Este 1 de enero ha sido un día simbólico en Brasil. Ha regresado al poder el septuagenario Luiz Inácio Lula da Silva, referente de la izquierda latinoamericana, dos veces presidente (2003-2010) y protagonista de una resurrección política, dado que hace cuatro años estaba en la cárcel, asociado a varios casos de corrupción.
Exlíder sindical y fundador del Partido de los Trabajadores (PT) en 1980, Lula ha competido por la presidencia en siete oportunidades. Sin embargo, su nuevo Gobierno deberá hacer frente a una serie de desafíos que distan de sus gestiones anteriores.
La principal diferencia de 2023 con dos décadas atrás, es que la izquierda brasileña que le apoyó está en minoría en el Congreso y los principales estados del país sudamericano serán gobernados por adversarios políticos. Lula debió apoyarse en sectores conservadores del centro y de fuerzas de izquierda que le adversaban para consolidar una coalición diversa que va más allá de su PT.
"Lula asume uno de los retos más difíciles de su vida política y la presidencia más compleja por delante en términos de gobernabilidad. Un mandato que empieza con cierta debilidad, aunque él intente dar muestras de fortaleza", sostiene Marcelo Bermolén, profesor de la Universidad Austral de Buenos Aires, consultado por DIARIO DE CUBA.
Devenido en un ícono progresista, en sus dos discursos ya como presidente de Brasil, este 1 de enero, Lula da Silva enfatizó que la desigualdad será la prioridad principal de su política social. Asimismo, anunció que buscará generar consensos para poner fin al período de crispación y polarización que distinguió al gobierno del conservador Jair Bolsonaro (2019-2022).
"Estamos comprometidos para combatir, día y noche, todas las formas de desigualdad. Enfrentaremos la desigualdad en términos de ingresos, de género y de raza (…) Es inaceptable que el 5% más rico tenga los mismos ingresos que el otro 95% de la población", dijo el presidente en su discurso.
Para el septuagenario presidente, otra prioridad será reconstruir la imagen internacional de Brasil.
La agenda social fue un asunto central de sus dos gestiones anteriores, así como del de su sucesora Dilma Rousseff, también del PT, destituida de la presidencia en 2016, con la discusión pública dominada entonces por diversos casos de corrupción que envolvieron tanto a la empresa privada de construcción Odebrecht como a la petrolera estatal Petrobras.
Las tramas de corrupción en aquel momento fueron más allá de las fronteras brasileñas, con impacto en la región.
Durante 2021, sin haber una decisión sobre el fondo de los casos de corrupción por parte de la justicia, Lula da Silva fue pasando del rol de acusado a víctima. Salieron a la luz conversaciones privadas y documentos que dejaron constancia de irregularidades y una actuación indebida por parte del juez Sergio Moro y de la Policía Federal.
Paulatinamente, magistrados del máximo tribunal fueron despejando con varias decisiones el camino para el regreso de Lula a la arena política, cuando en 2018, desde prisión, pretendió ser candidato y enfrentarse a Bolsonaro, cosa que no ocurrió.
Los errores de Bolsonaro, por otro lado, especialmente en el caótico manejo de la pandemia de Covid-19, fueron conectando de nuevo a Lula con la esperanza del cambio, mientras en materia de percepción de la opinión pública, el tema de la corrupción perdió fuelle.
Bolsonaro viajó a Estados Unidos y evitó estar en Brasilia tanto en su último día oficial de gobierno (el 31 de diciembre) como en los actos de asunción de Lula da Silva, el 1 de enero. "Esto deber ser leído como un símbolo de la confrontación y la polarización con la que inicia su gobierno Lula da Silva", opina Bermolén.
Precisamente, el líder de izquierdas ubica allí otro de sus desafíos. "A nadie le interesa un país en permanente pie de guerra, o una familia que vive en desarmonía. Es hora de restablecer los lazos con amigos y familiares, rotos por el discurso del odio y la difusión de tantas mentiras", sostuvo el mandatario en su regreso al poder.
Hablando ante sus seguidores en Brasilia, que asistieron masivamente para la toma de posesión, Lula da Silva lanzó un gesto para atenuar la crispación: "No es este el momento para resentimientos estériles". Sin embargo, fue interrumpido por sus propios seguidores con la consigna "sin amnistía".
Con antelación, ante el Congreso, el presidente había anunciado que los promotores de actos violentos serán juzgados, pero siguiendo "el debido proceso, y respetando sus derechos fundamentales".
Diversos analistas han destacado la incorporación de 11 mujeres al amplio gabinete de gobierno de Lula da Silva. En particular destaca la presencia de dos adversarias: Marina Silva, quien estará a cargo del estratégico despacho de Medio Ambiente, y Simone Tebet, al frente del Ministerio de Planificación. A esto se suma la designación de Sonia Guajajara en el recién creado Ministerio de Pueblos Indígenas.
"Lula diseñó un gabinete con 37 ministerios, lo que significa una superestructura, y un reparto de espacios de poder a la alianza electoral que lo llevó a este nuevo mandato", apunta el profesor de la Universidad Austral, quien prevé que el reparto de cuotas de poder en el seno del Gobierno, con posiciones disímiles, y la amplitud de este propio gabinete, podría derivar en un problema para la gestión que recién se inicia.
La política exterior
Finalmente, una prioridad descrita por Lula da Silva tanto en su campaña como en la composición de su Gobierno, con un canciller de su absoluta confianza, Mauro Vieira, es el relanzamiento internacional de Brasil, tras lo que consideran "la desastrosa política exterior" del período de Bolsonaro.
Desde la nueva política exterior de Brasilia se enfatizará la agenda climática global, la reinserción de Brasil con fuerza en los entes multilaterales, y el restablecimiento de relaciones plenas con regímenes autoritarios, bajo el principio de que la diplomacia no se rige por ideologías.
"No nos importa la ideología. Vamos a reactivar relaciones diplomáticas con Venezuela, vamos a normalizar relaciones con Cuba y mantenemos relaciones con Nicaragua y otros países de Centroamérica y el Caribe", dijo recientemente el nuevo canciller de Brasil, quien ocupó brevemente ese mismo cargo durante la gestión de Rousseff.
Delincuente, ladrón, corrupto.
Que se puede esperar de un tipejo adulador de la dictadura sanguinaria de los Castros.
Y no, no tiene ni una gota de vergüenza, pero los que votaron por él vergüenza dan.