Quizás nunca tuve que copiar en primaria como castigo un cuento kilométrico llamado "El cochinito descontento". Puede que el nombre no haya sido ese. Pero lo que si no se olvidada era la amenaza de la maestra Makárenko: el niño majadero debía hacer varias copias de un relato sobre la vida de un cerdito infeliz.
También por esa época los cerdos reales sufrieron la fiebre porcina africana, y parece que no fue un cuento: medio millón de animales fueron sacrificados; para pasar a una provincia o de un pueblo a otro había que chapotear los zapatos sobre unos sacos embebidos en formol que destupían la nariz más revolucionaria.
La historia oficial narra que la tenebrosa CIA modificó el virus para introducirlo en la Isla a través de aves. Otra versión, tomada de una fuente anónima, implicaba a rocambolescos agentes norteamericanos entregando el veneno en el Canal de Panamá a infiltrados en la Isla. Solo que eso sucedió en 1971, mientras la peste porcina se conocía en África desde principios de siglo. En Europa ya había causado estragos en los años 60. República Dominicana, Brasil y Haití padecieron la enfermedad después de Cuba. Hasta ahora no han demandado a quienes, según la inteligencia castrista, prepararon el virus en Fort Gulick, base militar en el Canal.
La noticia de que la carne de cerdo escaseará en la Isla es difícil de creer si no hubiera sido dada por el ministro de Agricultura en persona. Esta vez el titular del ministerio más vapuleado durante medio siglo junto al de Transporte, ha declarado que el régimen debe priorizar la alimentación de las gallinas ponedoras, algo así como resolver el dilema existencial de quién es primero, si el huevo o el cerdo.
"No hay pienso pa' tanta gente", pudo decir el ingeniero agrónomo y exmilitar Gustavo Rodríguez Rollero. La declaración oficial del Grupo Empresarial Ganadero señala, además, que debido al embargo —él usa, por supuesto, la palabra bloqueo— se han recortado en un 50% los suministros para piensos.
Pero veamos algunas curiosidades porcinas. El cerdo negro criollo cubano puede ser considerado casi como raza autóctona con 500 años de historia. Según Rollero y colaboradores, tiene mucho en común con el cerdo ibérico y el mestizaje posterior con razas como Duroc y Hampshire. El puerco, cochino, o macho de la Isla es corpulento, orejón y pelón, de mucha grasa, resistente al calor y a la humedad del trópico. Lo mejor del cerdo cubano criollo fue su adaptación al palmiche, como sus primos peninsulares a las bellotas, y así su grasa y carne toman una consistencia y un sabor exquisitos. Cuando falta el palmiche o es poco, el puerco cubano come cualquier cosa, y no se enferma. Aprendió a comer lo que sobraba —sancocho— de la comida de los campesinos: frutas, viandas, hortalizas, arroz leguminosas, cáscaras —¿de huevo?—.
Tratando de buscarle las cuatro patas al cochino, y como sucedió con las reses, los investigadores-inventores-racionalizadores comenzaron a importar y mezclar razas y piensos. El cerdo negro criollo cubano ya no era ni negro, ni criollo y sí demasiado cubano. El palmiche, la miel de purga, la caña de azúcar, las cáscaras y otros desechos fueron desechados. Después del referido porquicidio de los años 70, la estabilidad del suministro de carne de cerdo, tanto por la libreta como por la libre ha ido de irregular a inaccesible por sus precios.
Por si el desastre fuera poco, y la cría de cerdos no demandara dedicación a pesar de su alta productividad —en tres meses puede disfrutarse un cerdito de 50-60 libras—, desde hace un par de años el régimen, en vez de estimular la producción, se ha empeñado en disminuirla. Empeño es la palabra justa: no dejan trabajar a los porquerizos. Al topar los precios, los criadores no obtienen ganancias, lo cual los lleva a bordear la ilegalidad para conseguir los piensos y los desaparecidos palmiche, miel de purga y caña de azúcar molida (en Cuba hoy muelen apenas medio centenar de ingenios del triple que había seis décadas atrás).
En esa avanzada destructiva, peor que la peor de las fiebres porcinas, está la batida a la ilegalidad. El caso de Bismar Rodríguez Pérez, el mayor productor de porcinos en Holguín, fue muy famoso y ejemplarizante. Bismar logró abastecer de carne de cerdo a un extenso territorio, siendo un productor individual, y a medida que crecía —y se involucraban personeros del Partido y el Gobierno— surgió la inevitable práctica socialfeudalista de quedarse tuerto para ver al otro ciego. Bismar terminó en la cárcel.
¿Por qué no aprovechar el talento y la dedicación del joven, y legalizar su negocio, extenderlo? ¿Por qué hay que castigar con saña al que saca la cabeza? ¿Quién decide darles pienso a las gallinas y no a los cerdos? ¿Cuándo los cubanos votaron por el huevo en contra del jamón y la pierna asada? Y si alguien es alérgico a la avidina, proteína en la clara del huevo, ¿qué come?
¿En qué momento comenzarán a respetar a los cubanos, y no decidirán por ellos, incluyendo el muy humano derecho a comer lo que se desea y no lo que se "echa" en las bodegas? ¿De qué soberanía alimentaria hablan si no hay ni sobras para los puercos?
No recuerdo si el cuento se llamaba "El cochinito descontento". Lo que sé es que los cerdos cubanos están muy molestos, para escribir una palabra publicable. Tan enojados que, como en Rebelión en la granja, no volverán a estar en la mesa de los cubanos. Y todo porque, según los dirigentes, no hay pienso para ellos. No sería raro encontrar un cerdo cartesiano cuya escuela filosófica la resumiría en la frase "No pienso, luego, no existo".
Este texto apareció en el blog Habaneciendo. Se reproduce con autorización del autor.
Esos pobres cochinitos se ven muy tristes, porque les han puesto el nombre de esos hijos de pxxx
Esa carne grasosa afecta al colesterol malo, esa es la filosofía del problema