Hace nueve meses, cuando tuvo lugar una encarnizada segunda vuelta electoral en Brasil, el Gobierno de Joe Biden le dio un casi inmediato espaldarazo al septuagenario Luiz Inácio Lula da Silva, el gran referente de la izquierda brasileña y latinoamericana que retornaba al poder tras diversas acusaciones de corrupción e incluso largos meses de cárcel.
Según diversos analistas, en la Casa Blanca privó el siguiente axioma: "los enemigos de tus enemigos son tus amigos". El Gobierno de Joe Biden tenía en el entonces presidente Jair Bolsonaro, quien buscaba la reelección el año pasado, a una verdadera piedra en el zapato. El mandatario conservador del país latinoamericano, con más peso geopolítico, nunca ocultó sus simpatías por Donald Trump y desde la Presidencia fue un abierto negacionista del cambio climático y de la pandemia de Covid-19.
El regreso de Lula da Silva al poder, quien ya había sido dos veces presidente entre 2003 y 2010, no ha sido sin embargo un lago de aguas tranquilas para Washington.
En este nueva etapa, el presidente brasileño en no pocas ocasiones ha terminado alineándose con países con los que está enfrentada la Casa Blanca, como son los casos de Rusia y China, y también el veterano izquierdista ha recolocado a su país en el debate global por un nuevo orden, que básicamente pasa por restarle poder e influencia a EEUU.
Tampoco Lula da Silva ha estado alineado con la presión internacional, que pretende motorizar EEUU para que el régimen de Nicolás Maduro se abra a condiciones electorales mínimas que permitan la participación de los opositores prodemocracia en los comicios presidenciales de 2024. Unos comicios que siguen sin una fecha definida, a pesar de los denodados esfuerzos diplomáticos de Washington y la Unión Europea.
Ryan Berg, director del programa de las Américas en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, comentó al servicio en portugués de la BBC que la Administración Biden terminó entrampada, ya que exaltó la figura de Lula da Silva para contraponerse a Bolsonaro, pero sin tomar en consideración que la política exterior del veterano izquierdista podría ir en contra de los intereses estadounidenses.
A juicio de Berg, la designación del excanciller Celso Amorim como consejero especial de Lula da Silva tiene un peso en la estrategia de marcar una agenda diplomática propia, así esté enfrentada a EEUU.
Si bien el presidente brasileño dio una señal de que tendría un manejo de la Cancillería menos ideologizado, al designar a Mauro Vieira como canciller, en la práctica es notable la presencia e influencia de Amorim, quien fue ministro de Relaciones Exteriores durante los anteriores dos gobiernos de Lula da Silva.
Días atrás en Bruselas, cuando Lula da Silva se reunió en privado con los presidentes de Francia, Argentina y Colombia, y delegados del Gobierno y oposición venezolanos, para discutir sobre salidas a la crisis venezolana, estuvo acompañado por Amorim, no por Vieira, por citar un ejemplo.
Con discursos no críticos hacia Rusia por la invasión de Ucrania o favorables al yuan chino como moneda de intercambio mundial, Lula da Silva ha terminado por tener mensajes que claramente afectan a EEUU.
Junto a eso, el presidente ha dicho a periodistas brasileños que su prioridad en política exterior será liderar el debate global sobre el ambiente. Esto, a propósito de que Brasil tiene la mayor parte de la selva amazónica, que se considera crucial, por ejemplo, para contrarrestar el calentamiento global o reducir los gases contaminantes.
Lula da Silva quiere encabezar una coalición de países con áreas selváticas que consigan apoyo financiero internacional para preservar estas zonas, pero sin que se discuta el tema de la soberanía sobre la Amazonía, que reivindica para Brasil y el resto de países latinoamericanos limítrofes de Sudamérica.
Para estos temas en particular, según las fuentes oficiales brasileñas, ya se han hecho contactos preliminares con países europeos, especialmente Francia, en contraste con lo que ocurrió, en el pasado, cuando ocupaba la Presidencia Bolsonaro y tuvo serios enfrentamientos públicos con el mandatario francés Emmanuel Macron, a propósito de la deforestación de la selva amazónica.
Volviendo a la complicada relación con EEUU, recientemente The Washington Post publicó un análisis que tituló "Occidente creía que Lula sería un socio. Pero él tenía sus propios planes".
La recién nombrada embajadora de Brasil en Washington, María Luiza Viotti, una diplomática con una larga carrera incluso en organismos internacionales, aseguró a la BBC que la política exterior de Lula da Sila es "pro Brasil" y que no está en contra de EEUU.
"Brasil valora las relaciones con EEUU. El presidente Lula dio una clara demostración en ese sentido cuando visitó EEUU apenas 40 días después de asumir el cargo", sostiene Viotti.
Justamente el tema de la Amazonía también dejó en evidencia la distancia que parece preliminar hoy entre Brasilia y Washington. Cuando Lula da Silva visitó la capital estadounidense, el Gobierno de Joe Biden ofreció una contribución, más bien modesta, de 50 millones de dólares para el Fondo Amazonía, un proyecto bandera del Gobierno del Partido de los Trabajadores (PT).
La noticia cayó mal en la delegación brasileña, al punto que este tema fue excluido de la declaración final de ambos países, como conclusión de la visita de Lula da Silva. Con posterioridad, el presidente Biden dijo que su Gobierno haría un aporte de 500 millones a este fondo, pero tales recursos no han sido desbloqueados por el Congreso de EEUU.