Yo noté esa cierta dureza, de pasar de la suavidad de las circunferencias a los vértices de las estrellas. En su exposición personal, Marco A. Castillo se convierte en el decorador de su casa. Un diseño de alto estilo que evoluciona en sus formas. Las piezas, de madera y rejilla, dispuestas en su mayoría en las paredes, surcan los años 50 y 60. Son la representación de la exquisitez personalizada, de una individualidad productiva que pasó, con la entrada en los primeros años de la Revolución, al acoplo de un solo ideal, a una estética rígida y controlada. No obstante, quedó, a pesar de la masividad creativa, un modernismo en la arquitectura y el diseño imposible de borrar.
Se trata de una politización, y es que en Cuba hasta una lámpara Sputnik tiene un alto contenido político. Se trata de un problema de clases, de la idealista igualdad de clases. Se trata de todas las circunstancias políticos-sociales, las transformaciones estéticas y estilísticas que desaparecen al autor. La megalomanía de un ideal y la chapucería de un lamentable resultado. Factores que atentaron, que de alguna manera carcomieron aquellas facciones prerrevolucionarias.
Abel González, el curador, quiso hablar de esta otra historia, que al final es otra historia dentro de "lo moderno". Una de las tantas rarezas de la historia cubana, pues qué es si no lo cubano, particular y seductor.
Marco A. Castillo me comenta que se inspira en la gráfica revolucionaria. Instinto de diseñador, pienso yo. Pero no es una parodia ni un remake, hay aquí un simple deseo de diseñar con los gustos de las generaciones que ha vivido el artista. Es, en fin, su historia.