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Ensayo

Un odio delicado

Un repaso a momentos en que las palabras se trastocan y llegan a decir lo que no se esperaba: unas cuantas buenas erratas.

Miami
'Detalle 1' de Laurent Jiménez-Balaguer, 2013.
'Detalle 1' de Laurent Jiménez-Balaguer, 2013. Wikipedia

Allá en Puebla de los Ángeles —para mitigar nostalgias del exilio— recordé una errata aparecida en el siglo XIX, en El Nuevo Regañón. La afirmación debía decir: "Un oído delicado es imprescindible a todo buen poeta". Y apareció: "Un odio delicado es imprescindible a todo buen poeta". Cuando José Lezama Lima me la mostró en la antigua Sociedad Económica de Amigos del País, se limitó a comentar —asma risueña— que el ángel de la jiribilla y no la desidia de un tipógrafo, había colocado la frase en su sitio exacto.

El juego entre erratas y equívocos con palabras cercanas es digno de Marcus du Sautoy, el profesor de matemática de Oxford cuyo libro Around the World in Eighty Games (La vuelta al mundo en 80 juegos) está entre los best sellers de 2024, porque exalta con fértil amenidad tomada de Julio Verne —de ahí el título— al homo ludens sobre el homo sapiens y el homo faber.

La idea es ayudar a divertirse, exaltar la útil alegría que exhiben los juegos verbales. Quizás porque en general ni psiquiatras ni filósofos sociales suelen reparar lo suficiente en la lingüística. La relación entre chiste y metáfora —un ejemplo— suele ser soslayada dentro de las acciones del homo ludens. No es ocioso insistir en que el juego —y dentro de él la creación artística, entre ellas la literaria—, nos forma decisivamente como homo ludens. Propicia una curiosa incidencia —creo que positiva— en la calidad de vida. De ahí que me guste recordar, de mis tiempos en la revista mexicana Revuelta, un artículo que titulé "Erritas agridulces", donde me divertí con las placenteras erratas que fui hallando.

Porque la teoría del error me advierte de que la óptica lúdica —tema trágico por la absurda abstinencia? gana nuevos adeptos, capaces de relativizar el error, encarar las pifias y los resbalones como señas de que somos polvo, como forma clave del Zen… Hay consenso en que la teoría del error es signo crítico en matemáticas y en didáctica, en economía y hasta en geriatría… ¿Hay que citar Contra el método de Feyerabend?  ¿O recordar al doctor Bernard Rieux en La peste de Albert Camus, cuando reflexiona sobre el error como una distinción clave de nuestra especie?

Cuento que había una vez, hace muchos, muchos años, una muchacha a la que casi de rodillas le pedí, abrumado por sus afanes de retozar: "No pene por mi pene". Y así, entre equívocos y buenos y malos entendidos se debe –dicen— seguir los tropiezos. Procurar que la pluralidad de sentidos enriquezca, multiplique las comprensiones y reacciones ante los fenómenos con sonrisas y risas. Como las que suscita la errata siguiente, que un testigo habanero de ritmo sistólico me contó: cuando Manuel Altolaguirre editó en su transterrada imprenta La Verónica un cuaderno de Emilio Ballagas, había un verso que decía: "Siento un fuego atroz que me devora". La picardía andaluza lo volteó a "Siento un fuego atrás que me devora". Y el escándalo, en la pudibunda sociedad habanera de la época, obligó al grave poeta —profundo lector de Luis Cernuda— a echar en la bahía los ejemplares que logró salvar de las librerías viperinas, embriagadas con la alusión.

Una errata de aparente equívoco implicó a una pianista cuyo nombre prefiero no aterrizar aquí. Apenas hubiese trascendido, pues solo era una be por ge, pero obtuvo aquiescencias entre los hombres que lo apreciábamos: "Su buen busto armó un programa delicioso". Y despertó curiosas solturas de la imaginación entre los que nunca habían tenido la oportunidad de conocer el programa, cuyas delicias al teclado parecían a veces mozartianas, a veces un tropical homenaje a Il piacere de Antonio Vivaldi. Años después descubrimos que el autor había sido un antiguo adicto, feroz musicólogo que mitigaba sus nostalgias en un dodecafónico busto sin gusto.

