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Opinión

La bolsa (negra) y la vida

En la guerra mediática 'contra la corrupción' que se ha desatado en Cuba hay un peligro fatal para el régimen.

Miami
Ilustración.
Ilustración. EATER

Es bien conocido que el sistema socialista de corte estalinista no puede funcionar sin el comodín de la corrupción y el robo. La historia, madre y maestra, nos cuenta que, en los países de mayor desarrollo del otrora campo socialista, Alemania, Checoslovaquia, Hungría o la misma Unión Soviética, la llamada "bolsa negra", economía sumergida o cualquier otro epíteto delator, era una suerte de buffer, de tampón: la manera en que la reacción marxista económica se mantenía en frágil equilibrio.

También que, como toda sustancia equilibrante, tan pronto la negritud mercantilista sobrepasó cierto nivel —más del 40 % de la economía total— inclinó la débil proporción de solutos y disolventes hacia otra cualidad: el capitalismo. Dotada de una improductividad congénita, la economía planificada y la estatización de los servicios hace que emerjan competidores de las más disimiles actividades y pelajes.

Los bolsones negros son como agujeros negros económicos donde se concentra toda la energía de quienes quieren producir y no los dejan, o quienes nada producen, pero igual los deben dejar. El desgobierno debe permitirlos porque gracias a esa masa oscura el ciudadano común sobrevive. De no ser por el colapso gravitatorio del sistema socialista, en muchas ocasiones no habría pasta de dientes, ajos ni camisa de mangas largas que ponerse.

Lo sabe bien el desgobierno: hay que darle un chance a la masa elevada y densa que gravita, imperceptible, en la improductividad y de la que nadie puede escapar, a veces ni la luz del mejor comunista. Seres humanos al fin, aunque deshumanizadores en su práctica real, los dirigentes comunistas también gustan de tener buen aliento y a la vez comer ajo, o ir a la fiesta de graduación de sus hijos con una camisa de vestir.

El por qué en estos días arrecia en Cuba la persecución de quienes han mantenido, en buena medida, a flote el escorado barco del socialismo insular tiene varias explicaciones, la mayoría de índole sociológica. Inspectores y policías saben bien que los decomisos no alcanzan para alimentar una cuadra, reparar una pequeña unidad de taxis municipales. Lo importante es el hecho. El golpe psicológico: hay que enseñar los instrumentos. Y a la usanza medieval, las confesiones en público deben atemorizar a los siervos de la gleba: esto te sucederá si escondes y vendes lo que pertenece solo al Señor.

El retroceso histórico que es el socialismo-feudal o totalitarismo feudalista comienza a romperse cuando quienes tienen el poder, y lo ejercen con asfixiante verticalidad, son incapaces de repartir, con cierta decencia, la miseria que producen de manera natural. Cuando, sin la astucia ni el blasón de la guerra, los herederos del poder se olvidan de conjugar el verbo resolver: tu resuelves, yo resuelvo y así todos resolvemos.

Es simple clase de historia. En el instante que los siervos, agobiados, se apropien de una buena cantidad de los granos y los animales que deben entregar al dueño-de-todo, y los comercialicen fuera de sus predios, estarán enfrentando a un mayoral llamado Estado, y habrán retado a muerte los dogmas de una Iglesia conocida como Partido Comunista.

Desgraciadamente, a la ejecución pública de los acaparadores, de los neocapitalistas, asiste la masa con vítores y aplausos cuando las cabezas ruedan a la cesta; olvidan al decapitado por el cual sus hijos pudieron tomar sopa de pollo el día que hervían de fiebre. Para la masa, los que cuelgan, los descabezados, son los únicos culpables. Si ellos mueren o son encerrados en las mazmorras, habrá fiesta, pan y vino de sobra para todos.

