El control centralizado de precios, el monopolio del comercio exterior y la inexistencia de competencia bancaria, han propiciado que la moneda cubana sea más estable, aparentemente, que sus homólogas de la región.
Pero estabilidad no es éxito. La contención forzosa del valor de la moneda mediante tipos de cambio y de interés fijos y, hasta hace muy poco, firmeza artificial del poder adquisitivo, han provocado que los ajustes económicos en Cuba se den, fundamentalmente, vía improductividad, malas inversiones y escasez socializada.
El precio de esa superficial estabilidad monetaria, ha sido tener una moneda que no vale y una economía que no produce.
Aun así, la Isla también ha sufrido intensos periodos inflacionarios que exacerban una dolarización informal que pone al Gobierno en alerta de combate: ilegalización del dólar, apartheid de hoteles y diplotiendas, aparición del CUC, no entregar la remesas en dólares, creación de moneda y tiendas MLC, ilegalización del mercado cambiario informal y no aceptar depósitos en efectivo de dólares, son algunas de las medidas represivas antidolarización con las que el castrismo ha intentado mantener el control monetario del país.
¿Pero será que la política monetaria debe inapelablemente depender del Gobierno de Cuba? En Money Mischief, Milton Friedman, una autoridad en la materia, advirtió que "la moneda es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de banqueros centrales (el Estado)". Entonces, ¿podrá confiársele a un futuro Gobierno democrático el control de la moneda cubana?
Para esa pregunta hay una respuesta emocional basada en ideas de "soberanía monetaria" y "orgullo patrio". Este artículo no dialoga con esos sentimientos, se limita a intentar plantear un debate pragmático desde una posición razonada favorable a la dolarización.
En ese sentido encontramos que el argumento fundamental para que un país dolarice —use una moneda emitida por un banco central extranjero— está en imponerle al Gobierno disciplina fiscal, es decir, impedirle que gaste más de lo que recauda o ahorra. La dolarización funciona como un cepo a la demagogia, constriñe a los políticos a hacer solo aquello que los ciudadanos quieran financiar vía impuestos o deuda. Es un modo muy efectivo de limitar la acción del Estado sobre la economía y la sociedad, fijándole un rol más de árbitro que de jugador.
Además, a una Cuba postcastrista, inevitablemente integrada en lo económico a Estados Unidos, dolarizar le permitirá hablar el mismo idioma financiero de su principal socio, lo que aceitará los negocios y sintonizará los ciclos económicos de ambas naciones, con la ventaja de que, como el Gobierno de La Habana no tendrá máquina para fabricar dinero, no monetizará déficit como últimamente hace Washington con alarmante desenfado; aunque la Isla, como exportador de bienes y servicios, sí se beneficiará de toda expansión monetaria made in USA.
Usar el dólar como unidad de cuenta facilitará que la relativamente pequeña economía cubana, necesariamente enfocada al sector externo, forme precios más ajustados al mercado, permitiendo una mejor integración de la producción nacional a las cadenas de valor internacionales.
Para que Cuba florezca económicamente —¡y evite una catástrofe humanitaria!— el Gobierno venidero deberá proveer normativas laborales extremadamente flexibles, que permitan reasignar los millones de trabajadores que hoy laboran en incompetentes empresas estatales hacia nuevas empresas capitalistas. Ese mercado laboral requerirá ajustes nominales ágiles que reflejen la productividad de cada emprendimiento, para lo que será mejor guía un dinero previsible como el dólar, que una fluctuante moneda local.
Otra decisiva ventaja de la dolarización es que facilita el acceso a los capitales extranjeros que Cuba necesita urgentemente, pues proporciona seguridad y garantía para la inversión extranjera directa que, trabajando con una moneda mundialmente aceptada, minimiza el riesgo de que cualquier Gobierno le afecte manipulando el tipo de cambio. Por otra parte, el bajo endeudamiento público que impone la dolarización abarata y permite un mayor endeudamiento privado, los empresarios cubanos tendrán más y mejor acceso a los fondos necesarios para llevar adelante sus proyectos.
Un país dolarizado desplaza el peso de la inversión desde el Gobierno hacia los empresarios, algo que genera eficiencia global neta y, además, permite que los proyectos "malos" quiebren rápidamente y no se enquisten drenando recursos públicos.
Cuba carece tanto de experiencia democrática como de experiencia en el manejo monetario —incluso en la República, una verdadera moneda nacional existió poco tiempo—, con lo que dejar algo tan importante en manos del próximo Gobierno, por muy bienintencionado que este sea, es tremendamente riesgoso, peligro que estará aumentado durante la transición política, cuando habrá enormes incentivos para la corrupción, la inflación, la emisión descontrolada de dinero, el endeudamiento externo y todo lo que podría denominarse demagogia económica.
Por supuesto, la dolarización no resuelve todos los problemas y genera conflictos propios. Por lo tanto, antes de adoptarla o rechazarla se necesitará un debate técnico —no emocional— que incluya tanto nociones económicas, como realismo antropológico, político y cultural. Debemos pensar desde lo que somos y no desde lo que queremos ser.
Espero alguien se anime y de los argumentos en contra
Espero alguien se anime y de los argumentos en contra
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Es lo mejor que le puede ocurrir a Cuba y al pueblo cubano para salir de le desastroza situacion del castro-comunismo de una vez y para siempre.
Tanto nadar para morir ahogado en la misma orilla