A finales del año pasado, el vicepresidente y ministro de Economía, Alejandro Gil, se lavaba sus delicadas manos diciendo: "El país tiene una inflación inducida porque importamos los bienes mucho más caros que antes, contra esa inflación no podemos". Anteriormente, en el III Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba: Proyectos de Plan de la Economía y Presupuesto del Estado para 2023, aseguraba que "la inflación que estamos viviendo no es un 'problema cubano', es un fenómeno global".
Y si es claro que la inflación es una gripe que ha constipado al mundo, es difícil comparar ese estado transitorio que ha llegado a rondar el 10% en las economías más avanzadas con la inflación crónica con picos de casi el 700% que sufre Cuba. El ministro debería saber que "mal de muchos es consuelo de tontos", más cuando, comparativamente, el mal ajeno es un catarrito y el propio una tuberculosis sobre un VIH.
Además, si analizamos el efecto microeconómico de la inflación, es fácil notar que allí donde hay competitividad en los mercados los empresarios están muchas veces forzados a ajustar sus márgenes de beneficio, es decir, a "comerse" parte de la inflación sin repercutirla a los clientes, pues se saben limitados por la competencia a la hora de aumentar precios. Ninguna empresa quiere llegar al límite donde el incremento marginal del precio reduzca tanto la demanda que el ingreso total disminuya.
En Cuba, sin embargo, las empresas estatales y privadas repercuten en el precio casi cualquier aumento de sus costos, porque el Gobierno ni permite libre competencia, ni abandona la funesta práctica de cubrir gasto corriente con monetización de deuda.
Y si bien es cierto que hay alguna inflación importada debido al crecimiento internacional de los precios, eso no explica el diferencial enorme entre esa inflación externa y la cubana. Contrario a lo que afirma el ministro, la mayor parte de la inflación sufrida en Cuba tiene causas autóctonas como, por ejemplo, llevar décadas apostando una parte desproporcionada de la inversión nacional al turismo.
Pero, aparte de esta diferencia cuantitativa en la gravedad de la inflación, hay un contraste cualitativo entre sus consecuencias que merece ser remarcado. En Cuba la inflación —principalmente la de los alimentos, que es la más aguda y persistente— se sufre peor que en el resto del mundo, debido a la falta de opciones de los cubanos para acomodar su consumo a las circunstancias.
En muchos países, los ciudadanos, incluso los de menor ingreso, pueden defenderse de la inflación ajustando no la cantidad del consumo, sino su calidad, adquiriendo marcas blancas, o reduciendo el "lujo" de comer en cafeterías y restaurantes, o sacrificando los Toblerone y los Häagen-Dazs.
Así, tan propias son las causas de la inflación en Cuba como particular es el modo de sufrirla, pues si para la inmensa mayoría del mundo el gasto en alimentación es relativamente pequeño y manejable gracias a la diversificada oferta, los cubanos deben destinar más de la mitad de sus ingresos a una dieta extremadamente monótona que en cantidad apenas supera el nivel de subsistencia, sin margen para acomodos ante cambios de precio.
Por lo tanto, mientras en el resto del orbe incluyendo la mayoría de países en desarrollo, los ciudadanos pueden adaptarse activamente a la inflación de alimentos —que ha sido la más general— adecuando su dieta, en Cuba la única opción posible es comer menos de lo mismo.
En fin, aunque afirme la muy revolucionaria rectora de la Universidad de La Habana, Miriam Nicado, que "el principal problema ideológico que tenemos es la economía", eso suena demasiado pomposo en un país que en 2022 produjo apenas cuatro libras de cerdo per cápita anuales, incluyendo huesos, pezuñas, grasa y pellejo; lo que nos deja a quienes no estamos en el circulo de la rectora y demás miembros del Comité Central con medio bistecito para todo el año. En Cuba el problema ya no es ideológico o económico, es de hambre.
Inflación sin productos sustitutos termina en hambre.
"Somos continuidad." Caballero, y no se cansan de hablar mierda barata y cursi, como si no se dieran cuenta del papelazo ridículo que hacen continuamente. Claro, no les importa mientras tengan poder.