Para Jorge Ebro, el deporte es una pasión, pero también fue una vía de escape. "De eso me doy cuenta ahora", dice mientras relata la conexión que estableció con el mundo del músculo desde su infancia en los años 70 del siglo pasado, cuando existía en Cuba una promoción y un consumo extenso de competencias atléticas.
"Resulta muy difícil encontrar un niño en Cuba que de alguna manera u otra no tenga pasión por los deportes. Especialmente, en la infancia y juventud que me tocó vivir, el deporte era la mejor manera de matar el tiempo, sin dejar de ser pasión", narra en exclusiva para DIARIO DE CUBA uno de los periodistas deportivos más influyentes en la comunidad hispana de la Florida.
Para Ebro, recientemente exaltado al Salón de la Fama del Boxeo de Florida por sus más de 20 años de experiencia como periodista de El Nuevo Herald, casi todos los caminos conducen al deporte.
Sus amores iniciales —dice— fueron el béisbol, los equipos de Matanzas y el parque Victoria de Girón en la capital yumurina. "Iba mucho al estadio de chico y eso crea memorias duraderas, para siempre", asegura el reportero, quien, contrario a lo que pudiéramos pensar, no llegó al periodismo por vocación.
"Para ser totalmente honesto, llego al periodismo por miedo a los números. En el preuniversitario no tenía claro eso de ser periodista por vocación. Veía las ciencias y las matemáticas como algo utilitario y yo he sido más de sentimientos y palabras. Quería una carrera de letras y humanidades, pero luego ya voy comprendiendo de qué va la cosa. Mis padres me alertaban de manera sutil: no estudies eso, que en Cuba no funciona, pero yo rechazaba tanto los números que me fui del otro lado por completo con todas sus consecuencias", precisa Ebro, quien accedió a contarnos algunas interioridades sobre su vida y su carrera profesional.
¿Cómo perseguías los eventos deportivos profesionales de Estados Unidos en una Cuba que estaba totalmente de espaldas a lo que ocurría en esos grandes escenarios?
Procuraba todo papel y revista que pasaba por la Universidad. Una Baseball America era un lujo; una Sports Illustrated, ni te cuento. Recuerdo escuchar la Serie Mundial de 1997 por Radio Martí, pero era un contacto muy escaso y muy poco. Hoy me doy cuenta de la tragedia de un pueblo que vivió de espaldas a hechos que todo el mundo conocía.
¿Qué recuerdos tienes de tu etapa en Cuba y de lo que significó estudiar y trabajar en los convulsos años 90 del siglo pasado?
La Universidad dentro de Cuba fue una etapa ingenua, aunque con sacudidas como aquella famosa entrevista de Fidel Castro con los estudiantes de periodismo. Pero la salida al mercado laboral resultó brutal, decepcionante. El choque contra la censura y la grisura descorazonaban al más valiente. Nos graduamos al Período Especial "en tiempos de paz'' y cualquier ventana de esperanza en los 80 se esfumó en los 90. Nada para recordar.
¿Cuándo tomas la decisión de emigrar a Estados Unidos?
Básicamente, junto con mi esposa en los tiempos antes de casarnos. Ambos estábamos claros que para nosotros no había esperanza ni futuro en Cuba. De hecho, te cuento que en lo personal, como alrededor de 1996, dejó de interesarme hasta el deporte. Ya no iba al estadio, ya no veía las veladas de boxeo. Era uno más de esa masa que iba a la deriva y que solo ve la luz en el momento de la salida.
¿Cómo viviste esa etapa de cambio de aires tan radical?
Trabajé en varios lugares hasta que me cansé del periodismo y en mi último año en Cuba no hice nada de la profesión, salvo trabajar en una revista que se enfocaba en el turismo de Varadero. Se trataba de escribir apenas unos textos intrascendentes y colocar fotos, pero al menos me sacaba de esa otra prensa. Pertenecía al Ministerio de Cultura y por ahí logro viajar a México en el 2000 antes de irme a la frontera con Estados Unidos.
¿Qué tan complejo fue insertarse en el mundo profesional del periodismo tras llegar a Estados Unidos?
Entrar no fue difícil. Cuando llego comenzaban los sitios de internet y Univisión.com se había llevado a varios periodistas de la sección deportiva de El Nuevo Herald. Estaban buscando periodistas de deportes y un hermano de vida, Osmín Martínez, me alertó. Me presenté y me contrataron. Trabajar fue más difícil. Uno no venía preparado para competir de verdad, para escribir con fuentes, para chequear y contrachequear. En mi tiempo, la prensa deportiva en Cuba era muy pobre. Por otra parte, había muchos datos que desconocía: cómo funciona el tema de los contratos, los agentes libres, etc. Ahí sí que aprendí el periodismo de verdad.
