Flying Pigeon, dirigida por Daniel Santoyo, premio Coral al Mejor Cortometraje en el 41 Festival de Cine de La Habana, nos hace spoiler de lo que será el futuro de la nueva generación en Cuba.
La película condensa en su título un objeto de deseo (Flying Pigeon es la marca de una bicicleta china), y el deseo de más de una generación: emigrar para salvarse.
La última imagen de la película muestra un descampado bajo la lluvia y a cinco jóvenes que dan vueltas en torno a su trofeo: una Flying Pigeon robada. Las reflexiones que provoca este final —de los más potentes en el cine cubano de los últimos años— son profundamente desalentadoras. No hay celebración entre los pandilleros. Asistimos a la rutina de unos jóvenes que han encontrado en la delincuencia un incentivo para existir.
Daniel Santoyo nos enfrenta a un relato ya empezado. Nos obliga a entender qué ha sucedido. Entrar a media res en la escena inicial activa al espectador. Es evidente que, en la narración, como en la vida, el tiempo es oro. Por el diálogo, sabemos que Javier y Roberto son dos sobrevivientes de nuestra sociedad que han encontrado una manera de ganarse la vida: roban fasteres.
Mario Guerra y Milton García están en peso con sus personajes, los interpretan con la soltura de aquel dúo fantástico de Jack Lemmon y Walter Matthau, solo que en una versión más marginal. Ambos son uno solo, pasado y presente, un ladrón con dos cabezas. García es un actor que, al gesticular, deja claras sus intenciones. Primero el cuerpo, y luego la voz, traducen sus emociones. En contraste, la experiencia de Mario Guerra le permite encaramarse sobre sus personajes hasta quebrarlos, para luego disfrutarlos con la soltura y la tranquilidad de un Joe Pesci.
Daniel Santoyo presenta a su dúo con un dolly-in. El plano inicial es una sabia elección para comenzar esta película de partners. La imagen de ambos actores se engrandece mientras la cámara se aproxima, es el momento para conocer al aprendiz y al experimentado. El dolly-in descubre también el lateral de un edificio de microbrigadas que se volverá paisaje de la trama. El escenario nos sitúa en un ambiente más propio del cine postcomunista que del habitual de la cinematografía cubana. Flying Pigeon parece estar rodada en Georgia. Hay un ambiente del Este que se transpira en la acción y en la elegancia con que fueron registrados entornos y personajes.
Hay un flow de la Cuba postcomunista, esa que el Gobierno se niega a reconocer. Una nueva generación de cineastas ya se asoma a ella, y Daniel Santoyo está a la vanguardia.
Tras la escena inicial, Santoyo hace hincapié en el rostro de unos jóvenes que juegan fútbol mientras una pregunta flota en el aire: ¿qué futuro les espera? No se ve ningún semblante que no genere incertidumbre, el último de ellos tiene la mirada totalmente perdida.
Manuel Romero es otro de los actores que componen el elenco. Es el dueño de la bicicleta e interpreta a esa generación pisoteada por los cuatro costados. Su personaje recibe una llamada que lo hace abandonar su apartamento en plena madrugada. Esto le cambiará la vida. A la salida del edificio se encadenan las dos tramas. La de los ladrones con la del dueño de la Flying Pigeon. La tercera, la subtrama de los pandilleros —que encapsula el sentido de la película— se nos presenta después de la primera escena y se retoma al final, a modo de epilogo tras una magistral y larga conversación entre Javier y Roberto sobre las habilidades de Messi y Cristiano Ronaldo.
El guion de Flying Pigeon funciona con la precisión de una catalina de bicicleta: da la sensación de que, entre escena y escena, un pasador uniese todas las unidades de acción de la narración. Todo engrana, incluida la música, que vagamente recuerda la del cine del director danés Nicolas Winding Refn.
No sé si el Gobierno lo sabe, pero el cine cubano llegó a la era post-comunista. Y Flying Pigeon es la prueba.
En general, en el cine cubano se siente respeto hacia lo viejo. Hay una obediencia cinematográfica que se replantea aquí. Al ver la película sentí que el cine joven le va a dar la espalda a ese paternalismo que nos ha atrasado.
Daniel Santoyo tiene la destreza para ser un grande, pero en el camino tendrá que actualizar su mirada. Aún habrá que esperar un poco para que el joven cine cubano deje de depositar en sus viejos personajes el único nicho de sabiduría.
En los años 90, como parte de las medidas del Gobierno para aliviar la crisis de transporte, miles de Flying Pigeon fueron asignadas a ciudadanos. Desde la desintegración de la URSS, mucho se ha pedaleado en la Isla.