesionan y que seríamos incapaces de guionizar.
Hace unos meses tuvimos ese tipo de revelación cuando filmamos en Bahía Honda una película sobre un desguazadero de barcos. La primera semana hicimos un casting dentro de la cabina del capitán de un barco abandonado. Entrevistamos a una veintena de desguazadores buscando nuestro protagonista.
Todas las ideas con las que fuimos a filmar fueron desechadas en tres horas. La mayoría de esos hombres aman su trabajo, y encuentran en el acto de desguazar un acto de liberación y camaradería. Es impensable para nosotros que alguien ame estar ocho horas metido entre fuego, metal y humo por un salario muy básico. Ahí tuvimos una lección de humildad que nos hizo replantearnos nuestra mirada. La película tuvo que cambiar en ese punto. Entonces la vida condiciona la forma de tu película, tanto estética como políticamente.
¿Cómo descubriste ese mundo, cómo hiciste para introducirte en él? ¿Qué ideas desechaste? Es decir, ¿cuáles tenías en mente antes de esa revelación que me comentas?
Lo descubrimos por internet. Alguien había filmado un videoclip entre los barcos. Esa industria no tiene límites, es una plaga. Fuimos haciendo varios viajes y tuvimos mucha suerte de tener acceso a la empresa. Fue un intercambio muy provechoso. Hicimos un video institucional a cambio del acceso total a sus espacios.
Desde que vi la primera foto del desguazadero pensé que sería lo más cercano a estar en el infierno, puede ser dantesco. Y desde esa posición empecé a escribir el proyecto. Durante el rodaje esa postura se fue dejando detrás y empezamos a acceder a una idea más lúdica de ese espacio. Esos hombres solos pueden enfrentarse a un trabajo, que por momentos es inhumano, desde el juego constante. No paran. Y eso nos abrió a una dimensión que nos resultaba impensable y que fue permeando toda la película.
La burocracia es una de las mayores limitaciones que tiene el cine cubano, la tramitación de permisos para los rodajes. Un obstáculo con el que los cineastas cubanos hemos aprendido a lidiar. Sinceramente creo que a la vez que pujamos por una ley de cine, fondos, etc. deberíamos también concentrarnos en esta otra batalla. Filmar en nuestra tierra es nuestro derecho. Entiendo que se deba tramitar, ocurre en todos lados, pero estoy en desacuerdo con la prohibición o con la incertidumbre que se tiene cuando todo un equipo de producción está a la espera de esos permisos durante meses. En fin, para no irnos del tema, sabiendo que estos permisos han sido tu talón de Aquiles cuéntame cómo fue esta etapa en tu último rodaje.
Para mí fue increíble que en este proyecto saliera bien. Hubo un trabajo de producción impecable, que esquivó todo paso en falso y logró ese acceso a la empresa estatal. En una Cuba ideal las empresas estatales deberían tener una política de transparencia y acceso ante los medios. Criticamos a EEUU, pero solo un país tan plural como ese ha hecho posible la obra de un cineasta como Frederick Wiseman, que ha diseccionado cada una de las instituciones de su país. Aquí es impensable ese tipo de cine.
Si de repente tuvieses en Cuba las libertades que Frederick Wiseman encontró en EEUU, ¿cuál de esos agujeros negros de nuestra sociedad —de los que aún no se tiene registro— te gustaría filmar, diseccionar?
Durante el servicio militar, tuve que hacer guardia durante una temporada en una prisión. Filmar ahí sería un reto para mí en todos los sentidos, sobre todo a nivel humano. Esa sería una película posible.
También me gustaría retratar el servicio militar de un recluta. Todo su proceso. Sobre esas zonas no hay luz. He encontrado algunos videos en internet de reclutas que ahora tienen móviles y se filman todo el tiempo. Hasta reconstrucción de películas bélicas he visto en esos videos.
Me resulta fascinante las posibilidades de esos universos. Pero, ¿quién accede a esos espacios? Ojalá en la Cuba del futuro esas barreras se disuelvan.
En una entrevista que le diste a Carlos Lechuga mencionaste: aprendí a encontrar y medir esa distancia tan frágil que nos separa del sujeto filmado. ¿Qué me podrías decir respecto a esta idea que ha sido motivo de debate en el género documental?
Creo que las distancias varían entre cada película. Por suerte no hay una unidad exacta para medir esa cercanía. Va mutando y exigiendo que te desplaces. No tienes la misma postura al filmar a un muchacho de 18 años en la Sierra Maestra que al retratar a un minero de 86 en las Minas de Matahambre. Tienes que desaprender constantemente. Y eso da mucho temor a la vez que te impulsa a encontrarte nuevamente.
Esa distancia, en el caso del documental, se basa en un pacto ético. Cada cineasta está dispuesto a llevar la situación que filma a un determinado límite, que responde a su carácter y convicciones. No existe un manual ético para el documentalista y eso ha hecho posibles películas como The Act Of Killing (Joshua Oppenheimer y Christine Cynn), que se mueve en esos limites.
En tu caso. ¿Cómo defines ese límite?
Nunca lo sé. Por eso siempre intento retratar personajes con los que siento mucha conexión y en los que encuentro alguna experiencia que nunca he tenido. Por eso con Carlos Lechuga hablaba de este tema refiriéndome a Velas y el retrato a mis tíos abuelos.
No le haría a un desconocido lo que no estoy dispuesto a hacer con mi familia. Ahí está mi límite. Entender eso me da mucha libertad. Esa distancia ética va dando forma a la película y ayuda a generar esa intimidad y cercanía que para mí son tan importantes.
No quiero olvidar que trabajo con personas y no actores. Hay una falsa premisa que detesto, donde se proclama que lo más importante son las películas. No lo comparto. Sobre todo, cuando el público mayoritario de esos documentales va ser el europeo, que siempre mira desde su comodidad y privilegios. Las personas no pueden ser un medio para lograr un fin. ¿Qué sentido tendría?
Cuéntame un poco sobre tu nueva película.
Bahía Honda es el lugar de reposo final para muchos barcos. Un cementerio. La relación de esos monstruos de metal con los desguazadores está siempre al límite. El Pitufo, nuestro protagonista, lleva tres años desguazando barcos. Detrás de su aparente fuerza, descubrimos un ser extremadamente sensible y que tiene una conexión muy especial con la muerte. Él nos va revelando lo más profundo de la bahía. A medida que se desguazan estos barcos la película va mostrando también sus entrañas, y abriendo su proceso. ¡Por ahí va la cosa!