Salir de La Habana significa, en una ganancia lezamiana, un viaje hipertélico. Un extra de lo posible y lo imposible. El ir más allá no representa una simple transgresión o ruptura/divorcio, sino una labranza hacia la forzada extensión. No en vano el hecho de irrumpir en el mar sea el símbolo por excelencia de la emigración. Lo cierto es que dentro del territorio nacional no hay escapatorias, sino sutiles cambios de rollos, pero el mismo al fin.
Paramos en el Cupet de Jagüey Grande para estirar los pies y comer algo. Mi padre abre el capó para que el Lada se refresque. Yo voy a la cafetería y salgo con las manos ocupadas y observo cómo un ruso y familia miran hacia el interior del carro destapado/desnudo. Qué puede sentir un auto, fuera de su tiempo y de su destino. Yo sentí vergüenza, de ver cómo el ruso se identificaba con el dinosaurio soviético y sonreía con cierta malicia, como quién se acuerda de la complicidad del otro. Ese otro que fue económico, que fue funcional, sobre todo para la policía moscovita, y en consecuencia, para los más destacados militantes del Partido Comunista cubano. Entro al carro y miro al ruso, él me mira como si fuese el lego faltante de aquella ridícula composición. Arrancamos y nos perdimos en la carretera.
En el camino, en la autopista, pensamientos, pulsaciones ¡Es esta carretera La Habana misma! Me vino de pronto con el olor del chapapote recién untado en aquella vía. Tal parecieran espejismos los parches del asfalto como rayas de cebra, los montículos dispersos provocados por el mal acoplamiento y distribución de la masa impermeabilizadora, o los baches, los milenarios huecos. Ahí estaba La Habana, repitiéndose o siendo su doble fantasmal, no tan diferente, no tan maléfico. Ahí estaba, en ese mismo desgaste y remiendo. En ese carro camuflado de azul azul. Esto es una trampa, pensé, en un arranque esquizoide. Y me venía a la cabeza el cartel que había dejado unos kilómetros atrás, en gran formato, en la arcada de uno de los puentes de la autopista, debido a los 500 años de la ciudad, "La Habana Real y Maravillosa". Definitivamente una trampa, una trama de David Lynch, a la que debería dedicarle algunos de estos textos.