"Y que no quede un solo lugar de Cuba donde no esté constituida la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), que no exista una sola mujer revolucionaria que no esté agrupada en la Federación de Mujeres Cubanas", expresó Fidel Castro el 23 de agosto de 1960.
El 8 de marzo de 2013, en el IX Congreso de la FMC, José Ramón Machado Ventura dijo que si genial, oportuna y verdaderamente reivindicadora fue la idea de Fidel de crear la FMC, "también lo fue su acertada decisión de poner al frente de la naciente organización femenina a la compañera Vilma Espín Guillois".
Las palabras de Fidel Castro (1960) y luego las de Machado Ventura (2013), en ese momento segundo secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), demuestran que la creación de la FMC y la designación de su presidenta fueron decisiones de un hombre, no un resultado de la lucha de la mujer cubana por su emancipación. Las tareas asignadas, comenzando por la defensa de la Revolución, no admiten a las mujeres que disienten, aunque también son cubanas.
Una breve mirada al pasado
En la legislación romana —base de la europea y de la estadounidense— la mujer no tenía control legal sobre su persona, su dinero o sus hijos. Esa norma legal se enraizó en la cultura patriarcal. A finales del siglo XVIII, la Ilustración y la Revolución Industrial propiciaron el surgimiento de los movimientos feministas. En la Francia revolucionaria de 1789 los clubes republicanos de mujeres reclamaron que los objetivos de libertad, igualdad y fraternidad se aplicaran por igual a ambos sexos. En 1792 se publicó en Inglaterra el primer libro feminista que pedía la igualdad en un tono exigente. Y entre las principales exigencias de la primera convención sobre los derechos de la mujer, celebrada en Nueva York en 1848, estaba la igualdad entre hombres y mujeres, incluido el derecho al voto y el fin de la doble pauta de conducta moral para hombres y otra para mujeres.
En Cuba, desde el siglo XIX varias intelectuales reivindicaron los derechos de la mujer. Mercedes Santa Cruz y Montalvo (Condesa de Merlín) reflejó en su obra literaria los sentimientos y perspectivas femeninas. Gertrudis Gómez de Avellaneda editó la revista Álbum Cubano de lo Bueno y de lo Bello, en el que alentaba a las mujeres a cuestionarse el dominio masculino. Ana Betancourt de Mora, en la Asamblea Constituyente de Guáimaro (1869), presentó una petición a la Cámara, solicitando que tan pronto estuviese establecida la República, se concediese a las mujeres los derechos de que en justicia eran acreedoras. Edelmira Guerra de Dauval, presidenta del Club Esperanza del Valle, ayudó a elaborar el manifiesto revolucionario del 19 de marzo de 1897, cuyo Artículo 4 rezaba: "Queremos que las mujeres puedan ejercer sus derechos naturales a través del voto de la mujer soltera o viuda mayor de 25 años, divorciada por causa justa". Ese mismo año, María Luisa Dolz y Arango introdujo la educación participativa para promover el pensamiento independiente en las mujeres.
En la República, haciendo uso de las libertades constitucionales, las mujeres fundaron cientos de asociaciones, entre ellas: el Partido Nacional Feminista (1912), el Partido Sufragista (1913), el Club Femenino de Cuba (1918), la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas de Cuba (1921), el Lyceum (1928) y la Unión Laborista de Mujeres (1930). Celebraron tres congresos nacionales: al primero (1923) —pionero entre los de su naturaleza en la América hispana—, al que asistieron 31 asociaciones, al decir de su presidenta, Pilar Morlón, fue "¡Un Congreso de Mujeres, ideado por ellas, organizado por ellas, realizado por ellas, sin ayuda oficial de ninguna clase!". La demanda fundamental del segundo congreso (1925), con 71 asociaciones, fue el derecho al sufragio. Y el tercer congreso (1939), con 2.000 delegadas, bajo el lema "Por la mujer, por el niño, por la paz y el progreso de Cuba", tuvo entre sus reclamos la garantía constitucional para la igualdad de derechos de la mujer, el cual fue discutido en la Asamblea Constituyente que dio a luz la Constitución de 1940. En esa asamblea participaron las feministas Alicia Hernández de la Barca, Esperanza Sánchez Mastrapa y María Esther Villoch Leyva.
