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Cine

El melodrama y los dictadores

Un dictador bielorruso, un dictador cubano, dos festivales de cine y, en medio, un excelente melodrama brasileño.

Madrid
Carol Duarte en un fotograma de 'La vida invisible de Eurídice Gusmão'.
Carol Duarte en un fotograma de 'La vida invisible de Eurídice Gusmão'. ELDIARIO.ES

El filme brasileño La vida invisible de Eurídice Gusmão concursa en el Festival de Cine de La Habana y se estrenó en Minsk, el pasado mes de noviembre, en la clausura del Festival de Cine de Listapad. Esa noche fue entregado el Premio del Presidente de la República de Bielorrusia, instituido por el propio presidente Lukashenko, que fue a manos de un director chino.

Alexander Lukashenko,  en el poder desde 1994, fue el único diputado del Parlamento bielorruso que votó en contra de la disolución de la Unión Soviética, en 1991.  Según sus palabras, otorgó el premio a la película So Long My Son? (Hasta siempre, hijo mío), de Wang Xiaoshuai, por el humanismo y la espiritualidad de su cine, pilares ambos de este melodrama ambientado en la República Popular China y sobre la política del hijo único instaurada a finales de los años 70.

Al parecer, el filme chino conmovió profundamente al dictador bielorruso.

Este viernes prefiero centrarme en el melodrama La vida invisible de Eurídice Gusmão, magistralmente dirigido por Karim Aïnouz y censurado torpemente en los medios oficiales en Brasil según declaró su actriz Carol Duarte, pero no quería pasar por alto la capacidad que tiene el género melodrama para conmover incluso a uno de los tipos más duros del Este.

Los gobiernos normalmente le temen a las farsas, es de los géneros teatrales que encuentran más difícil de entender. Sin embargo, los melodramas pueden calar más hondo de lo que uno cree, y esto me lleva a pensar en lo que podría provocar La vida invisible de Eurídice Gusmão en el homólogo cubano de Lukashenko, si acaso llegara a verla. ¿Sorprenderá Miguel Díaz-Canel con la entrega de algún premio durante la clausura de este 41 Festival de Cine de la Habana?

Igual que en el documental A media voz, de las cubanas Heidi Hassan y Patricia Pérez, estrenado con fuertes ovaciones en el cine 23 y 12 y del cual me ocupé la semana pasada, en La vida invisible de Eurídice Gusmão dos mujeres intercambian correspondencia. Las actrices Carol Duarte y Julia Stockler interpretan a Eurídice y Guida Gusmao, que en un momento de sus vidas fueron separadas por los prejuicios de la sociedad patriarcal del Río de Janeiro de los años 50.

Karim Aïnouz consigue dotar a sus personajes de una complejidad psicológica y de una libertad interpretativa que es más propia de la vida que del cine. En esta película se siente la libertad y confianza con que el director dotó a su elenco. Es en esa compenetración en donde, tanto sus personajes como el director, alcanzan su estado de gracia.

La vida invisible de Eurídice Gusmão es una película sobre cómo los prejuicios sociales —que entre otras cosas son la imposibilidad de entenderse de otra manera— pueden sabotear los destinos y sueños de la gente. La dimensión fílmica de este filme no está en lo que pudo ser la vida de estas hermanas, sino en lo que aún se puede hacer para que las mujeres de estos tiempos puedan elegir su propio destino.

Una escena me vuelve a la mente: Euridice metida en una bañera vacía, medianamente borracha, observa por primera vez, riendo, el pene de su esposo. Un momento brillante que enuncia la futura vida de Eurídice y su relación con ese nuevo instrumento, que deberá aprender a tocar si quiere mantener vivo su sueño. Haciendo uso del humor, la actriz Carol Duarte resuelve con desenfado la situación dramática y sale ilesa de esta extraña escena de sexo que podría entenderse como la puerta o el umbral que existe entre ella y la sociedad de la que formará parte.

A través de Eurídice y de su historia logramos acceder, sentir y analizar las injusticias que la sociedad infligió a toda una generación de mujeres brasileñas. Sin embargo, aunque estamos hablando de una época pasada en la que no podías divorciarte y si eras mujer tus padres te casaban, una época en donde la revolución sexual y la píldora anticonceptiva no existían, podríamos estar hablando asimismo de nuestra época, de la Cuba que pisaremos a la salida del cine. Pues cabe el ejercicio de mirar con detenimiento dónde están los equivalente de aquellas injusticias, que ahora le hacen la vida imposible a tantos cubanos.

Adaptar para esta película el melodrama folletinesco de Martha Batalha no solo habrá significado para su director filmar a sus personajes en un decorado atractivo, sino acercarse a la moral que habita en esos personajes.  Me encantó de esta película su humor, la fragilidad y fuerza de sus personajes, y la ternura con la que visibiliza la vida invisible de Eurídice, Guida y toda una generación a la que nunca se le dio voz.

La vida invisible de Eurídice Gusmão podría ganar el Premio Coral de La Habana como también podría ocurrirle a alguna película cubana. Sería una feliz coincidencia si esto sucediera. Pero todavía más feliz fuera —haciendo un paralelo entre Minsk y la Habana— que el día de la clausura del 41 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano algún cineasta del patio se manifestara tal como lo hiciera aquel cineasta bielorruso al que vi alzar su voz para denunciar, delante de todos y en presencia del presidente, la censura que sufren los artistas en su país.

¿Se imaginan que algún cineasta se expresara públicamente contra la injusticia que infringe el Decreto 349 sobre los artistas en Cuba?

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