"Si hubiera caminos —cito al visionario José Antonio Saco en Memoria sobre la vagancia en la isla de Cuba—, los hombres que no encuentran acomodo en un lugar, y que por lo mismo, son una carga para la sociedad, podrían trasladarse con prontitud y pocos gastos a otro paraje, donde se les proporcionase alguna ocupación. Si hubiera caminos… —y por caminos refiérase también a la metáfora de la posibilidad o vías de desarrollo— Caminos, pues, caminos, y entre los inmensos beneficios que nos producirán, uno de ellos será el de disminuir la vagancia".
Estas palabras me venían a la mente una y otra vez mientras observaba la exposición de Juan Carlos Alom y Alejandro González, Líneas de deseo, en la Galería Servando; si hubiera caminos…, pensaba.
"Líneas de deseo" se le llama a esos senderos procurados por las personas fuera del diseño urbanístico. Son esos trillos como rizomas, las venas alternativas para llegar más rápido, aunque angostos y enyerbados, al fin, deseados. Alejandro González supo de la transgresión poética de esos caminos, supo que muchos son devorados por la propia naturaleza y que otros se abren de manera sospechosa. Querría trazar un mapa, me imagino, con todos esos atajos que existen o no, solo es cuestión de saber por dónde ir.
Juan Carlos Alom, en cambio, se va por otro pasaje, igual de espinoso y arrevesado, la visión de las personas (camino profundo), muchas cercanas a él. El viaje, la emigración, el cambio, la fuga, son otras formas de líneas de deseo; y este fotógrafo recoge en una película de 16mm el reencuentro con muchos de los amigos que se salieron de la topografía nacional. Se fueron, y regresan de vez en cuando por otros trillos, porque el camino de ida ya la tierra se lo tragó.