¿Molesto? Sí, definitivamente; y algo más: humillado. Toda la izquierda racista global que se agrupa en el sector de la izquierda radical —debo admitir que cierta derecha también— ha compartido durante casi 70 años un arcano ideológico respecto a la todavía llamada Revolución cubana: su nacionalismo; con su lógico corolario, su condición de repositorio de la soberanía nacional. Las evidencias a contrario siempre han estado ahí. Sin embargo, para determinadas visiones políticas es más importante el derecho de las ideologías que el contraste de los hechos. Y así, hasta que llegó China. Sin Xiaomi y a espiar.
El equívoco tiene fundamento. La profunda proyección antiestadounidense del sector pequeño burgués que copó el liderazgo de la Revolución tuvo éxito en afincar esa percepción en la ideología —Carlos Marx le llamó a eso falsa conciencia de sí— y pudo debutar en la escena política con las debidas cartas credenciales nacionalistas que la cultura, las prácticas y ambiciones políticas de Fidel Castro no avalaban.
El antinorteamericanismo de Fidel Castro no era nacionalista en la misma medida en que se originaba en la herencia cultural del Síndrome del 98, resultado de la derrota española a manos de los estadounidenses, sentida y vivida hasta la actualidad como una humillación en amplios espacios del mundo hispánico, que no se corresponde para nada con una demarcación territorial precisa.
La única definición posible del nacionalismo cubano era frente a España, que se jugó la última peseta imperial en Cuba luego de cuatro siglos, y no frente a Estados Unidos, cuyas ambiciones respecto a nuestro país no duraron ni cuajaron el tiempo que requieren los nacionalismos auténticos para forjar su identidad contra el enemigo que los define. No otra razón explica por qué la emigración a Estados Unidos comenzó siendo de las clases altas para terminar siendo una emigración popular… y de las clases altas.
En los orígenes de la Revolución lo que tenemos es el doble proceso simultáneo de antinorteamericanismo y de disolución del concepto de nacionalismo en cualquiera de sus acepciones históricas, culturales o políticas, que exigen, en todos los casos, la integración de los nacidos en un territorio con independencia de su elección política o ideológica y a pesar de su diversidad.
La Crisis de los Misiles de 1962 fue la revelación temprana de que lo que estaba en discusión era la combinación de competencia ideológica y competencia geopolítica, con el Estado y Gobierno cubanos como protagonistas efímeros, y no la potencialidad de Cuba como nación. De hecho, aceptar la entrada al juego de las grandes potencias con la colocación de misiles en Cuba constituyó la prueba más clara de que las prioridades no pasaban por la nación sino por el poder. Ningún nacionalista pone en riesgo la posibilidad existencial de su nación. No hay pruebas en la historia de los nacionalismos.
Y la proyección externa de la Revolución cubana viene, hasta hoy, a confirmar este análisis. La soberanía es la fuente y el instrumento político de los estados, a través de la cual se expresa su nacionalismo. El nacionalismo duro de las identidades étnicas o el nacionalismo blando e integrador que se entiende mejor con el término y concepto de patria. Justo por eso la soberanía es el principio fundacional que los estados esgrimen y defienden en sus relaciones con otros estados, sean o no nacionalistas.
Pues bien, y desde 1959, la Revolución cubana solo se entiende, se concibe y se puede narrar a partir de su violación principista de otras soberanías. En rigor, los historiadores tenemos un problema a la hora de relatar el curso interno de la Revolución cubana en términos históricos. Pero lo que constituye un imposible es escribir su historia desde el punto de vista externo, y para lo que sí hay infinidad de fuentes disponibles, sin narrar, evaluar y contrastar es cómo esta se hizo violentando la soberanía en la mayoría de los países de lo que hoy se suele llamar el Sur Global.
Y ningún nacionalismo auténtico nace con la pretensión de condenar las soberanías ajenas al basurero de la Historia. Afortunadamente malograda.
Hasta 2006, el genio dictatorial de Fidel Castro pudo ocultar muy bien —con esa audacia que lo llevó a completar una hazaña totalitaria en un ambiente tan inhóspito y refractario para tales fines como el del Caribe— estos vacíos llenos de percepciones ideológicas convenientes, y sublimar incluso su proyecto político como nacionalista, a pesar de que bajo su mandato se institucionalizó a Cuba como enclave geopolítico y geoideológico de la ex Unión Soviética —recordemos que hasta la reforma constitucional de 1992 el preámbulo de la Constitución de 1976 agradecía a este país la existencia misma del Estado cubano—, se apoyó las invasiones de este mismo expaís a la antigua Checoslovaquia en 1968 y a Afganistán en 1979, y nunca se condenó la invasión de Kuwait por el Iraq de Sadam Hussein en 1991. Todo ello, al tiempo que se excluía a los cubanos tanto de los privilegios de su elite pequeño burguesa como de los que siempre, y hasta hoy, gozan los extranjeros en Cuba: residentes o no.
Después de 2008, la mediocridad dictatorial de sus herederos, en progresión peligrosamente exponencial, desnuda, en el sentido de desgarrar sobre el cuerpo, y devela, en el otro de mostrar con cinismo, solemnidad institucional y obsecuencia, aquellos vacíos con los que arrancaron en 1959 los conceptos imbricados de nacionalismo y soberanía.
