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Crítica

Devorando la poesía de María Elena Blanco

'Ella debe haber creído en la posibilidad, frustrada, de reconciliarlo todo en un movimiento hacia la paz perpetua'.

París
María Elena Blanco.
María Elena Blanco. LP5 Editora

Hay poemas que me dejan sin aliento, tanto en lo que me producen en el corazón como en el revuelo que arman en mi mente. Los de María Elena Blanco me golpean en esos dos sentidos.

Igual que los de Octavio Paz, son algo así como poemas conceptuales, en los que el lirismo se va mezclando con la erudición, a partes iguales, sin que ninguna de esas dos vertientes se superponga a la otra. Se puede disfrutar y pensar al mismo tiempo.

María Elena Blanco es cubana hasta la médula y profundamente cosmopolita. Sus conocimientos, de continentes, países e idiomas, son extensos. Su formación abarca desde la escalinata de la Universidad de La Habana hasta la Escalera E de La Sorbonne. Es filológa y filósofa y poeta total. No se prohibe a sí misma nada en su quehacer literario, al igual que un José Lezama Lima.

En alguno de sus ensayos (sus Devoraciones), a la par que el Antonio José Ponte de Las comidas profundas y de Un seguidor de Montaigne mira La Habana, o a otros escritores disidentes emblemáticos del "Periodo Especial" como Rolando Sánchez Mejías o Ernesto Hernández Busto,  invoca con gracia a Severo Sarduy y sus décimas sobre la papaya, inspiradas por un cuadro del pintor Ramón Alejandro, así como a Guillermo Cabrera Infante (a quien menciona así, de soslayo, quien le escribió a este último un texto titulado ¡Vaya papaya!). Sus referencias literarias de aquellos años, tanto las cubanas como las más universales, fluyen en mi memoria con algo de nostalgia, un sentimiento que el andar por tantos lugares del mundo ha debido opacar en ella, excepto cuando fue a visitar su antigua casa de La Víbora habanera, ocupada (y destrozada) por desconocidos. Allí ya María Elena Blanco no siente nada o prefiere borrar lo que le impediría seguir en su intento de tragárselo todo, los poemas a la vez que los tratados teóricos, en un mismo movimiento de asimilación y de escritura. No más fronteras.

Ninguna… Ni intelectual ni vital ni geográfica. María Elena Blanco nos lleva de la mano por algunas de las ciudades por las que ha transitado, desde Valparaíso a Viena, pasando por Nueva York, París, Madrid, Nairobi y, de vuelta, en distintas ocasiones, por La Habana y Matanzas. Ella debe haber creído en la posibilidad, frustrada, de reconciliarlo todo en un movimiento hacia la paz perpetua, como la deseaba Kant, una de las figuras tutelares de sus textos, los ensayísticos. Ella convoca a un sinnúmero de pensadores y de poetas de todos horizontes, tanto a Roland Barthes como a Michel Foucault, a Hölderlin como a Charles Baudelaire. Debe haber creído (igual que yo en tiempos remotos) que la literatura puede con todo, que es capaz de superar los antagonismos políticos. No es cierto.

Le brinda también a sus lectores sugestivas traducciones, de su propia poesía (en Esperando a Ulises / En attendant Ulysse) o la de Baudelaire (Les fleurs du mal / Las flores del mal), lo que constituye una empresa temeraria y encomiable.

Son décadas de una creatividad fenomenal. Ella es una "apátrida", que mira sin embargo con cariño a los "famélicos" que permanecieron en la Isla, a quienes quiso rescatar durante algunos de sus viajes. No coincido con esas veleidades de reunir "la isla entera" ni con esos "Encuentros", a veces forzados, casi institucionales, pero reconozco que ese deseo, esa voluntad, ese sueño le confieren una dimensión ecuménica, al querer tender puentes, exclusivamente literarios, claro está, por encima del terror político que nos ha caído encima durante tantos decenios.

No seguí a María Elena Blanco en toda su trayectoria, para desgracia mía. La volví a descubrir hace pocos meses a raíz de un encuentro en el Marché de la Poésie de París. Me envió luego desde Viena, donde reside, tres de sus libros, entre los cuales su compendio poético, Alquímica memoria. Los devoré, como ella sin duda quería, y le estoy infinitamente agradecido de esa oportunidad de conocer realmente, desde lo más entrañable de sus versos, a una de nuestras grandes poetas.  Se merece el reconocimiento de todos nosotros.

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3 comentarios

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Profile picture for user Pedro Benitez

Descansa sobre el cuerpo del hombro izquierdo; suelto. Y trepa por la mañana sobre la sed; por los dientes de una fresa.

Rara coincidencia: una poeta fuerte (el adjetivo es de Harold Bloom) con un crítico fuerte. El resultado es esta magnífica reseña suscitadora y tensa. La tensión por observar desde una mesita en Les Deux Magots.

Sudo envidia fría con mordiscos de jabalí, creo citar a Lezama de memoria... Bueno, en serio, un placer leerlos juntos.