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Política

El colapso de las naciones: lecciones desde Cuba

Los costos que sobrevienen al colapso de la civilización y el humanismo son connaturales a los sistemas que los déspotas requieren.

La Habana
El presidente de China, Xi Jinping, y Miguel Díaz-Canel en noviembre de 2018.
El presidente de China, Xi Jinping, y Miguel Díaz-Canel en noviembre de 2018. Xinhua

Numerosas figuras de la alta jerarquía política y militar china parecen haber caído en desgracia en los últimos meses. Los medios de prensa observan por estos días la inusual desaparición del ministro de Defensa, pero poco tiempo antes había desaparecido de la vista pública, y fue destituido, el canciller. Antes, fue noticia la destitución de la máxima jerarquía de la fuerza de cohetes de China, un departamento especial dentro del ejército de un país que, carente de aliados que le permitan asentarse más allá de su propio territorio, precisa de armas de largo alcance frente a la relevancia que busca en el orden internacional.

Todo esto ha sucedido con simultaneidad al acoso chino sobre las islas de Taiwán, que el país reclama como propias y asegura estar dispuesto a reintegrarlas por la fuerza a su dominio; y a la guerra de Ucrania, invadida por Rusia con un argumento semejante de soberanía sobre el inmenso territorio vecino.

Las purgas de altos funcionarios chinos podrían deberse a reticencias respecto al avance del acoso a Taiwán; o quizás a una franca oposición a la invasión, frente a la creciente agresividad que hacia las islas distanciadas manifiesta Xi Jinping.

No hay que estar en las mentes de los jerarcas comunistas para saber que el conflicto de Ucrania ha puesto a la vista las terribles consecuencias de un sistema de sanciones como el que pesa sobre Rusia, con el que ese país se ha sumado al nada apreciable club de tiranías condenadas por su ejecutoria canalla, en el que Cuba lleva 60 años. Eso sin pensar en las alertas que los restos de humanismo, de una jerarquía promovida por su déficit, pueda levantar frente a la vista de los tremendos costos humanos de una invasión.

Tomando como referencia las consecuencias para Rusia, se podría pensar en el impacto de un sistema de sanciones que moviera de manera acelerada fuera del territorio chino a las industrias internacionales que han hecho de su territorio el lugar de sus inversiones y producción. Y del cese de los principales mercados para los productos propios. Las mentes más brillantes y los profesionales de más nivel emigrarían masivamente y se harían imperiosos programas oficiales para retener los de áreas más sensibles. El deterioro de las condiciones de vida aumentaría el descontento con el poder comunista, y sería necesario alimentar como a parásitos a los más despiadados de entre los desempleados para que sirvan de guardianes del orden.

Treinta años de crecimiento económico formidable, de ampliación de la clase media, y con ella de hombres y mujeres bien instruidos, serían echados por la borda. Frente a semejante paisaje, sería lógico que funcionarios salidos de esa expansión de la prosperidad y el talento manifiesten reticencias frente a las peligrosas apetencias de Xi Jinping.

Los peores tiempos del maoísmo podrían ser emulados por el orden resultante. Del mismo modo que comienza a emular, una Rusia que había conseguido cierto desarrollo en libertad, las privaciones y la falta de independencia que sufrieron por 70 años bajo el signo comunista.

No hay que esperanzarse respecto de que China pueda contener a Xi Jinping, no lo consiguió Rusia sobre Vladimir Putin, ni antes lo consiguió Cuba sobre Fidel Castro. Los procesos que se derivan del encumbramiento de liderazgos repulsivos consiguen añadir las consecuencias de las condenas que inspiran al ordenamiento propicio para su continuidad.

Los costos que sobrevienen al colapso de la civilización y el humanismo son connaturales a los sistemas que los déspotas requieren. La huida de la inteligencia simplifica las narrativas nacionales y las acerca, si no las identifica, a los discursos del poder, vulgares desde el momento que toda hegemonía que se necesita ilimitada lo es. La destrucción de la propiedad y la precariedad resultante unen a la nación en torno a la dependencia del Estado y elevan la servidumbre a la categoría de virtud cívica.

En Cuba nos sobra experiencia en este aspecto y podríamos dar lecciones a generaciones de rusos y chinos que dudaran, 30 años después de las reformas que propiciaron su despegue económico —y en el caso de Rusia después de una breve primavera democrática—, de que el poder se complazca con su miseria. Y no la miseria material, de la que son testigos nuestras suntuosas avenidas de fachadas derruidas y prestas al derrumbe con el primer aguacero, los cascarones de industrias que antaño eran la envidia de países que se creían más dignos de ellas por su extensión y poblaciones, ni las carreteras bordeadas de marabú cuando no cubiertas por él. Hablo de una miseria mucho más difícil de verificar y que es la que en verdad apavora, la que encarnan los sujetos que habitan tales parajes: la miseria moral, intelectual y espiritual.