Pero aun faltando alguien a quien culpar, afuera siempre hay un chivo esperando por culpas: el vecino exitoso, un antiguo amigo, el que hizo bien las cosas. La envidia es el combustible para quemar las más bajas pasiones; hacer que el hambriento vea en un refrigerador clandestino la carne que no comerá mientras viva; en un almacén privado los repuestos del automóvil que se pudre en el patio, premio por haber entregado su saber en tierras ajenas.

El peligro de la nueva ofensiva contrarrevolucionaria es que la Isla está a un tantico así del estallido social. Si al cubano sin ruedas le quitan el hombre-de-los-huevos, el que trae la oncita de café para amanecer, y quien de madrugada en la panadería le deja caer la librita de harina para hacer sus pizas, la fórmula socialista se desplazara, inevitablemente, hacia un Maleconazo de grandes proporciones.

De modo inverso, si frente a la galopante improductividad el régimen permite crecer los agujeros negros, la ecuación sociofeudalista dará pasos acelerados hacia una sociedad de mercado. Lo que sucede ahora en esa plantación llamada Cuba es muy grave. El régimen no puede ganar-ganar. Solo es posible ganar perdiendo algo. O ceder poder para negociar después.

Pero ni eso quieren. Es fácil advertirlo en la ofensiva contra la economía sumergida, y la retórica antiyanqui, desaforadamente mentirosa, risible si no fuera por la manera poco profesional en que se desarrolla. Hay familiares en la Isla muy preocupados por los de acá: en Estados Unidos no hay carne de res, reina el caos en hospitales y calles, y asesinan afroamericanos en masa como en tiempos de Charles Lynch (SIC).

Las generaciones de señores sociofeudalistas insulares anteriores no enfrentaron el desafío de una improductividad tan generalizada, que no les prestaran ni un quilo, la absoluta dependencia de un socio a punto de fenecer. Tampoco tuvieron un enemigo infalible como internet, ni una pandemia paralizante. Eran capaces de hacer fintas, de parecer listos, de hablar con simulada humildad. No usaban muletillas, gerundios, prosopopeyas. Sus consignas eran originales, nada de continuidades.

La gente comía de la bolsa, bien negra, y ellos, los mandantes, decían que era blanca, bien blanca, impoluta. Y la masa se lo creía. Pero esta vez es diferente. Aunque los herederos del desastre quieran ignorarlo, el pueblo cubano sabe hoy que en la bolsa negra le va la vida.

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5 comentarios

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Profile picture for user Peña Tico

Que se cuide bien el que vende piedras de fosforeras

Profile picture for user EL BOBO DE LA YUCA

No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interes - Adam Smith

Profile picture for user Espinoza

100% de acuerdo con el articulo. Todavia hay gente (y cada dia mas) en Espanna , Latinoamerica y US que creen que pueden crear una economia donde la "solidaridad" es la motivacion humana para trabajar ; lo unico que lograran seran dos cosas escasez y bolsa negra, lo unico que conseguira el que trabaja , un salario solidario que no alcanza para nada. La solidaridad es una falsa premisa para crear riqueza , y es a su vez la prision mental en la que esta recluida la conciencia social de los cubanos que no les deja cambiar y que tiene enquistado en el poder a un grupo de chantajeadores moralizante.

Profile picture for user Ares I

Vaya Espinoza, picaste cerca: la base ideológica del socialismo es que la gente trabaja y contribuye no por un salario, sino por el bienestar común, y como todos "son iguales" te debe tener sin cuidado que aunque trabajes y seas brillante, tengas lo mismo que el borrachin o el dirigente descarado que duermen la mañana.
El resto de la muela marxista sobre la propiedad social nos lo sabemos muy bien los cubanos, pero esa es la gran equivocación: esa muela, base ideológica de todo el edificio, contradice la misma naturaleza humana.

Profile picture for user Espinoza

Asi es, generalmente los propagandistas de eso de que al hombre le gusta trabajar por altruismo , es un intelectualoide que se levanta a la hora que le da la gana y "trabaja" en la oficina del "nada que hacer" y para vivir del cuento necesita hacer creer a los demas esa desnaturalizada ideologia