En Madrid, mientras realizaba una investigación en la Biblioteca Nacional, solía coincidir con un jacarandoso alicantino que coleccionaba erratas. Mientras degustábamos los tres platos en el comedor del sótano, ya en el postre, me lanzaba sus dardos a los ojos, con la vista en mi risa. Algunas aún las tengo. Poco después descubrí que la de Max Aub, en Crímenes ejemplares, estaba entre las más famosas: Errata. "Donde dice: / La maté porque era mía. / Debe decir: / La maté porque no era mía". Menos literaria, pero tan sacrílega fue la de "La Putísima Concepción", donde la pureza parece que pernoctaba fuera de casa. De esas rápidas está la de "Necesito mecanógrafa con ingles", que olvidaba el inglés de Ezra Pound. "La Dama de las Camellas" y "La esposa que dirigía al marido miradas de apasionada ternera", mantienen abierto el potrero.

¿Alguna vez padeció Maqroll el Gaviero —que el gran Álvaro Mutis hizo célebre— que le anotaran un huracán caribeño en su libro de Pitágoras? ¿Será absolutamente cierto que a una errata debemos el Fondo de Cultura Económica, pues debió llamarse Fondo de Cultura Ecuménica?  ¿A cuál ensayista mexicano pertenece la del "joven crudito" por erudito? ¿No dice el antiguo diccionario Espasa —según Pío Baroja— La feria de los desiertos cuando la obra se llama La feria de los discretos? ¿Quién sustituyó "la orgullosa tinta" que alababa a un político venezolano por "la orgullosa tonta"? ¿Cuál actriz de Almodóvar se levantó una mañana barcelonesa no con el ceño, sino con el coño fruncido?

Leo que el italiano exhibe este primor en De los sepulcros de Ugo Foscolo. Los versos debían decir: Sol chi nos lascia ereditá d’afetti,/ poca gioia ha nell’urna. Resultó que trasladaron la coma de lugar: Sol chi nos lascia ereditá, d’affetti/ poca gioia ha nell’urna. Y el resultado afirma que solamente quien no deja herencia, de afectos tiene escasa satisfacción en la tumba. En francés se recoge que tras la muerte de un banquero el diario apuntaba que "Francia acababa de perder a un inútil", es decir, escribieron homme de rien por homme de bien. En Londres es célebre este ligero cambio: God save the Queen por God shave the Queen, aunque nunca se aclaró si la reina Isabel gustaba de que Dios la afeitara con navaja o con Gillette.

Por supuesto que ninguna lengua está exenta de bromas. Voltaire le deslizó una a Juan Francisco Boyer, que había sido obispo de Mirepoix, y firmaba l’anc. Evèque de Mirepoix. El malévolo escritor cambió anc (ex) por ane, y así quedó como "el asno obispo".  Una tarde en un café de la Rue Rivoli me contaron que una nota sobre el estado de salud de Jerónimo Napoleón, rey de Westfalia, alteró mieux por vieux, y decía: "El estado del augusto enfermo ha mejorado durante la noche. A la hora de entrar el diario en máquina el viejo persiste".

Otros equívocos verbales tienen una picardía digna de La Celestina. En el ameno Vituperio (y algún elogio) de la errata, José Esteban termina con este gozo: "Al emplear el aparato de mi invención  para pecar a distintas profundidades, conviene poner un termómetro en el punto de amarse" (por pescar y amarre). El doble sentido —reitero— ha dado no pocos gustazos, equívocos punzantes, erratas o erradas dignas de un soneto de Quevedo. En las encumbradas páginas sociales de El Diario de la Marina, el arrebatado cronista escribió acerca de una católica pareja, cuyo matrimonio reseñaba con una cursilería digna de una compatriota novelista cuyo nombre se me ha perdido: "Prepararon su nido de amor paja a paja". Aquí la errita bailó —calenturienta y cursi— con la anfibología, pues paja en Cuba, como en Andalucía y otras tierras, también significa masturbar… La balada le salió balido al ambiguo gacetillero, como si se adelantara a las paronomasias de Guillermo Cabrera Infante en Tres tristes tigres.

La alegría lúdica —forma del azar concurrente— incluye premios… Alfonso Reyes se consideraba dichoso porque los dioses traviesos innovaron sus versos. Debió decir: "más adentro de tu frente". Se transformó en "mar adentro de tu frente". Y "De nívea leche y espumosa", tras el pase mágico quedó: "De tibia leche y espumosa". En el mismo artículo "Escritores e impresores" —incluido en La experiencia literaria—, Reyes elogia otra que le regalaron. En lugar de "La historia, obligada a describir nuevos mundos", el agnóstico tipógrafo le colmó de honduras la frase al sustituir "describir" por "descubrir". ¿Será verdad que la historia para lo único que sirve es para descubrir? ¿O tendremos que darle las quejas a Alejandro el Glande?

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1 comentario

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Sí, a un amigo que me escribe: En el decálogo del homo ludens está no leer ni novelas triviales ni poemas inanes.