Vemos caer los muertos del cielo.
Son los muertos que plantamos una vez
junto a la cerca del patio de la casa,
enterrándolos con nuestros dedos en el fango
y pisándoles encima con los pies descalzos.
Son los mismos que veríamos crecer
dándoles de beber el agua roja del mar
y de comer la tierra de los cementerios.
Son aquellos que en los sueños tejían
con sus ramas escalas hasta las nubes
por dónde bajaba Dios a besarnos.
Los vemos caer hoy como hojas marchitas
de la mano del viento de otoño,
bajo la fronda donde esperamos a diario
con las manos abiertas
y los ojos puestos en el cielo.
Estos son los muertos que sembramos
y son devueltos por la vida que tuvimos.
Son tantos que apenas podemos caminar,
mirarlos a los ojos llenos de lágrimas,
hacer una cruz y pedirles perdón.
Algunos caen nuevos y planchados,
otros arrugados, despiezados y húmedos
de nadar en sus sueños a tierra firme.
Van cayendo sobre nosotros, duelen,
enterrándonos bajo una montaña de carne
donde brilla el sol en la cima.
Los vemos caer de la copa del cielo
y volver a la tierra infértil donde los cultivamos.
Cada uno tiene su propio muerto,
que como un fruto podrido cae
y nos mancha el alma que nos pusimos
para salir a pasear sobre la tierra muerta.
León de la Hoz nació en Santiago de Cuba, en 1957. Sus últimos libros de poemas publicados son Vidas de Gulliver (Betania, Madrid, 2012 y 2016) y La mano del hijo pródigo (Betania, Madrid, 2019) y Fragmentos del Descuartizador (Betania, Madrid, 2023), al cual pertenece este poema.