No debe hacerse política con la salud humana. Además de inmoral, la razón es sencilla: las enfermedades no entienden los caprichos y la propaganda de los políticos. Con frecuencia quienes politizan la salud terminan provocando daños físicos y económicos irreparables a la sociedad. Sin embargo, como si se tratara de una epidemia, los políticos de todas las latitudes y tendencias ignoran esa realidad.
El Covid-19 es una pandemia de la cual aún se duda de su origen, y de hecho hay una investigación en curso por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ni la ficción del mejor filme hollywoodense hubiera imaginado semejante desastre. Tal pareciera que se trata de un arma biológica salida de algún laboratorio secreto. Ninguna nación ni político estaban preparados para esto. Ningún clínico, por sagaz o experimentado pudo, al inicio, salvar la vida de miles de personas. He aquí donde la naturaleza ha dado a los hombres otra lección de humildad y respeto por el medio ambiente.
Cada líder y cada país han adoptado las medidas que han estimado adecuadas. Los políticos democráticos han tenido un dilema: cerrar las economías con el costo político-económico que conlleva, o dejar abiertas las fronteras, los comercios y las escuelas, lo cual hace más fácil la propagación de la enfermedad. Nadie ha tenido la fórmula perfecta. Solo las vacunas, administradas escalonadamente según grupos de riesgo, podrán limitar, pero nunca controlar por completo el coronavirus. Como cualquier otra enfermedad viral infecto-contagiosa, llegó para quedarse.
Es triste lo que ha sucedido en Estados Unidos. La excesiva politización y polarización sobre cómo enfrentar la enfermedad ha sido una de las causas de no tener una línea de defensa común contra ella. Una política unificada, bipartidista, no solo hubiera intervenido más efectivamente, administrado mejor los recursos, apoyado económicamente a toda la población. También hubiera disminuido la desconfianza hacia los científicos y las vacunas, únicos recursos validos en estas circunstancias.
Triste es también lo que sucede en Cuba. Era sabido. Nadie debe alegrarse del crecimiento exponencial de los casos, y menos negar posibles ayudas de recursos farmacológicos y humanos, desgobierne quien desgobierne. Salvar la vida de nuestros compatriotas debe estar por encima de toda política. De otro modo quienes hablamos de libertad, democracia y derechos humanos estaríamos violando el primer derecho humano, el derecho a la vida.
Sabemos muy bien lo que ha pasado en la Isla con otras plagas. Los médicos y personal de la salud que lean estas líneas pueden dar fe de cómo el régimen oculta datos y falsea evidencias. Cómo las autoridades laceran la autoestima y el decoro de los profesionales, obligando a cambiar las causas de fallecimiento, y recluir en contra de su voluntad a cientos de enfermos en condiciones deplorables. Con un poder omnímodo, deciden qué y cuándo hacer en salud pública, objeto en la vitrina socialista tropical.
Fue advertido en estas mismas páginas: la trasparencia es imprescindible para combatir el flagelo. Pero contario a toda lógica, desde los primeros días el régimen se dedicó a exonerar a China de su responsabilidad, y crear una matriz de opinión de que lo que llaman neoliberalismo había demostrado su incapacidad ante la infección por Covid-19. En su propaganda irresponsable y mendaz, dijeron haber derrotado el virus. Hubo días de cero casos y cero muertes en todo el territorio nacional, algo absurdo, increíble.
Como las enfermedades no tienen ideologías, la epidemia en Cuba es ahora un grave problema de salud. Expertos han manifestado que las cifras reales de enfermos y fallecidos pueden ser multiplicadas por cinco o por diez. Una vez más el ocultamiento de la verdad con fines políticos golpea como un bumerang. Hospitales y salas de terapia intensiva deben estar repletas. Los recursos farmacológicos y de soporte vital podrían estarse agotando.
Si el órgano oficial dice que la epidemia está controlada y que casi no hay fallecidos, la percepción de riesgo disminuye. A ello se le suman las largas filas para conseguir alimentos, y lo que llaman indisciplina social, que no es otra cosa que 60 años de miserias y costumbres marginales socializadas, así como de combatir rezagos pequeño burgueses. Le han sembrado al pueblo en el inconsciente que la salud pública es un deber del Estado, y no una responsabilidad, primero, del ciudadano. Ahí están las consecuencias.
Conociendo que esa manera de enfrentar la epidemia no es nueva ni va a cambiar, estamos ante un drama humano de proporciones apocalípticas. La única solución, para quienes queremos a Cuba, es permitir la ayuda médica humanitaria. No enviar una caja de aspirinas para salir en las noticias. Poco importa si el régimen vende una parte en dólares a los extranjeros mientras al ciudadano común llegue con qué aliviar el dolor de cabeza. Que cada cubano tenga su aspirina daltoniana, porque el comunismo, glosando al poeta, es un dolor de cabeza del tamaño del Sol.
Es la hora, como dice el Evangelio, de que nuestra mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Una flotilla de barcos con vacunas, medicamentos y equipos debería navegar hacia la Isla, no como desafío, sino como un gesto de buena voluntad. Pero hay que contar con los secuestradores. Prescindir de ellos, creer que no existen, además de tonto, ilusorio y humillante, pone la política por delante de la salud. No se hace política con la vida de nuestros hermanos. Nosotros no hacemos eso.
¿Qué paso con la recogida de alimentos que se envió para allá? No se sabe más nada. ¿Lo entregaron? ¿Qué paso? El problema como siempre no es aquí, es allá. Espero que puedan leer este artículo allá.
Puestos a eso, si los barcos con las vacunas vienen proveidos por la "mafia terrorista de miami", los militarotes cubanos congelarán el despacho de esos contenedores.
Cuando pase un tiempo prudencial en el que deje de ser noticia: los "malnacidos por error" clamando su entrega al pueblo, la OMS y la ONU mirando hacia otro lado y la Unión Europea diciendo que se politiza la ayuda, entonces harán así y se la venderán al mejor postor del mercado internacional.
El dinero resultante irá a cualquier paraíso fiscal, listo para ser vacilado por los Castro.
62 años, señor Almagro, han probado que el pueblo no les interesa para nada a casi ningún político, menos a los mayorales de Cuba.