Ante el abismo cubano, puentes desde la oposición

La situación económica y humana en Cuba ha alcanzado tal gravedad que a nadie le sorprendería si sobreviene un súbito quiebre del orden civil. Frecuentes protestas ciudadanas y creciente violencia criminal anuncian que, a ritmo vertiginoso, el castrismo transita hacia un estado fallido. Cuba ya no es aquella isla de corcho, resistente, que en 1936 describiera el economista Luis Machado. Hoy el país, bloqueado por su propio Gobierno, se hunde en un abismo de desesperanza.

Es imprudente contemplar esta tragedia impávidamente, cuando todo apunta a la insostenibilidad de una situación torpe y maliciosamente conducida por el Partido Comunista, incapaz de detener el descalabro o atenuar una crisis que en cualquier momento puede conducir a un evento inesperado e incontrolable, que tristemente desemboque en un cambio que nos aleje aún más de esa república soberana, próspera y democrática largamente ansiada.

No debe dejarse el futuro de la nación al azar, pues la libertad no se juega a los dados ni la democracia surge automáticamente. Hay que crearlas partiendo de abandonar la idea de que el castrismo caerá como Batista, pues no parece que esta vez tengamos borrón y cuenta nueva, sino trabajo duro y compromisos en una transición de tira y afloja.

Aunque apostar al surgimiento de un Gorbachov antillano no es serio, pues el futuro debe confiársele a instituciones y no a personas, sí es lógico pensar que muchos miembros del Gobierno actual están disgustados con la sangría material, humana y espiritual que sufre la nación y, descontentos ante la falta de iniciativa de sus superiores, desean y estarían dispuestos a empeñarse en un cambio de régimen.

Desconocemos cuánto descontento existe en el Gobierno y su burocracia partidista y militar, porque la represión y la falta de libertad de expresión en Cuba es más feroz mientras más cerca se está al poder, algo que condena al propio sistema a la inoperancia y alienación de la realidad.

Pero para una transición, no debe descartarse la importancia de esos que en diferentes estratos gubernamentales callan por miedo, pero anhelan un cambio. Lograr su colaboración, lograr que socaven el castrismo desde dentro, debería ser una de las prioridades de las organizaciones opositoras.

Sobrepasa la dimensión de un artículo concretar las medidas necesarias para, desde la oposición, atraer hacia el esfuerzo por una Cuba libre la colaboración de hoy connotados castristas, pero no se podrá avanzar en este sentido sin una propuesta creíble y factible de transición sin violencia ni intervenciones foráneas, sin un declarado espíritu de reconciliación y perdón que, incluso, sea poco riguroso —excepto con los represores más notorios y los castristas más abyectos— en cuanto a aplicación de justicia y confiscación de bienes acumulados mediante malversación al amparo del actual régimen.

Por más que duela que a muchos les salga gratis y hasta rentable el haber sido parte de la dictadura, la prioridad no debe ser la justicia punitiva, sino darle justicia a todo un pueblo que vive sojuzgado y por ello pobre de alma y cuerpo. Si desde la oposición se logra despejar los miedos de quienes se mantienen del lado del castrismo, solo porque sus pecados no les permiten otra opción, las filas castristas dejarían de estar tan unidas y veríamos más deserciones importantes y, lo principal, llegado el momento, los apoyos del núcleo duro e imperdonable de la mafia que nos ha torturado durante 65 años serían menos monolíticos y tendrían mejor disposición a abandonarles.

Aunque a día de hoy desconozcamos quién en el Comité Central, en la dirección del Partido de alguna provincia o municipio, quién en el MINFAR o en alguna unidad militar o policial grande, quién de la contrainteligencia o la Seguridad del Estado pueda y quiera dañar al castrismo desde dentro, vale la pena que la oposición lance puentes e invite a esos hoy anónimos a ganarse el derecho de transitar la pasarela hacia un perdón que no se ganará solo por huir como rata de un barco que se hunde, sino que se merecerá cuando activamente se ayuda a su hundimiento.

Ejemplo de esta política de puentes lo acaba de dar la oposición venezolana liderada por María Corina Machado, que durante la campaña no llamó al castigo de la mafia chavista ni promulgó el odio contra esos que ahora la persiguen a muerte. Al contrario, el mensaje de los líderes de la victoriosa aunque robada oposición venezolana fue siempre el de perdón, integración e incluso diálogo con los más criminales secuaces de Chávez y Maduro, centrados como estaban en el mayor y verdadero objetivo de la oposición: liberar al país.