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Cine

'A media voz': un diálogo de dos y de muchas vidas

Con esta entrega, el cineasta Carlos Quintela inaugura una columna sobre cine en DIARIO DE CUBA.

Madrid
Patricia Pérez (izq.) y Heidi Hassan, galardonadas en el Festival Internacional de Cine Documental de Amsterdam.
Patricia Pérez (izq.) y Heidi Hassan, galardonadas en el Festival Internacional de Cine Documental de Amsterdam. DDC

Estrenada como In a Whisper la semana pasada en el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA) y galardonada como mejor documental del certamen —algo insólito para el cine cubano—, A media voz seguirá su recorrido en el Festival de la Habana, la próxima semana.

Reprogramada desde su coronación con tres pases más de los previstos, A media voz, ya cuenta con más de ocho exhibiciones tras su estreno mundial, y con más de 50 festivales de los cinco continentes reclamando su selección. Sin embargo, en Cuba, será exhibida en tanda única el próximo 11 de diciembre, a las 3:00 pm, en el Cine 23 y 12 del Vedado.          

No tengo nada en contra del Festival de la Habana, pero no entiendo el diseño de programación de su competencia oficial documental, que confina a los 21 documentales de su selección —en un supuesto Estado socialista sin ataduras al mercado— a una sala de cine de solo 1.492 lunetas y una única exhibición. El día de la proyección de A media voz, no solo quedarán en la calle el grupo de festivaleros que no consiga entrar, sino también el cine independiente y la cultura nacional.

En tiempos de whatsapps y de la ligereza que traen consigo los sentimientos expresados a través de emoticones, A media voz, un documental concebido por Heidi Hassan y Patricia Pérez, nos sumerge en una honesta y deliciosa correspondencia audiovisual que desentona —sabiamente— con la velocidad de nuestros tiempos. En alrededor de 80 minutos y una decena de video-cartas, Heidi y Patri, como suelen llamarse las realizadoras-intérpretes, consiguen un relato híbrido cuya mayor pretensión es hablarse desde el corazón, entre amigas.

Cuando A media voz comienza, lo primero que atrapa mi atención es el sonido de unas moscas. Es la primera sensación de extrañeza, el primer signo de incomodidad. Generalmente ese tipo de repulsión inconsciente —que también podríamos llamar vulnerabilidad— a una nueva realidad, está muy ligado a la percepción del migrante que no ha conseguido renacer en su nuevo entorno. En A media voz ese dolor afecta directamente a sus realizadoras, quienes han tenido la valentía de compartirlo. Es fuente de creación para ellas, y quizás un rasgo del cine hecho por mujeres.

La práctica o exposición al dolor es un síntoma de la desmasculinización narrativa que está viviendo el cine de hoy, y que Heidi Hassan y Patricia Pérez han conquistado en su documental. La complejidad del mundo femenino tiene muy poca exploración en el cine cubano (esto lo digo solo como alerta), y el documental A media voz es la evidencia de un cambio.

La utilización de la voz en off es otro de los recursos en el que descansa la narración del documental, usado como vehículo para traducir en palabras cómo operan las mentes de sus protagonistas. Confesiones en torno a la creación cinematográfica, el desarraigo y la no maternidad, son temáticas que las cineastas comparten a través de sus reflexiones, archivos personales e imágenes ficcionadas. Se trata de una conversación entre diferentes poéticas cinematográficas en cuya última etapa de montaje colaboraron la guionista Xenia Rivery y la editora Diana Toucedo.

Cuidadosamente elaborado por ambas realizadoras es también el diseño sonoro —parcialmente simbólico—, decidido en conjunto con su colaborador habitual Sergio Fernández Borrás. En él el estilo de cada realizadora se vincula a uno de los cuatro elementos de las cosmogonías tradicionales, asociando al mar con Heidi y al viento con Patricia.

Hassan y Pérez Fernández no esperan a que nadie las filme, esa necesidad vital de estar juntas les fuerza a girar la cámara hacia ellas y a convertirse en las protagonistas de una película a la que suman también a sus amigas, amigos, familiares, parejas y escenarios de esa Europa que se ha ido convirtiendo en parte de sus vidas.

Patricia partió primero, ella es capaz de imaginar por lo que Heidi está pasando y, a modo de roadtrip en dos tiempos (pasado y presente), hace un recuento de lo que fue su vida antes que llegara esa primera video-carta de Heidi. Y se detiene cuando lo cree prudente en lo que fueron sus días sin la compañía de su amiga de la infancia.

Hassan es reflexiva, vertical y esgrime sus imágenes con la libertad de quien está haciéndole una carta a su mejor amiga. Las reglas de ese juego las deciden ellas, nadie más interviene. ¿Quiénes son? ¿Cómo piensan? ¿Qué desean? ¿Para qué filman? ¿Cuál es su relación con Cuba? Dos mujeres cubanas en vísperas de sus 40 años comienzan a darle cuerpo a esa gran diáspora que expande las fronteras del cine cubano.

A media voz podría verse como dos grandes close-ups a las mentes de sus protagonistas. Tras la primera carta de Heidi y la respuesta de Patricia, el pacto entre ambas (en mi opinión demasiado respetado) comienza a engendrar este bello documental autobiográfico, que preferiría llamar película híbrida, con lo cual se expanden las posibilidades que ofrece el género documental y se le da también espacio al cine de ficción. 

Heidi Hassan y Patricia Pérez han construido un filme con el que pretenden reconstruirse muy lejos de la piscina habanera donde compartieron clases de natación en la infancia. Porque abandonar el país no es solamente cambiar de contexto, de idioma o apropiarse de códigos que te son ajenos, sino que conlleva a una fractura más profunda. Las dos realizadoras conocen de lo que están hablando, ambas abandonaron la Isla y es con esa experiencia que erigen su cine y consiguen sumergir al espectador en un elegante viaje de reinvención de dos mujeres migrantes que van comprendiendo que emigrar es volver a nacer.

Producida por Matriuska Producciones, Perspective Films, PCT Cinéma & Télévision, y la cubana Claudia Calviño, de Producciones de la 5ta Avenida, recomiendo que este documental sea visto en la gran pantalla. El viaje entonces será mucho más intenso.

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