Como adolescentes avejentados que desconocen el valor y sentido estratégicos del poder, sobre todo cuando no se tiene capacidad de control sobre el contexto social e internacional, se viene jugando, al menos desde 2014, a la geopolítica errática en claro menoscabo de los genuinos intereses y principios de cualquier política nacionalista y de las bases políticas de la soberanía del Estado. Y en contra de la narración constitucional misma.
El Gobierno cubano no condenó la anexión rusa de Crimea que data de esa fecha. Si Europa fue débil, en su propio detrimento, en la condena misma y en sus acciones posteriores respecto a Rusia, para Cuba deberían haber saltado las alarmas, atendiendo al hecho de sus intereses (Base Naval de Guantánamo) y de sus supuestos principios de soberanía, retóricamente recuperados después de la caída del Muro de Berlín (1989).
Toda la política a partir de la fecha de 2014 ha ido por el mismo camino en lo que podríamos llamar la vía utópica, humanamente dolorosa y desgarradora hacia el debilitamiento de la nación y la soberanía popular, que va de la ambición geopolítica de Fidel Castro a la miseria geopolítica de Miguel Díaz-Canel. Fidel Castro era un hombre que descansaba y confiaba en la potencia de un sistema, el soviético. Eso era una visión racionalmente estratégica. Miguel Díaz-Canel representa un sistema que descansa y confía en la potencia de un hombre, Putin, que ha capturado un país, Rusia, que se reafirma desde el ejercicio brutal de la fuerza. Eso se llama visión mendicante. Todo lo que se necesita para la contraestrategia al mando de una nación.
Con el primero, Cuba vivía un aparente nacionalismo orgulloso que exportaba guerreros y agentes bien preparados para participar en un juego global en el que éramos unos peones, solo humillados al final de cada partida. Con el segundo, entramos ya humillados al juego, y entregamos la nación y la soberanía, no a cualquier postor, es verdad, pero sí a aquellos con el tipo de humos imperiales (Rusia y China) que deberíamos rechazar con altavoces y cuyos modelos de economía se suponen en la otra acera del relato político y constitucional que el régimen dice defender. Y como en una típica pinza griega, se venden las alianzas entre "gusanos", ahora empresarios prósperos, y la clase extractivista cubana de militancia roja y "revolucionaria" como el próximo modelo, desvergonzadamente oligárquico, para superar la crisis estructural de Cuba.
Las guindas de este pastel antinacional son varias. Apoyo político desembozado a Rusia en el intento, que los ucranianos vienen frustrando, de destruir la existencia de una nación soberana; cesión de territorio nacional a Rusia, que desde luego es algo distinto a la cesión de activos a empresas; apoyo mediático a una guerra imperialista en la que la agencia Prensa Latina, ¡quién lo diría!, publica diariamente las reales o supuestas victorias de un ejército mercenario, e instalación de una base de escucha de China para espiar a un país vecino con el que se tiene relaciones diplomáticas.
Es la geopolítica como refugio de un Estado sin legitimidad popular, en búsqueda desesperada de refuerzos de poder, y a su poder, dentro de una malla de potencias disruptivas y autocráticas que hacen valer el suyo en contra del derecho internacional y machacando a sus propias sociedades.
Y lo curioso, dentro del juego de contradicciones esperadas, es que la Constitución vigente impide la cesión de territorios (Artículo 12) y condena las guerras imperialistas donde quiera que se produzcan (Artículo 16).
Si con Fidel Castro sufrimos una humillación nacional a la salida de las tensiones geopolíticas, con Miguel Díaz Canel entramos a una humillación consentida que lo será por partida doble: a la entrada, como ya lo está siendo, agenciada por las mismas autoridades, y a la salida, cuando las potencias, como siempre, arreglen sus desacuerdos en un intercambio de intereses, de fichas y posiciones. Y Habanos.
No, no es la soberanía, estúpido. Es solo el poder de gente sin legitimidad.
Para haber nacionalismo tendría que haber nación y Cuba no lo es, se quedó en aborto de una y ahora no pasa de hacienda esclavista propiedad de una banda mafiosa.
---Los cubanos son buenistas porque actúan con buenismo. La Real Academia Española define buenismo así: actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia. U. m. en sent. despect. (o sea, el que siempre acepta con un " bueno, está bien) .La dictadura ha domado al pueblo porque el pueblo se ha dejado domar. Hay que ser ateo y todos a negar su fe en Dios y a quitar las imágenes de la sala. Hay que cambiar señor por compañero y todos a decir compañero.Hay que nombrar todo con nuevos nombres y todos a decir Isla de la Juventud, Plaza de la Revolución, Ciudad Libertad, Hotel Habana Libre. Cubano respétate y no permitas que manipulen tu cerebro. Vueve a decir señor, Isla de Pinos, Plaza Cívica, Distrito de Columbia, Hotel Havana Hilton. ¿Donde están los testículos?
Creo que es un error equiparar a Fidel Castro con Miguel Díaz Canel: el primero hacía, tanto en política doméstica como exterior, lo que le venía en ganas; el segundo es un monigote que sale a ejecutar (a veces solo, a veces en duo con Marrero) lo que le componen los que de verdad mandan.
Muy bueno Morua tu analisis . Te felicito. Te tirastes con la guagua andando