El término "progresista" sigue usándose de forma genérica en la opinión pública. Con una connotación positiva desde las izquierdas, en contraposición (también simplificadora) a la opción de derecha etiquetada como "reaccionaria". Los recientes eventos electorales de la política española, entre otros, reviven estos usos donde un error conceptual acompaña una intencionalidad política. Un tema lo suficientemente relevante como para animar su discusión.
Progresismo, en tanto narrativa y cosmovisión, remite a la idea de progreso, concebida como proceso de cambios paulatinos y sostenidos en el tiempo que provee innovaciones (técnicas, culturales, productivas, morales) favorables a la existencia humana.
Enmarcados por la Modernidad como época y la Ilustración en tanto movimiento intelectual, las nociones de progreso y progresismo remiten a una filosofía de la historia y un sentido de la existencia humana (individual y colectiva) preñadas de esperanza y optimismo.
Al ubicar el fenómeno dentro de un mapa de cosmovisiones sociales, podemos identificar sus contenidos. Si la polaridad politica contrapone democracia y autocracia (según los principios organizativos del poder); la polaridad ideológica diferencia izquierdas y derechas (a partir de concepciones distintas del desarrollo y justicia sociales); la polaridad cultural diferencia ciertas posturas que consideran naturales las jerarquías entre naciones, clases, razas, géneros, religiones y culturas de aquellas que buscan ampliar el progreso de capacidades y libertades de los distintos sujetos, individuales y colectivos.
Ser progresista supone apostar a lo secular, la diversidad y el pluralismo como atributos y horizontes deseables de la evolución social, dentro y fuera de Occidente. Sin impulsarla mediante una ingeniería social revolucionaria, sin resistirla con la violencia reaccionaria, siendo ambas legados de los totalitarismos, de izquierda y de derecha, del siglo XX.
Ser progresista pasa por reconocer la legitimidad de nuevas demandas sociales, así como la confianza de la acción pública para convertirlas en derechos y empoderar (sin desprecio de sujetos o agendas tradicionales) a sujetos preteridos y/o emergentes. Así, el progresismo habita diversas corrientes ideológicas y actores políticos. Se trata de una noción transideológica, que debe evaluarse por la correspondencia entre promesas y realizaciones, pues las ideologías (en tanto conjuntos de ideas y valores que orientan nuestra percepción y transformación política del mundo), deben ser siempre reconocidas en su diversidad y evaluadas en su concreción.
Los progresos en materia de derechos y capacidades no son monopolio de una ideología particular. Derivan de la acción y consensos logrados en un marco democrático.
La política latinoamericana (en sus dimensiones legales, institucionales y de provisión), muestra que los avances progresistas de beneficio concreto para las sociedades se han producido en países donde las agendas de Gobierno y oposición, aunque guiadas por ideologías distintas, convergían en un entorno democrático.
Progresismo en América Latina
Si evaluamos la realización de elecciones libres y justas (condición básica, aunque no suficiente, para el progreso de la política democrática), los casos de mayor vulneración son tres autocracias "revolucionarias" (Cuba, Nicaragua y Venezuela), acompañadas por populismos conservadores (El Salvador, Guatemala) sacudidos por el personalismo, la violencia criminal y la fragilidad institucional. Gobiernos como los de Argentina, Costa Rica, Chile y Uruguay, con diversa orientación ideológica, han mantenido una calidad adecuada en esos procesos de elección popular.
El reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo (causa progresista emblemática) fue conseguido en Argentina (2010), Brasil (2013), Uruguay (2013), Colombia (2016), Ecuador (2019), Costa Rica (2020) y Chile (2022). Al aprobarse, gobernaban fuerzas de izquierda en los tres primeros países. En los otros cuatro lo hacían formaciones de centro y derecha. Los eventos recientes de criminalización de la comunidad y el activismo LGBT en Venezuela y Cuba coinciden con la homofobia de aquellos liderazgos y movimientos iliberales de la derecha latinoamericana estrechamente aliados al fundamentalismo religioso.
En materia de política pública, en la coyuntura de crisis sanitaria desatada por el Covid-19, los países se distinguieron en cuanto a formas (punitivas o no) de control de los movimientos humanos y la transparencia en el monitoreo de la gestión gubernamental. Siendo el derecho a la vida un criterio esencial para evaluar el progreso, los países punteros en cobertura de vacunación (Argentina, Cuba, Chile, Panamá, Uruguay) poseían, menos la isla caribeña, gobiernos de origen y desempeño democráticos.
