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Crítica

'Electra Garrigó': 75 años de una salación

La pieza de Virgilio Piñera 'sigue siendo un texto complejo y brillante, un reto teatral para sus actores, actrices y todo aquel que se apreste a dirigirla, y no todos salen victoriosos de tal prueba'.

Ciudad de México
Lillian Llerena en el papel de Electra Garrigó, en la reposición de Francisco Morín de 1960.
Lillian Llerena en el papel de Electra Garrigó, en la reposición de Francisco Morín de 1960. Cortesía del autor

A Virgilio Piñera pareció acosarlo siempre eso que los cubanos llamamos salación. Poeta, narrador, polemista, crítico siempre agudo, y sobre todo dramaturgo, no la tuvo fácil. Molestó siempre por su afán de ir a la contraria, denunciando lo que le parecía falso e impostado entre sus contemporáneos, exigiendo lecturas revisionistas de la tradición y su presente, gracias a lo cual nos dejó señales de alertas que siguen siendo hoy extremadamente válidas. Pero todo eso vino con un precio: al ganarse poderosos enemigos, tuvo que soportar ninguneos, silenciamientos, homofobia, vetos y censuras que aparecen a lo largo de toda su biografía, tanto en la Cuba republicana en la que se dio a conocer, como en la Cuba posterior a 1959, en la cual acabaría sus días como una "no persona".

La imagen de Virgilio Piñera, recientemente rescatada en el documental El caso Padilla en el que se le puede ver, como describían quienes estuvieron presentes en aquella noche de abril de 1971 en la cual el autor de Aire frío y La carne de René terminó sentado en el suelo de la Sala Villena de la UNEAC, mientras el poeta de Fuera del juego hacía su mea culpa, es demoledora. En cierto modo, ya Piñera no podría volver a levantarse. Sus últimos años, los que corren entre ese 1971 y octubre de 1979, cuando fallece, son los de una desaparición que no se merecía. Se "fantasmó", para decirlo con un término muy suyo, que emplea en su pieza Dos viejos pánicos. Y habría que esperar para que su nombre reapareciese, primero en las carteleras de algunos teatros, y luego con la edición de la mayor parte de su obra, hasta la celebración de su centenario.

Hace ya 75 años que se estrenó Electra Garrigó, la obra con la cual Piñera planta su bandera en el teatro cubano de su tiempo, estremeciendo todo lo que como tal se entendía. El 23 de octubre de 1948 (solo unos días antes de que se presentara en la sala del Auditorium el programa con el cual se creaba el germen del Ballet Nacional de Cuba), en la sala de la Escuela Valdés Rodríguez, por fin se oyeron los primeros parlamentos de esta obra tan singular y arrasadora. Escrita entre 1941 y 1943, marca un paso de avance indudable en el anhelo teatral de su autor, que había firmado antes Clamor en el penal, obra que reconoció luego como fallida y que jamás ha subido a escena. Si en esa obra es obvia la influencia de Hombres sin mujer, la extraordinaria novela de Carlos Montenegro de la que Virgilio leyó pasajes en la revista Mediodía; Electra Garrigó es la prueba de cuánto lo contaminó el "bacilo griego", como él reconoce en su "Piñera teatral", el prólogo a su Teatro completo que se imprime en 1961. Uno de los ejemplares de ese libro, por cierto, provocó un famoso arranque de ira a Ernesto Che Guevara, en Argelia y algunos años después.

Parodia inteligente del teatro clásico, referencia burlona pero sólida y armada con grandes frases que remedaba irónicamente los espectáculos que en la Plaza Cadenas de la Universidad de La Habana montaban por aquellos días varios directores "a la griega", Electra Garrigó combina con precisión esos dos extremos del cubano: el gusto por la burla desmesurada y el respeto hierático a ciertas convenciones, con el patetismo y el ridículo que ello conlleva. Presentada por unas décimas cantadas sobre la melodía de "La Guantanamera", esta familia tebana/habanera se pasea por un portal de losas blancas y negras, habla del calor, de los mosquitos, sueña con casar a la hija rebelde con un pretendiente adinerado, y tiene una corte de sirvientes negros que en un momento de eficaz teatralidad se convierten en sus dobles. Clitemnestra Plá, dueña de esa casa, es una diva de arranques melodramáticos, que muere al comer con innegable gusto una frutabomba de diez gloriosas libras, en un golpe de efecto que escandalizó a más de uno. Electra es la hija que presiente y acelera el fin de su linaje, aferrada a la puerta de No Partir, tras la cual todo, absolutamente todo, consumados los hechos, se convertirá en el ruido Electra, en el trueno Electra.

