La relación del crítico con la literatura, pienso, puede ser creativa, distante a la vez del autor y del público. No solo se trata de analizar o describir una obra para incitar al lector común (ese que codician las editoriales), tampoco de elogiar un texto literario para complacer a quien lo escribió. Veo una reseña literaria como una opción de regocijo personal, una oportunidad para dejar correr la imaginación sobre cómo se gestó, cuál máquina de escritura tiene detrás de sí.
Claro que esto no es novedad, las teorías literarias modernas enfatizan que estas opciones están abiertas para el crítico literario. Pero como he ejercido este oficio en ciudades tan distintas como La Habana, México y Miami, durante varios años, una segunda intención me ha guiado, derivada de modo natural de las circunstancias vividas: contribuir a crear comunidades de lectores, señalar discretamente, apelando a las afinidades electivas, la llegada de algo novedoso. La publicación de los cuentos de la fotógrafa y escritora cubanoamericana, Ena Columbié me lleva escribir estas páginas.
El título del libro, ¡Cabrón!, no me incitaba a buscarlo. El uso del lenguaje soez ha brindado oportunidades de éxito a la literatura cubana, dentro y fuera de la Isla. Como un mantra, lo sórdido y lo erótico se convirtieron desde aquellos años 90 en la moneda de cambio. Con algunas excepciones, esta fórmula no lograba ir más allá y confieso que he dejado de estar al tanto de lo que se publica en la ficción de una y otra orilla; mi último gran amor como lectura de nuestras letras se llamó Carlos Victoria.
Pero Ena Columbié es una buena amiga, y su obra me interesa. Además de una artista del lente y una poeta con varios libros publicados, se trata de una persona que comparte conmigo ese compromiso con la comunidad, que yo recuerde desde hace más de cuatro décadas, cuando nos conocimos en Guantánamo. Ese querer saber de los demás, decir con los demás, la llevó entonces a guiarnos, a Alberto Batista y a mí, a conocer a Flora Boti, y tener el privilegio de conversar con la hermana del poeta, sentarnos en los sillones de aquella casa donde se abrió la memoria de lo "esencial cubano", para decirlo con palabras de Lezama.
Aquella visita marcó mi visión de la muchacha guantanamera que era Ena entonces, mostrando su curiosidad intelectual, su solidaridad, y a la vez su respeto por la palabra de sus mayores. Cuando supe la reciente edición de sus cuentos, vencí mis prejuicios sobre el título y le pedí me pusiera en correo su libro. Es "pequeño", me dijo, y es cierto, son unas 60 páginas, pero cuidadosamente editadas, en un papel que exige que se le trate con respeto y con portada provocativa y austera a la vez. Su lectura no me defraudó, permítaseme compartir por qué.
La máquina narrativa puesta en práctica apuesta por desempolvar los gabinetes de la historia y traer la frescura del ingenio a anécdotas que todo cubano, ilustrado digamos más o menos, conoce. Los cuentos abordan temas y sujetos de gran interés humano y cultural que se recrean con un ángulo atractivo. Desde las costumbres del Balzac, en mi memoria siempre ligado a las clases de Beatriz Maggi que insistía en contarnos cómo el francés creaba sus novelas en las noches, bajo la presión de sus acreedores y sus editores; hasta una nueva versión de los rencores y las confrontaciones políticas que hicieron desaparecer algunas páginas del Diario de campaña, asunto que a veces opaca la atención que merecen otros aspectos del tesoro literario y espiritual de ese testimonio martiano.
El librito viaja en tiempo y espacio, ligero como su peso. Nos lleva a París, donde la narración ubica los delirios de Van Gogh y Gauguin, hasta el oriente de Cuba, que ardió con la valentía de los bayameses, pasando revista a lugares olvidados de Miami, que ha aceptado ofrecer su belleza a las batallas cotidianas del exilio. No tomar esa generosidad de nuestra ciudad como algo gratuito es algo que sus artistas podrían advertir más a menudo.
¿Cómo lo hace la escritora, cómo logra que dejemos de segregar lo propio y lo ajeno, de ver lo cubano con demasiada familiaridad? No sé, ya le preguntaré cuando la vea. Solo sé que así la leo, admirando lo conciso no solo de las anécdotas y las caracterizaciones psicológicas, sino también de las descripciones, empastadas con maestría, moviendo la acción que da espacios frecuentes al gesto y al silencio, modos de la palabra que no todos los narradores saben captar. Un uso muy adecuado de la omnisciencia del narrador sostiene esas entradas y salidas de épocas y personajes históricos, que nos mantiene prendidos de la lectura. Solo en un cuento me parece que no se logra: "Ecue", donde los contextos me resultan definidos por exceso, y las vidas recreadas no consiguen añadir nada nuevo, al menos a esta lectora que busca solo la sorpresa.
Dicho todo esto, y en aras de la economía en mis argumentos, dejo entonces abierta la puerta al espacio literario que Ediciones Furtiva nos trae. El librito "pequeño" de Ena Columbié que cumple con aquel proverbio shakespeariano: "La levedad es el alma del ingenio".
Ena Columbié, ¡Cabrón! (Ediciones Furtivas, Miami, 2022).
Ena Columbié es una escritora fuera de serie, además de ser la amiga que todos deseamos tener.