Lo político, antes que lo ideológico, parece marcar el horizonte de posibilidad del progresismo realmente existente. Claro que puede usarse el termino entrecomillado, como identificador de agendas y alianzas (geo)políticas particulares (la Internacional Progresista, por ejemplo) pero sin que ello equivalga a endosar la narrativa que identifica palabra y contenido.
Una ruta posible
En una entrevista reciente, un periodista interrogaba a Luis Lacalle Pou, presidente de Uruguay, sobre su postura ante una idea de lo progresista identificada "como concepto político y asociada a la izquierda". A lo cual el presidente contestó: "Me gusta la palabra progreso, y de allí me gusta la palabra progresista […]. No sé si la tiene comprada, alquilada, en usufructo o en comodato".
Tiene razón el mandatario. Como sucede con los derechos humanos, el progresismo realmente existente es un fenómeno transideológico.
Dentro de un contexto nacional y global intrínsecamente plural, los liderazgos, movimientos y programas políticos deben evaluarse con apego a sus realizaciones, no a supuestos normativos autorreferentes. El saldo del último siglo (en términos de libertad, equidad y prosperidad) de las izquierdas y derechas revela que ninguna polaridad puede presumir, a priori y monopólicamente, la encarnación del progreso humano. Este cobra vida en el cruce, dinámico y a ratos conflictivo, de agendas nacidas desde diversos ismos, que hacen de la deliberación, el gradualismo, el consenso y el pluralismo medios para una sociedad mejor. Seguir usando el término progresismo, afirmativa o peyorativamente, como denominación de una sola polaridad política, es una trampa evitable, de la cual podemos liberarnos. Y así liberaremos, de paso, al propio progresismo.
Este artículo apareció originalmente en Diálogo Político. Se reproduce con autorización del autor.
Progreso es que una comunidad no tenga agua y construyan un acueducto; progresismo es quitarle el agua a esa comunidad porque hay animales que no tienen agua
No hay nada más abyecto que proponer algo como especie de camisa de fuerza que sólo sirve para desequilibrar el tablero donde compiten las ideas y el modo de vida.
El verdadero progresismo es que cada persona tenga la libertad y el derecho de expresarse y vivir según sus convicciones religiosas, filosóficas y políticas sin que otro le pueda imponer su forma de vida.
Pero bueno, ya estamos claros por qué nuestros gobernantes quieren modificar ser progresista.
Quienes se sienten "progresistas", viven orgullosos de ser denominados como tal. Los otros, son "reaccionarios". Personalmente respeto la ideología o las tendencias mentales, políticas, psicológicas, sociales de los demás. El gran problema de los "progresistas" no es que ellos lo sean, sino que quieren que todo el mundo comparta sus puntos de vistas. Por ejemplo, usted es religioso (por lo tanto, no es progresista, porque un principio básico de estos es el ateísmo), pues usted "no tiene derecho" a actuar de acuerdo a sus principios religiosos. Si dos homosexuales quieren casarse y usted se niega a hacerles el cake, pues usted es viciosamente atacado. Si usted considera que hay dos géneros, masculino y femenino, pues será también atacado si defiende ese principio. Igual ocurre con el famoso "racismo sistémico".
Conclusión: las minorias ejercen su dictadura.
Eso es el "progresismo".
En Cuba no se trata progresismo surrealista, sino de progresismo virtual, ni siquiera un espejismo, la Izquierda de Latinoamérica se autocomplace, en llamarse progresista, y en realidad sirven de soporte a los dictadorzuelos de turno o los aspirantes a serlo, a veces las disquisiciones filosóficas de whiskey & Soda son peores que una indigestión alimentaria.
Hay corrientes progresistas en todo el planeta: The Employee Retirement Income Security Act of 1974 (ERISA) -tiene obviamente un carácter progresista. Y a mi me gusta un trago 🥃 de whiskey y uno de Heineken.
Es posible crear un espacio para el “progresismo surrealista”. Por ejemplo; en un futuro-democrático, el pueblo cubano demanda programas universales, pero el gobierno está forzado a escoger entre reducir los impuestos para acelerar el crecimiento económico (el país no tiene activos y casi está sin patrimonios), o incrementar la tasa -impositiva para costear los programas universales; malogrando el país en cualquiera de los dos procesos.