El montaje lo dirigió Francisco Morín, con el equipo de su grupo Prometeo. Un año antes había nacido la revista del mismo nombre, y para celebrar el aniversario de la publicación, se anunció el estreno de la obra cubana. Antes, Piñera había ofrecido el texto a otros directores de renombre: Ludwig Schajowicz y Modesto Centeno, entre ellos. Pero sin resultado alguno, probablemente por los atrevimientos y la radicalidad de lo que Electra Garrigó denunciaba: los males de la educación sentimental cubana, los rigores del patriarcado pequeñoburgués, los atavismos que nos inmovilizan, el afán tan nuestro de ver la posibilidad de un cambio sin atrevernos de todo a crear una verdadera revuelta, matizado por esas sacudidas de una risa que lo sacudía todo. Por fin, Morín dio el paso. Virgilio había convencido a Marisabel Saénz, una actriz ya respetada en aquel movimiento de las pequeñas salitas de teatro que iban apareciendo en La Habana, para que asumiera el rol de Clitemnestra Plá. Violeta Casal fue Electra. Y el montaje tuvo anécdotas dignas de recuerdo.

En su imprescindible libro de memorias Por amor al arte (Ediciones Universal, Miami, 1998), Morín recuerda algunas de ellas. En un ensayo, al lanzarse a decir el monólogo con el cual Electra da arrancada al segundo acto, Violeta Casal exigió a gritos que se eliminara aquel largo parlamento. El monólogo, por supuesto, permaneció en la obra. La actriz se fue en busca de Ramiro Guerra, para que el joven coreógrafo la ayudase en su trabajo físico a lo largo del difícil texto, y salió airosa. Pero en una de las funciones siguientes, Gaspar de Santelices, que interpretaba a Orestes Garrigó, cambió la palabra frutabomba por la mucho más provocativa de "papaya". Violeta, indignada ante lo que en aquel contexto aún implicaba ese vocablo, salió disparada de escena, jurando luego al actor que nunca más trabajarían juntos, mientras él, burlonamente, se limitaba a decirle: "Culo, culo, culo, culo…", según también nos revela Morín.

El escándalo no se limitó a la tras escena. Como bien se sabe, Electra Garrigó desconcertó e irritó a la crítica de la época. "Un escupitajo al Olimpo", gritó uno de los espectadores, en frase que Rine Leal recordaba luego sabrosamente. Adversa a sus desafíos, la pieza fue estigmatizada por Luis Amado Blanco, quien resumió: "Al final, entre los ensordecedores aplausos de un público que, en ocasiones, reía, por no llorar, totalmente despistado y atónito de tanto malabarismo, pero que de todas maneras quería premiar el noble esfuerzo de una noche, nosotros recordábamos, con tristeza, aquel verso del propio autor en Rudo mantel: '…y el olor de la calle, donde un caballo no llevaba a nadie'. Quizás por querer llevar demasiado".

María Zambrano, sin embargo, había firmado un lúcido comentario que la revista Prometeo publicó, y la misma publicación recogió una tibia reseña de Manolo Casal. Bajo el seudónimo de Selma Barbieri, apareció acaso la reseña más lúcida del estreno. Su autora era en realidad Matilde Muñoz, y describía en esa nota aparecida el 3 de noviembre de 1948 en las páginas de El Siglo una imagen muy distinta de la que trazaba Amado Blanco:  "Así pues la sala del Valdés Rodríguez se hallaba llena de público, entre el cual se veían las primeras figuras de la crítica teatral habanera. Este público se hallaba preparado a las dificultades de la empresa acometida por Piñera porque ya la índole del espectáculo que se nos ofrecía, había sido anunciada por una página de María Zambrano, en la que con luminosa y profunda perspicacia se desentrañaba en cuanto eso es posible, el propósito del autor".

El resultado de todo esto fue la célebre polémica que también apareció en Prometeo, enfrentando a Virgilio Piñera con Luis Amado Blanco. Virgilio atacó con su artículo "¡Ojo con el crítico…!", y el otro respondió con "Los intocables". Prometeo publicó una nota tratando de establecer un terreno neutro, pero Piñera envió una carta abierta a José Manuel Valdés Rodríguez, presidente de la Asociación de Redactores Teatrales y Cinematográficos (ARTYC). La salación piñeriana se consumó cuando esta asociación determinó vetar el nombre de Piñera, y no comentar sus futuros estrenos, en las publicaciones que cubrían sus integrantes. Por ello dos años más tarde, al estrenar Prometeo el Jesús de Piñera, no hubo registro alguno de tal acontecimiento en la prensa.

