El brigadista, película realizada en 1977 por Octavio Cortázar y protagonizada por Patricio Wood, cuya trama refiere a la campaña de alfabetización hecha en el país en 1961, cuenta la historia de un adolescente alfabetizador, de procedencia urbana, que llega a un pequeño pueblo en la Ciénaga de Zapata. Allí no solo tendrá que habituarse a un medio natural que le es ajeno, sino que deberá vencer la intransigencia de algunos de los habitantes del lugar, que se niegan a ser enseñados por un "barbilampiño".
Con guión de Luis Rogelio Nogueras y el propio Cortázar, El Brigadista se inserta en la larga lista de cintas cubanas de esos años, cuyo objetivo era ilustrar las epopeyas de la aún joven y venerada revolución. Nadie imaginaría entonces que 37 años después, la filmografía nacional distara tanto en contenido y forma de aquello argumentos entusiastas que conformaban la mise en scène de la justa sociedad prometida.
La promesa se quedó en los eslóganes, y el cine, como todo arte, es reflejo de su tiempo. Desde los 90, la mayoría de las películas cubanas, casi todas coproducciones, son un archivo testimonial de la realidad: diferencias sociales, deseo compulsivo de abandonar el país, corrupción, hambre. A menudo se ha acudido al facilismo de las críticas superfluas, los chistes manidos y los argumentos escatológicos, pero al menos recientemente, se ha transitando de la comedia costumbrista a la tragedia contemporánea.
Por estos días las salas de estreno del país exhiben Conducta, del director Ernesto Daranas. Se trata de una película que marcará un hito en la historia del cine cubano; por primera vez, la intrepidez del filme no reside en la temática que aborda —aunque ella no deja de ser la coartada perfecta para exorcizar demonios encubiertos—, sino que su valor radica en que es, de punta a punta, una película sincera.
El director de Los dioses rotos desenmascara el desamparo cotidiano, muestra las instantáneas de esos barrios habaneros que no aparecen en los catálogos turísticos. Le sube la parada a su ópera prima, con la que se lanzó al ruedo osadamente. Y aunque en aquella oportunidad tampoco hizo concesiones, ahora regresa sin ningún tipo de edulcorantes, desde una historia cruda que nos grita: no nos dejemos engañar, la realidad siempre supera a la ficción.
Conducta no es más de lo mismo. No apela a tesis complacientes, coloca el dedo en la llaga sin sensiblería. Pone a la vista La Habana oculta en los discursos, con su urbanismo decadente, su facha cutre y harta de basura. Con una fotografía de tonalidades sepias y una adecuada banda sonora, nos recuerda que no es un melodrama gentilicio, que es apenas una historia contada, aunque concebida desde la legitimidad: no hace más que tejer la dramaturgia de los ya tan ajados conflictos familiares, de una sociedad en crisis, de la miseria nacional.
Conducta nos pone frente a frente a una crónica más de losprejuicios institucionalizados (que tanto han costado), de la historia del ser versus las circunstancias. Sin parapetarse detrás de moralejas, no tiene un final feliz. No es triunfalista y no quiere serlo. No es el episodio del niño marginalizado por coyunturas adversas que quieren mandar a la escuela de conducta. No es el episodio del oriental y su niña que deportan de La Habana porque no tienen dirección allí, aunque la pequeña sea la mejor del aula, y aunque se le trunque tal vez una exitosa carrera como futura cantante o bailarina. Tampoco es el episodio de la experimentada maestra, casi al umbral de la jubilación, que lucha con incomprensiones y dogmas. Es el episodio de un sistema de Educación ortodoxo que yerra, pero pervive.
Con un reparto de lujo, valdría hacer una alusión especial a los roles protagónicos, en los que están la ya bendecida y siempre insuperable Alina Rodríguez, en el personaje de Carmela (la vieja profesora de primaria), y el jovencito Armando Valdés, en "Chala" (el problemático alumno).
En la historia precedente, el personaje de Carmela bien pudo haber sido una brigadista. Pero en el final de esta película no iza una bandera. Marcha extenuada entre la gente, con su verdad a cuestas, y como el grito sordo de Madre Coraje. En cambio ella, sonríe lentamente cuando "Chala" grita su nombre que suena como un nuevo grito de combate. ¡Cuánto camino recorrieron el cine y la sociedad cubana desde historias como las del joven brigadista hasta la de la profe Carmela!