Haciendo uso de esas libertades conquistadas, las mujeres se manifestaron en las calles, fundaron clínicas de obstetricia y escuelas nocturnas, desarrollaron programas de salud y establecieron contactos con grupos feministas en el extranjero, sin que ningún hombre las orientara. Y en la década del 50 crearon, entre otras asociaciones, el Frente Cívico de Mujeres del Centenario Martiano, el Grupo de Mujeres Humanistas, la Hermandad de Madres y las Brigadas Femeninas Revolucionarias.
Como resultado de sus luchas, lograron en 1917 la patria potestad sobre sus hijos y la libre administración de sus bienes, en 1918 la Ley del Divorcio, en 1934 el derecho de la mujer al voto, y en 1940 la Constitución refrendó en el Artículo 97 el sufragio universal, igualitario y secreto.
En el alegato La historia me absolverá (1953), no se incluyó a las mujeres al definir el concepto de pueblo, ni en las primeras cinco leyes que se proclamarían al triunfo. En la etapa insurreccional de 1958, a diferencia de lo ocurrido en la Guerra de Independencia —donde Magdalena Peña Redonda obtuvo el mayor grado militar: el de general, otras tres el de coronel, y más de 20 el de capitán—, ninguna mujer bajó de la Sierra Maestra con el máximo grado, que entonces era el de comandante.
A partir de enero de 1959, las asociaciones de mujeres fueron disueltas y las surgidas en la década del 50 que lucharon contra Fulgencio Batista, agrupadas en la Unidad Femenina Revolucionaria (UFR), celebraron en abril de 1959 su Primera Conferencia Nacional, y en agosto de 1960 la UFR se convirtió en la FMC, subordinada en primer lugar al Gobierno que la creó, y luego, constitucionalmente (desde 1976 hasta hoy), al único partido político permitido. Esto explica que todos sus congresos hayan sido presididos por las más altas autoridades masculinas del Partido-Estado-Gobierno.
¿Y la actualidad?
Negando o desconociendo la rica historia de luchas de las cubanas, la secretaria general de la FMC, Teresa Amarelle Boué, el 18 de octubre de 2012, en el programa televisivo Mesa Redonda, dijo que gracias a la revolución de 1959 la mujer cubana pudo hacer uso del derecho al voto, cuando ese derecho lo obtuvieron desde 1934 y lo ejercieron en 1936, 1940, 1944, 1948, y en las cuestionadas elecciones de 1954 y 1958.
Al carecer de autonomía, el feminismo en Cuba se encuentra en el mismo punto en que lo dejó Ana Betancourt en 1869: en la petición de derechos. Lo demás se fue a bolina. Para ser corregida esa regresión histórica, se requiere la reinstalación de las libertades y derechos, cívicos y políticos —fundamento de la emancipación y de la soberanía— que fueron barridos por la Revolución.
La situación de la mujer cubana es compleja, porque carga con el lastre económico-cultural, y el machismo militar. En semejantes circunstancias, el movimiento feminista puede comenzar la interacción con los niños del barrio.
Una forma de tener controlada a la mitad de la población como cualquier otra.
Y a la otra mitad también.
Razón lleva Miriam. La FMC no le ha servido a la mujer cubana para nada, y eso es consenso nacional hace rato. En las discusiones que se realizaron previas al IV Congreso del PCC, en 1990, no solo llovieron las críticas a la FMC, sino se propuso crear secciones sobre asuntos de la mujer en los sindicatos y en otras organizaciones nacionales, con el fin de cerrar en algo la brecha entre la FMC y los problemas de las cubanas. Nada se hizo.
En cuanto a la pifia sobre la votación en Cuba de la Sec de la FMC, es una más entre la sarta de estupideces que los del régimen sueltan.
La mayoría de las mujeres cubanas ya no se acuerdan de que existe esa Organización.
Hoy la mujer cubana es ninguneada por la mafia que gobierna Cuba. Los feminicidios están a la orden del día. El pueblo entero está desprotegido. La policía solo está para arrestar a desafectos al régimen, a quien grita Patria y Vida o Díaz Canel Singao. Los asaltantes a civiles o turistas quedan impunes. Hay ciento de mujeres presas solo por haber participado en 11J, las cuales son violadas por los guardias de las prisiones o por reclusas lesbianas y obligadas a trabajar en labores agrícolas en condiciones infrahumanas.