¿Qué fue lo que más te chocó de ese giro profesional?
Sobre todo la parte de los negocios. Tanto en el béisbol, como el boxeo o la NBA. El deporte olímpico gira sobre otros resortes. Pero en el mundo real el tema es cómo se emplean los millones, las contrataciones, los traspasos, cuánto gana un manager o un promotor. Hay que estar muy claro y, sobre todo, que los reportes sean claros y precisos, algo que ahora se ha perdido enormemente con las redes sociales.
Te tocó vivir la transición del periodismo impreso más clásico al periodismo digital y multimedia. ¿Cómo te fue en ese proceso?
Brutal. Recuerdo los despidos masivos, las redacciones vacías. Una vez me dijeron que llegaría el día en que yo no solo redactaría la nota sino que también haría las fotos y los videos, que montaría todo y lo publicaría yo mismo. Al principio lo dudé, pero muy rápidamente me di cuenta de que si no lo hacía, también pasaría a ser parte de esas redacciones deshabitadas. No todo el mundo pudo hacer la transición. Fue como lo sucedido con el paso del cine silente al hablado.
Más de 20 años escribiendo de boxeo profesional, ¿cuáles han sido las claves para trascender en un ejercicio que en Estados Unidos practican tantos profesionales de los medios?
No creo que haya trascendido. La gloria de un periodista dura 24 horas. Pero sí creo en algo que ahora se viola mucho: el periodista debe estar detrás de la noticia, nunca ser la noticia. No se trata de ser el primero en reportar, sino el más veraz en hacerlo. He tratado a todo el mundo con respeto y eso me ha abierto las puertas de los gimnasios y los entrenadores que me han dado acceso a los boxeadores y sus historias. Uno solo es un recolector que luego presenta la información, pero tiene que gustarte, porque no hay forma de hacer lo mismo dos décadas sin que haya una cuota de cansancio.
Has dado cobertura a peleas de varias generaciones de boxeadores cubanos en los circuitos profesionales. ¿Te atreverías a hacer un Top-5 muy personal de los mejores pugilistas cubanos?
Por supuesto que en toda lista hay errores, pero aquí va la mía: José "Mantequilla'' Nápoles, Kid Gavilán, Luis Manuel Rodríguez, Kid Chocolate y Ultiminio Ramos. También pudieran estar Benny "Kid'' Paret, José Legrá, y de los tiempos modernos Joel Casamayor y Guillermo Rigondeaux. Los primeros brillaron cuando había un solo campeón por división, cuando acceder a un título era mucho más complicado que ahora.
Podría decirse que en la actualidad hay un boom importante de boxeadores cubanos y cubanoamericanos que buscan el estrellato profesional. ¿Crees que estemos a las puertas de otra época dorada para el boxeo cubano en estos circuitos?
Algo de eso estamos viviendo con los títulos de Robeisy Ramírez y David Morrell Jr. Ramírez cedió el suyo, pero sigue siendo un pluma de élite. Morrell, si sigue por buen camino, está destinado a grandes cosas. Frank Sánchez tiene posibilidades en el peso completo y luego hay otros muchachos que tienen condiciones para llegar. Pero boxear es como caminar sobre arenas movedizas. No solo se requiere talento, son muchas las variables para llegar y establecerse.
David Morrell, Robeisy Ramírez, Andy Cruz, Leinier Peró, Frank Sánchez, Yoenlis Feliciano… esos son algunos de los nombres de cubanos que más suenan en la actualidad por su talentos y proyecciones, aunque todavía tienen un largo camino por delante. ¿Qué consejo le darías a estos boxeadores para alcanzar la cima del deporte?
Que no se conformen. Que ser campeón es apenas un primer paso y que sean muy conscientes de lo que hacen con su dinero y su futuro. La vida de un boxeador puede ser muy corta, al menos ese momento en la cima. La fama de un boxeador puede ser lo más efímero del mundo. El público te brinda toda la atención y luego voltea a ver a la nueva figura que llegó. Es la naturaleza humana. La marea de la fama seguirá por otra avenida y queda uno solo con lo mucho o poco que ha logrado construir.
Béisbol o boxeo, ¿te atreverías a quedarte con alguno de los dos?
No, amo ambos por igual. El boxeo es mi amor de fin de semana, el béisbol es mi amor de todos los días, porque ya voy a comenzar mi vigésimo segunda temporada de Grandes Ligas cubriendo a los Marlins de Miami. Como me dijo un amigo: eres un afortunado, te pagan por ver pelota y boxeo.
¿Cómo se siente que te digan que eres un Hall of Famer, un inmortal?
Como te dije, la fama de un periodista dura lo mismo que su mejor última nota: unas 24 horas.