Se ha convertido en una situación cotidiana en Cuba que el propio presidente o un ministro se comporten y hablen como matones de cuarta categoría. Un jefe de Estado de lenguaje deficiente y poco refinado, y unos ministros que día a día demuestran sus incompetencias en publico, ponen de manifiesto no solo el carácter antidemocrático del régimen, sino también su marcado sentido antimeritocrático y anticompetitivo.
El accionar público de estos lideres contradice la lógica del funcionamiento de cualquier estructura de gobierno, donde quienes toman decisiones deben comportarse como miembros de una cofradía que resalte por sus méritos y educación.
¿Pero cómo se explica que un país con cifras oficiales de educación formal tan elevadas pueda generar líderes con actitudes publicas y privadas tan lamentables, mientras sus resultados en el accionar de gobierno se caracterizan por su ineficiencia en el manejo de las políticas públicas?
La respuesta pudiera encontrarse en la propia historia, con la adopción de un Estado de partido único tipo leninista tras el triunfo de la revolución. Este modelo, desarrollado por primera vez por Lenin en Rusia a partir de 1917, subordinaba tanto al electorado como al gobierno a la organización de un partido político con poderes absolutos, con modificaciones que hizo el líder ruso del pensamiento marxista que se centraron en elementos relativamente poco desarrollados de organización y liderazgo. Lenin añadiría al marxismo una teoría del partido de élite como organizador de la revolución proletaria que daría al traste con el Estado burgués.
Como en la Rusia de Lenin, con el advenimiento de la revolución cubana se dieron pasos importantes hacia la destrucción del Estado liberal burgués, que en 1958 estaba controlado por un régimen tiránico y corrupto, pero que aún permitía cierto pluralismo político y el funcionamiento de instituciones independientes, tanto estatales como no gubernamentales. Dichas instituciones fueron eliminadas por un gobierno personalista, basado en la figura de un líder todopoderoso y omnipresente, que en poco tiempo asumió en su totalidad el modelo leninista de Estado controlado por un partido único.
La fuerza rectora de la sociedad
El Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, que en 1965 se convierte en el Partido Comunista de Cuba, no solo ilegalizó a cualquier otra organización política, sino que en el artículo 5 de la Constitución aprobada en 1976, se reconoció a sí mismo como "la fuerza rectora superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia las altas metas de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista".
En este modelo leninista cubano, las instituciones del Partido y del Estado fueron unificadas bajo el control del primero, lo que posibilitó a los funcionarios partidistas ocupar la casi totalidad de los cargos públicos. Así, estos controlarían estrictamente las nominaciones a cualquier cargo; de hecho, con frecuencia habría un solo candidato por puesto. Además, los funcionarios del Partido ejercerían la prerrogativa de reclamar el cargo que fuese. Y en las raras ocasiones en que el cargo se les escapara, su ocupante era vigilado de cerca por funcionarios partidistas.
Al mismo tiempo de imponer el modelo leninista, el sistema político dictatorial cubano se vanaglorió de ser democrático bajo dos fundamentos: uno de carácter electoral y otro de índole organizativa.
En lo electoral, se erigiría un sistema de sufragio con resultados predeterminados por el Partido, que comenzó a nombrar representantes al llamado Poder Popular. En este amañado sistema de elecciones a representantes de este Poder Popular sería siempre el Partido quien autorizaría y validaría formalmente a quienes ocupan cargos públicos. Estas pseudoelecciones se caracterizarían históricamente por una participación forzada de votantes extraordinariamente alta y el respaldo virtualmente unánime a los nominados, lo que ha servido para justificar por el régimen cualquier reclamo de legitimación popular.
En el plano organizativo, el sistema político cubano de partido único comenzó a operar bajo las normas teóricas del centralismo democrático: el partido único solo se rinde cuenta a sí mismo; la disciplina del Partido es estrictamente incuestionable; y las minorías se subordinan a la mayoría, por lo que las políticas determinadas por los funcionarios de nivel superior serían vinculantes para los niveles inferiores. Esto ha producido una total ausencia de competencia basada en méritos en todo el sistema administrativo del Gobierno cubano, y una cultura política de no cuestionar a superiores bajo un sistema de férreo ordeno y mando.
Esta subordinación a un “centralismo” controlado por el partido único eliminó de un plumazo toda posibilidad de competencia basada en méritos para acceder a un puesto de liderazgo dentro del Estado cubano. A diferencia de los sistemas democráticos, o los sistemas semidemocráticos —como el cubano de antes de 1959— donde las elecciones proporcionan el foro para la sucesión de líderes y los medios de legitimación popular, y donde las constituciones estipulan que estas elecciones se realicen a intervalos periódicos que limiten la permanencia de los funcionarios, el proceso de sucesión del modelo cubano de partido leninista único tiene lugar exclusivamente dentro de los límites definidos por el propio Partido. Se elimina el modelo competitivo de ascenso a la burocracia estatal por uno no competitivo, basado en la lealtad partidaria como único requisito.