Este cerco de censura iba a perdurar por toda una década. Solo en 1958, cuando Francisco Morín retoma Electra Garrigó y la presenta en el Mes de Teatro Cubano, con diseños de Andrés García, la obra fue revalorada, y el propio Amado Blanco reconoció los valores del texto que antes no había logrado distinguir. Con ese revival, Electra Garrigó se consagró como un clásico moderno del teatro cubano, y se sucedieron varias puestas en escena, dirigidas por Morín y otros creadores, a lo largo de la década del 60, incluida su presentación en la televisión cubana, o el montaje de corte experimental presentado en 1969 por Jesús Gregorio con el Teatro Musical de La Habana.

Si a partir de 1971 el vetado Piñera queda imposibilitado de publicar o estrenar en Cuba, sus obras aparecieron aquí y allá, a lo largo de la década. Justo en 1971 el Fitzwilliam College Theater Group, de la Universidad de Cambridge, presenta Electra Garrigó. Dos años después, Repertorio Español la estrena en EEUU, con puesta de Silvia Brito. En 1978, Francisco Morín dirige la pieza en Miami, con el grupo R.A.S., alentado por Teresa María Rojas, una de sus discípulas, precursor del grupo Avante. La tragedia caribeña, como ha recordado la investigadora Lillian Manzor, subió a escena a pesar de la amenaza de bombas, pues según los recelos políticos de algunos en esa ciudad, a pesar de la censura que padecía, Piñera era un aliado de la Cuba comunista.

En 1987 Alberto Sarraín propone su propia Electra…, con Prometeo y Teresa María Rojas en el rol de Clitemnestra, y su lectura actualizada y llevada al contexto de Miami, también será controversial. Dicha puesta ocurre a un año del estreno de la versión coreográfica creada por Gustavo Herrera, exitosamente, para el Ballet Nacional de Cuba. Para esas fechas, Teatro Estudio, en La Habana, ya ha recuperado a Virgilio en su repertorio, primero con Aire frío, en 1981, y con Electra Garrigó en 1985, dirigida por Armando Suárez del Villar. La propuesta de Flora Lauten, estrenada en 1984 con sus estudiantes del ISA, fue otro motivo de debate, por su aproximación desacralizadora al texto, y su afán de renovarlo, llevando la trama al ámbito circense.

De entonces a acá, Electra Garrigó reaparece de vez en vez.  Volvió a la televisión cubana en 1989, con Lillian Llerena (una de las Electras de Morín) como Clitemnestra, y sus hijos Lilian y Mauricio Rentería, dirigidos por Carlos Piñeiro. Daysi Fontao la protagonizó con la compañía Rita Montaner. Raúl Martín la presentó con Teatro de La Luna, y su maestro Roberto Blanco fue el Agamenón del montaje que él mismo dirigió para Teatro Irrumpe en 1997, como parte de lo que llamó la Década Piñera, en la que no faltaron abordajes y ediciones a la figura de Virgilio. Entre otras variantes y aproximaciones, creo recordar que la más reciente en escenarios cubanos fue la dirigida por William Ruiz, en la Sala Llauradó, en 2008. En 2012 pudo verse en Miami y España El juego de Electra, espectáculo de Liuba Cid, y en la Universidad de Londres un grupo de estudiantes la representó a partir de la traducción de Kate Eaton, coincidiendo con el centenario del autor.

Sigue siendo un texto complejo y brillante, un reto teatral para sus actores, actrices y todo aquel que se apreste a dirigirla, y no todos salen victoriosos de tal prueba. La salación piñeriana que ella contiene, como dificultad, puede resolverse en un momento de teatralidad rotundo, si sus claves se entienden a fondo. En 1992, al abrir con ella la antología Teatro cubano contemporáneo que preparó Carlos Espinosa, Raquel Carrió afirmaba: "Quizás hubo un tiempo en que se consideró a Electra… un simple divertimento irreverente contra la tradición. (…) Pero desde hace años la crítica descubrió el sustrato: reflexión, cala profunda en los problemas del ser nacional por la vía de recursos que renovaban el lenguaje y relativizaban los conceptos".

A 75 años de su estreno, más allá de todos los silencios y contradicciones, la Electra cubana sigue siendo una figura de teatralidad contundente y necesaria. Por encima de todas las salaciones, ¡felicidades, Electra Garrigó!

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1 comentario

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Excelentísimo el comentario sobre Electra Garrigó.