¿Qué ocurre en Cuba cuando un joven acaba sus estudios y quiere empezar a desarrollar su profesión? ¿Tiene libertad para hacerlo? ¿Puede hacerlo en cualquier sitio?
En el paraíso de la educación pública, considerada por los comunistas como uno de los grandes logros de su revolución, los problemas se han ido acumulando cuando llega ese momento. Y si no, que se lo pregunten a Margarita González, ministra de Trabajo y Seguridad Social, que hace unos días se encontró con el mal trago de tener que explicar en el primer consejo de ministros de Díaz-Canel lo que llaman "propuesta sobre la asignación de graduados formados en los centros adscriptos al Ministerio de Educación Superior en el curso diurno 2017-2018".
En Cuba, cuando se finalizan los estudios, no se accede de forma inmediata al mercado laboral sino que el régimen obliga a que los jóvenes pasen un período "formativo" en los organismos de la administración central del Estado y los consejos de la administración provinciales, que previamente formulan sus demandas al Ministerio de Trabajo para que sean atendidas. De ese modo es como los comunistas manejan los procesos de transición laboral que, en cualquier otro sistema económico, funciona de forma completamente diferente. Y además, con esa obsesión por la planificación, lo hacen para un período de dos años en que los jóvenes universitarios o profesionales se ven obligados a mantenerse en esos puestos del sector estatal.
A mí se me ocurre que este tipo de actuaciones, en un régimen totalitario como el cubano, tiene varios objetivos.
Primero, dejar claro a los jóvenes que comienzan a desarrollar su actividad profesional quién es el que manda en Cuba. Por si no lo tenían claro, el Estado se convierte en el empleador, quien va a determinar el curso de sus carreras profesionales. El aviso es muy claro, y es fácil de percibir por los estudiantes cubanos que se gradúan cada año en las universidades. A todos les queda claro el mensaje a partir de ese momento y sus vidas laborales, salvo sucesos trascendentales, se mantiene en el ritmo y la monotonía inicial.
Segundo, domar a esos mismos jóvenes que salen de los estudios con ímpetu, fuerza, dinamismo y ganas de llevar a la práctica lo aprendido y que, sin embargo, van a consumir dos años largos de su vida en ocupaciones de difícil encaje en el sistema productivo, que suponen más un entretenimiento de control político que una tarea realmente productiva.
Y tercero, evitar que esos profesionales se muevan hacia las actividades privadas y por cuenta propia, donde la productividad del trabajo es inmensamente superior a la obtenida en el Estado, y por tanto supone salarios igualmente mayores. Durante décadas en Cuba ese análisis de contraste era impensable, pero la aparición de los esforzados cuentapropistas ha servido para realizar una comparación que no admite cuestión. En lo privado se gana más y mejor.
No es extraño que esta cuestión generase un amplio debate entre los asistentes a la reunión del consejo de ministros de Díaz-Canel, como recogió Granma, y que se hiciera referencia por algunos a "la baja satisfacción de las necesidades en actividades como la Economía y el Derecho".
Más claro, blanco y en botella.
Díaz-Canel, que se entrena en estas lides, pero que algo debe saber del cocido, dijo que los jefes de las entidades deben prestar la máxima atención a los recién graduados para que permanezcan en sus plazas. Debe ser difícil conseguir este objetivo cuando una labor de estas características se eleva al nivel superior de las organizaciones. Lo normal en cualquier parte del mundo es que los recién ingresados en las empresas tengan un tutor o un supervisor que analice y atienda sus necesidades. En Cuba, Díaz-Canel quiere que los directivos sean los responsables de esta tarea. ¿No creen que debe estar ocurriendo algo raro?
La crónica de Granma señala que "más allá del salario, que es un problema real, influye la responsabilidad que se les asigne, que se sientan comprometidos con la tarea que realizan y se compartan con ellos las decisiones, pues en no todos los lugares tienen el apoyo necesario".
Este es el quid de la cuestión. La adscripción de titulados universitarios a empleos en el Estado se interpreta por muchos jóvenes como una absoluta pérdida de tiempo, que se encuentran con la mediocridad burocrática del régimen, en su aparato estatal, cuando ellos están soñando probablemente con otro mundo distinto.
Y como ocurre casi siempre en la historia, desde 1959 dos o tres generaciones de cubanos aguantaron estos procesos porque no les quedó más remedio, pero los millennials cubanos, a esos a los que la revolución quiere que defiendan e imiten a Raúl y Fidel, me da la sensación que todo esto les importa un bledo. Y que al igual que los jóvenes de todo el mundo, quieren vivir mejor, en libertad y sin ataduras. Desarrollar sus proyectos de vida libremente y dejarse de tanto desfile, guardias revolucionarias y demás boberías comunistas. En definitiva, quieren otro sistema.
De ahí la preocupación de Díaz-Canel por el control. Y que ninguna de las explicaciones ofrecidas en la reunión calmaran los ánimos. La cosa se está poniendo fea, y es fácil identificar los elementos de ruptura que ya están más cerca de lo que creemos.
Ni Díaz-Canel, ni José Ramón Saborido, ni tampoco Ena Elsa Velázquez, ni Margarita González tienen respuesta para hacer frente a la tensión entre los jóvenes titulados que pierden su tiempo en los empleos aburridos que les ofrece el Estado para completar, según creen las autoridades, sus conocimientos y cualificaciones. Perdidos en este tipo de cuestiones, deberían echar un vistazo a lo que ocurre en otros países, y tal vez obtendrían la respuesta, al comprobar que el modelo que ellos han creado simplemente ya no sirve, y pide mucho más que los llamados Lineamientos o cualquier otro parche.
La asignación de graduados hace agua. Los jóvenes cubanos quieren participar de los empleos bien retribuidos en el turismo o en las zonas especiales. Y si no, marcharse al extranjero donde podrán ganar más dinero, ser libres y felices. Insisto, Díaz-Canel cree que este es un problema de gestión de recursos humanos y que se puede resolver por los directivos de las empresas. Está equivocado. Si escuchara a los jóvenes, sabría lo que tiene que hacer.