En el modelo cubano post 1959 el acceso a puestos de dirección en los organismos del Estado, los tribunales, las universidades, las empresas (todas estatizadas) y las organizaciones no gubernamentales (ahora llamadas de masa y asimiladas por el Partido de gobierno) no recae en los más trabajadores ni en los más capaces: es un acceso reservado exclusivamente para los más leales a las políticas del partido único. De esta manera, los individuos no logran ascender por talento, méritos propios o trabajo abnegado, sino porque están dispuestos a ajustarse a las reglas del Partido.
Aunque esas reglas han variado en diferentes momentos de la llamada revolución, han sido consistentes en ciertos aspectos.
La oligarquía partidista
Por lo general, las reglas excluyeron en un inicio a la antigua élite gobernante y a sus hijos, o a los abiertamente opuestos al sistema político. En algún momento excluyeron también a creyentes religiosos, mientras en teoría favorecían a la clase trabajadora. En realidad, solo han favorecido a quienes han profesado fe en voz alta al Partido, asisten a las reuniones del mismo y de los Comités de Defensa de la Revolución y participan en demostraciones públicas de apoyo al régimen e incluso de repudio a sus detractores; es decir, aquellas personas que están dispuestas a todo en nombre del Partido.
Se conformó entonces en Cuba una nueva oligarquía partidista que, a diferencia de las oligarquías ordinarias a lo largo de la historia, ha permitido la movilidad ascendente: los verdaderos fieles al sistema de partido único pueden avanzar socialmente. Estos son por lo general personas oportunistas, que aceptan acríticamente órdenes, cualquiera que estas sean, y que además poseen un resentimiento hacia todo lo que contradice la visión monolítica del Estado que ellos representan.
Como observó la filósofa Hannah Arendt, la atracción hacia el autoritarismo de personas que se sienten resentidas o fracasadas, "reemplaza invariablemente a todos los talentos de primer nivel, independientemente de sus simpatías, con esos chiflados y tontos cuya falta de inteligencia y creatividad sigue siendo la mejor garantía de su lealtad".
Esta oligarquía partidista a la cubana —desde su pedestal de poder adquirido no por méritos propios, talento o trabajo abnegado, sino por una fidelidad perruna a un Partido Comunista que clama constitucionalmente el liderazgo social—, ha conducido a Cuba al mayor estado de depauperación social y económica desde la fundación del país como república. Por ello no debe sorprendernos que un ministro, nada más que de Cultura, con su voluminosa barriga y su guayabera, se comporte como un vulgar delincuente de barrio, golpeando a un periodista, o que el presidente diga que "no faltan los mal nacidos por error en Cuba, que pueden ser peores que el enemigo que la ataca".
Las conclusiones son obvias: los actuales funcionarios cubanos son un reflejo del modelo antidemocrático, anticompetitivo y antimeritocrático de partido único. Este debe ser suprimido, cuanto antes mejor, por el bien de la nación cubana. El país merece mejores gobernantes, personas capaces, con méritos probados y elegidas en sufragios libres, competitivos y pluripartidistas. Esos deben ser los llamados a dirigir el destino de Cuba.
Si sumamos la hipocrecia de cada uno de esa cupula castrista,el total seria equivalente a la hipocrecia de America Latina , que banda de mafiosos mas denigrante para rendirle tributo a Jode Marti que si estuviera vivo armaria una revolucion para elim inarlos ,ellos ,el gobierno representan todo por lo que Marti ,Maceo y otros ya los habrian eliminado saneando la bendita tierra de los cubanos.
Muy buen análisis. Me gustan los artículos del autor, siempre muy didácticos. Tiene mucha razón, Cuba empezó a morir como nación con la subida al poder de Cagandante y la imposición de un sistema de gobierno copiado del sistema soviético, con su partido único. Ahora la pregunta de los 10 millones es cuando saldremos de estos bandidos.
No es que el régimen dictatorial y totalitario que desgobierna en Cuba no sea eficiente es que su estilo de gobernar es sumamente abusivo , despiadado y cruel con su pueblo noble y sumiso y para eso no necesita la crítica de nadie de que es o no es eficiente a la hora de golpear , ofender, humillar , torturar y hasta matar porque es lo único que hace y lo hace bien , muy bien...
Mike, enfoca eso que dices como una escalada: ellos son abusivos mientras se lo permitan. Si en un principio le das un parón al abusador o este se percata de que no se lo dejan pasar así de facilito, entonces baja la parada o busca otra estrategia. Ya ellos llevan 60 años de abuso, y han visto que les funciona, pero también su contraparte ha asimilado y se han dejado.
Muy buena explicación de la cadena de mando socialista. Esto era así en todos los países comunistas, y a todos los niveles, no solo ministros.
El director de una empresa a nivel municipal, o un organismo o de lo que fuese, casi nunca era el tipo mas capaz, ni mas inteligente, ni más creativo, sino el más perrón comecandela y casi siempre un resentido hp.
Y así a todas las escalas, mientras más alto el cargo, más grande la hidep. No es de extrañar la ineficiencia y torpeza de la empresa socialista.