Carlos tiene 41 años y se está quedando ciego. Este padre de familia vive con sus tres hijos menores de edad y su esposa, Daimara, en una vivienda en condiciones de extrema precariedad en Centro Habana, uno de los municipios más poblados de la capital cubana. Su suegra falleció hace casi tres meses, después de un largo suplicio y demencia.
La de esta familia es una de las cada vez más comunes historias que se pueden encontrar entre las ruinas de La Habana, y en las que la miseria es una amenaza para la vida.
Una lucha entre las sombras y la diabetes
Que Carlos pierda la vista paulatinamente es una tragedia que ha llevado más pobreza a su casa: trabajaba como relojero, pero ya no puede ejercer ese oficio. Ahora está desempleado.
Es diabético desde hace diez años. Cuenta que intentó seguir un tratamiento, pero no pudo por falta de acceso a los medicamentos, algo que se ha vuelto habitual en Cuba. Las consecuencias llegaron más pronto que tarde: ahora padece neuropatía diabética, colitis y retinopatía. Por su condición sufre múltiples ataques de ansiedad y depresión, que tampoco son tratados porque escasean los ansiolíticos en las farmacias estatales.
La diabetes es la octava causa de muerte en Cuba. Según estadísticas del Ministerio de Salud Pública, La Habana es la segunda región donde la enfermedad disminuye al mínimo la calidad de vida de los afectados.
Orlando Lemus Díaz, profesor de la Facultad de Ciencias Médicas Dr. Salvador Allende, explicó a DIARIO DE CUBA que la diabetes es una epidemia silenciosa y alertó que es un suicidio que un paciente como Carlos no tenga un tratamiento adecuado, mucho más si el mal ha avanzado sin control.
"Es de vida o muerte que un paciente en la condición de Carlos siga su tratamiento, pues los riesgos de no estar medicado son graves para sus ojos, riñones, nervios, piel, corazón y vasos sanguíneos. Si no se medica, esto puede causar en el organismo cetoacidosis diabética, acidez extrema de la sangre que trae como consecuencia la deshidratación de las células y que el cuerpo deje de funcionar", recalcó.
12 años pidiendo ayuda al Estado
Daimara también tiene 41 años y es hipertensa. No trabaja debido a que ha tenido que cuidar de su madre anciana, de su marido y de sus tres hijos. Amenadiel, el más pequeño, tiene dos años y bajo peso por la falta de alimentos; Amelia Lucia, de nueve años, es alérgica; y Amanda Gabriela, de 13 años, padece gastritis aguda. Ninguno tiene un tratamiento adecuado para sus enfermedades.
Según la doctora Ditsa Vera, pediatra otorrinolaringóloga, la mala calidad de vida incide directamente en la salud de los más pequeños, porque desarrollan enfermedades respiratorias como el asma y la dermatitis. La presencia de cucarachas y ácaros en la vivienda también puede dañar la salud de los niños, advirtió la especialista.
"Los niños deberían ser una prioridad, y con ellos sus casas, porque de ellas depende en gran parte su desarrollo sano y salvo, como un derecho humano fundamental de la infancia", dijo Vera. Pero Daimara confiesa que en su casa se hacen dos comidas al día. En la mañana, el desayuno es un pan para los niños, para que asistan a la escuela con algo en el estómago, y no se come nada más hasta la cena.
La casa de esta familia se encuentra en peligro de derrumbe. El techo está apuntalado y las paredes tienen orificios porque hace 12 años hubo un incendio en una habitación vecina que provocó un deterioro total.
Daimara ha planteado la situación en todos los organismos estatales pertinentes: Oficina de la Dirección Municipal de Vivienda, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social y Consejo de Estado. La única respuesta que ha recibido es que "debe esperar". Esta madre está cansada de ser ignorada por las autoridades, y se pregunta si tiene que ocurrir una desgracia o algún accidente para que al fin les otorguen una vivienda digna.
Rosalía se fue sin memoria ni esperanza
Rosalía educó sola a Daimara, su única hija. Trabajó toda su vida como bibliotecaria y recibía una jubilación de 2.000 pesos cubanos con los que podía comprar un paquete de pollo de cinco libras en el mercado informal, que es donde se encuentran los alimentos.
La ministra de Trabajo y Seguridad, Marta Elena Feitó Cabrera, reconoció en el programa televisivo Mesa Redonda que los salarios y las pensiones no alcanzan: "Decir en estos momentos que los ingresos son suficientes sería totalmente falso porque el salario ha perdido capacidad de compra. Eso es una realidad".
Rosalía falleció el 9 de octubre, a los 69 años de edad. La causa de su muerte fue un infarto del miocardio. Según su hija, 15 días antes de morir había sufrido una isquemia que la dejó inmóvil en el suelo. Prácticamente no se podía mover ni para comer.
Debía ser aseada y alimentada por su hija, que hizo todo lo posible por cuidar de su madre sin ayuda. El médico de su zona no la visitó, asegura Daimara, y Rosalía no fue trasladada a ningún hospital por falta de ambulancias, por lo que falleció en las peores condiciones: no comía, ni tomaba agua y ni siquiera sostenía la mirada.
En sus últimos meses de vida, Rosalía padecía de Alzheimer en estado avanzado, diabetes, hipertensión, cardiopatías, y había sufrido dos isquemias que la dejaron discapacitada. Esta señora debió tener tratamiento, pero nunca contó con los medicamentos necesarios en la farmacia. Su historia es una de miles de adultos mayores que viven en Cuba.
Según información oficial del Ministerio de Salud Pública, Cuba cuenta desde 1996 con un Programa Nacional de Atención Integral al Adulto Mayor, que tiene el propósito de garantizar una atención de salud ajustada a las necesidades de esas personas y lograr que vivan una vejez activa y saludable, pero historias como la de Rosalía se repiten con demasiada frecuencia.
Una población envejecida y enferma
La Oficina Nacional de Estadísticas (ONEI) informó que en 2021 en la Isla fallecieron 167.645 personas y nacieron 99.096. Hubo 68.549 más muertes que nacimientos. La población ha disminuido en 160 de los 168 municipios que hay en el país y, según el Ministerio de Salud Publica, el 86,6 % de las personas de 60 años y más padece al menos de una enfermedad crónica. La hipertensión arterial es la dolencia más común.
La población adulta mayor en Cuba está además profundamente empobrecida, debido a la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y pensiones.
En medio de este panorama, ocho de cada diez cubanos no consiguen en la farmacia los medicamentos que necesitan. Un 57% los obtiene gracias a la ayuda de iglesias, el 8% mediante familiares en el extranjero y el 17% por otras vías como mercado negro, solidaridad interpersonal o trueques, según un informe del Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH), una ONG fundada en 2009 en Madrid, España.
Los indicadores muestran que los niveles de pobreza se han incrementado en los últimos años, incluso de acuerdo a algunos datos oficiales. A lo largo de los años, el Gobierno de Cuba ha reivindicado el sistema de salud de la Isla como un logro de la Revolución, pero hoy en día la edad, las enfermedades y la falta de medicamentos condenan a miles de personas a largas y complejas agonías.