Situemos que La Habana es una serie de HBO. Una que comienza a mediados del pasado siglo, recrea el esplendor de una ciudad, y luego adopta un giro inesperado. A partir de ahí, La Habana, entrará en un raro eclipse, en una suerte de reformatorio que la conducirá a otra vida.
Asistimos, entonces, a una ciudad que se evapora. El atractivo visual de inicio se va deformando. La gente se convierte en espectros. En eternos caminantes que se reúnen a repetir consignas. Parece un remake de Resident Evil o de The Walking Dead. Pero es todo lo contrario: esas historias son una parodia de lo que en realidad ocurrió en La Habana.
La Habana como un guion apocalíptico.
Hay una ciudad fantasma. Una ciudad dentro de otra ciudad. La historia de un antes y un después. El presente aplastando el pasado. Surgiendo a la ruina del antes. Dos ciudades en un mismo cuerpo decrépito: una es el trauma físico y la otra es la pobreza espiritual. Hay dos ciudades que se contradicen. La Habana es esa contradicción. Es esa negación perpetua. El imaginario de dos ciudades irreconciliables, en plena disputa.
El viajero se expone a una idea, a una portada de la ciudad. Ya sea folclórica o exclusiva ejerce sobre el mismo un poder muy fuerte. Lo imanta. No importa donde se hospede el viajero: la ciudad, al cabo, es la misma. La contradicción permanece bajo distintos matices. De un balcón moderno a un caserío improvisado. De una casona colonial a un volumen macizo que recuerda a otra ciudad. De una reliquia del 52 a un SUV de Mercedes Benz. La Habana se trata de esa experiencia discontinua.
Siento nostalgia de esa ciudad que no viví jamás. Rabia de todo lo que me fue negado. Lástima de una ciudad que envejeció tan pronto. Con todo a medio hacer. En medio de la ruina, supongo que no tuvo otra opción. La ciudad moderna que fue, se distiende ahora de una manera ecléctica. Sin atisbos de un presente afortunado.
La ciudad de cinco siglos que se torna más vieja y vencida que Roma. Una ciudad derrotada por la conspiración, que no por el tiempo. Ciudad apocalíptica que sobrevive como un experimento histórico.
Poner a un lado los vicios de escriba, y adentrarme en el intercambio de pesares que se da entre La Habana y los habaneros.
Narrar esta ciudad desde hoy. Plasmar su biografía apócrifa. Tomármela en serio.