Desde 1959 el castrismo comenzó a lastimar de manera sistemática el pensamiento de nuestras élites, y el lenguaje llano, cuando no el vulgar, se volvió de buen tono para todos los ámbitos. Alejados de nuestra tierra los Mañach, Aguilar León y Baquero, ocupó sus cátedras una pléyade de estúpidos con ínfulas que, lejos de querer semejarse a sus antecesores brillantes, prefirieron adoptar las poses y gestos de Fidel Castro o Ernesto Guevara. Conducirse como imbéciles carismáticos, babearse frente a mujeres en lugares públicos, o alardear de arranques de cólera, los caracterizó en lo adelante; a ellos y al conjunto de una ciudadanía que lejos de definirse como tal prefirió considerarse masa, cuando no mazacote.

En el ámbito castrista, el más encumbrado académico se distancia poco de la retórica del político o el periodista, y todos hablan de una el mismo lenguaje simple de los ignorantes. El inglés de Díaz-Canel, que ha resultado hilarante a los cubanos, sus ostensibles problemas de dicción y la falta de ideas de su retórica, son fácilmente rastreables en Raúl Guinovart, decano de la Facultad de Matemática, que en los días posteriores a las protestas del 11 de julio de 2021, en medio de las peores jornadas de la epidemia de Covid-19, escribió a sus alumnos para convocarlos a una manifestación en favor del castrismo y la represión: "Tengo dos mochilas, 'una de balas' y una de medicamentos. No puedo con las dos. Escojo la de balas. Lo más importante ahora es un mensaje de unidad y adhesión a la Revolución. Los enemigos usan el virus como aliado para mantenernos fuera de combate. Si nos quedamos en casa, nos van a golpear. Si vamos a la marcha demorará la derrota del virus, pero el enemigo más peligroso recibirá un duro golpe".

José Ernesto Novaes Guerrero, graduado de Periodismo por todo currículo, escribió por aquellos días en sus redes sociales: "La calle es de los revolucionarios y los comunistas. ¡Patria o Muerte! La orden está dada", y menos de un mes después fue nombrado rector del Instituto Superior de Artes (ISA), de La Habana. Quizás ostente el récord de la idiotez más provechosa del oportunismo tardocastrista. Humberto López, otro periodista de reducidos horizontes, ha hecho carrera conduciendo programas televisivos dirigidos a la difamación de activistas políticos y de la sociedad civil y el periodismo. Abogado de profesión, la complacencia oficial con su desempeño le ha hecho merecedor de una retahíla de premios que incluye el Premio del Barrio, concedido por los Comités de Defensa de la Revolución; el Mallete Martiano, entregado por la Unión Nacional de Juristas de Cuba; y el Premio de la Dignidad de la Unión de Periodistas de Cuba. La relevancia de semejante cáfila contrasta con la emigración de centenares de miles de cubanos, de las más diversas profesiones, que amenaza con dejar sin médicos nuestros hospitales y sin maestros nuestras escuelas, pero sobre todo sin inteligencia nuestro país.

En la acción de acosar al pensamiento y la virtud, el sujeto castrista no hizo otra cosa que consolidar la conducta que permite la reproducción del sistema. Un sujeto que necesitan multiplicar los déspotas rusos y chinos para oxigenar su hegemonía, aunque al final de su vida lo único que capitaneen sean estados de desecho.

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8 comentarios

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Una verdad del tamaño del mundo.Sólo ver en tik tok cómo dicen que hablamos los cubanos, una generalización que no les permite ver que hay muchas maneras de hablar los cubanos, no solamente por las regiones del país sino por la educación (no la instrucción; que no van de la mano).

Muy interesante e instructivo este artículo!!!
Xi Jinping, quiere llevar a China a la época de Mao Tsé Tung!!! Cómo Fidel llevó a Cuba a la época de la Comunidad Primitiva dónde el hombre luchaba por su supervivencia!!! Y Putin ahora, quiere llevar a Rusia a más pa'llá que la época comunista.

Una sabia y bien escrita disección de la miseria intelectual del Castrofascismo felicitaciones. Las demás miserias, por conocidas en carne propia no necesitan ser disectadas

Magnifico. Realista imagen aunque sea triste y hasta descorazonadora

¡Estupendo trabajo periodístico! Mis sinceras felicitaciones al colega Boris.

China se va a la merde dentro de poco, ya se esta yendo...

Si China y Rusia pretenden gobernar todo el mundo, mejor tener un mal (des)gobierno local para que la población acepte de buen grado la "toma de posesión" extranjera.

“Estados de desecho”, jajaja, genial! Buen artículo, Boris, aunque me hubiera gustado un lenguaje un poco menos rebuscado, para que pudiera llegar a más personas. Saludos. 😀