No fue hasta terminada la Guerra de Vietnam que Colonización de las mantícoras exhibió su rostro definitivo. Rãzvan Baburea originalmente pensaba escribir un diario, pero terminó por desarrollar sus impresiones sobre la legitimidad de la invasión norteamericana. En el cuaderno, que cuidaba con el mismo celo que la chapa de identificación, no faltaron dibujos de paisajes idílicos, poemas, aforismos y fotografías. Rãzvan atesoró, con tal de dejar algún vestigio de su individualidad antes que una bomba o arma enemiga lo hiciera cruzar la trinchera de Hades o convirtiese en afásico tetrapléjico, lo que atesora cualquier soldado en situación extrema. Hace días, mientras buscaba infructuosamente en el librero El Cristo de la rue Jacob de Sarduy, la vi: estaba, y no concibo el porqué, en el espacio destinado a la literatura mística. Al abrir el libro al azar (hábito que tengo y con el cual descubro si una obra me apresará o no), un escalofrío me recorrió el espinazo. Para mi asombro, Colonización de las mantícoras, al contrario que otras novelas que he leído en los últimos años, goza aún de una rara frescura, siendo escrita, nada más y nada menos, que a inicios de los 70.
En Isla Vitala un equipo de biólogos moleculares compuesto por alemanes y chinos intenta clonar especies extintas. Por un error, y aquí empieza la trama, al extraer el ADN de un supuesto Hyaenodon (mamífero placentario desaparecido en Norteamérica a finales del Oligoceno), traen a la vida por medio de una hiena rayada de Nepal a una especie que Plinio el Viejo consideró como genuina en Naturalis Historia, pero que es descrita como mitológica en la mayoría de los bestiarios de la Edad Media: la mantícora. Dicha serendipia, es decir, esta mantícora por carambola supuso para los biólogos, ¡a quién no le gusta una corona de laurel!, la llave maestra que les abriría las puertas del Nobel. Lo que al principio era un ensayo del mundo microscópico entonces se convierte en un criadero de mantícoras. Con la máquina de clonar a todo tren, basándose en experimentos empíricos y poco éticos, creen que estas bestias de cuatro patas con cabezas humanas, cuerpos de león y colas de alacrán, aparentemente son inofensivas y, si se les domestica, habitarán tanto en climas áridos, templados o fríos. Incluso especulan, ninguneando a Darwin, que pueden suplir las funciones que realizan los camellos y los huskies siberianos.
Ya a mitad de la novela Rãzvan nos deja entrever, con la perspicacia de un escritor de ciencia ficción que, como resultado de la clonación abusiva, las mantícoras se han multiplicado del mismo modo en que el Creador a orillas del Tiberíades multiplicó los panes y los peces. No solo ocupan Isla Vitala, sino que se han expandido desde el Ártico hasta las islas Diego Ramírez. En resumidas cuentas, que se forma un guirigay global por una especie invasora sin hábitat natural con asociaciones a favor del exterminio, y asociaciones en contra. Políticos a favor de la expansión, y políticos en contra. Científicos a favor de la clonación, y científicos en contra... No. No espere un spoiler, más bien es una invitación a la lectura de una obra que ha pasado casi 50 años manoseada por la carcoma de la biblioteca.
Para saber quién es el artífice de esta novela rocambolesca debemos remontarnos a 1947, fecha en que los padres de Rãzvan Baburea huyeron con él tras la abdicación de Miguel I de Rumanía, al que habían servido del mismo modo que sus ancestros a la dinastía Hohenzollern. Después de una dilatada travesía por Europa, donde malvivieron casi un quinquenio entre España y Portugal, la familia logra emigrar a Estados Unidos, amparándose en la ley para personas desplazadas y perseguidos políticos. Allí se asientan en Illinois: uno de los principales destinos de la diáspora rumana. Con algunos ahorros y la ayuda del que más tarde fuera arzobispo de la Arquidiócesis Ortodoxa Rumana de América y Canadá, compran al Estado terrenos expropiados a unos amerindios que perdieron su estatus tribal para convertirse en ciudadanos de segunda. Pãmânt Alb, así bautizan la granja donde se dedicaron en tierras prósperas al cultivo del maíz. No puede decirse, sin embargo, que vivieron el sueño americano con casa de madera, porche y bandera yanqui al lado de la del Reino de Rumanía. Según Rãzvan: "Mi familia tenía demasiada mierda bajo la alfombra". Por lo que ha trascendido, creció en un ambiente galvánico. La madre se convirtió en alcohólica y el padre en un misántropo coleccionista de armas de fuego.
Apático, a los 12 años, lleno de odio hacia sus progenitores, intenta suicidarse con una Luger. Como no era diestro en el manejo de dicha pistola la bala solo le rozó el cuero cabelludo sobre el temporal derecho; no obstante, encuentra destinatario en la figura de José Guadalupe Menéndez Contreras, un jornalero mejicano que por desgracia en ese instante se presentó en el granero comiéndose un burrito de pollo y guacamole. A Rãzvan lo juzgaron por homicidio imprudente y lo internaron hasta la mayoría de edad en un reformatorio. Dura lex, sed lex. A partir de entonces, la existencia de este genio de la parodia fue un tiovivo. Al cumplir la condena Rãzvan se convirtió, como el 90% de los prófugos o quienes guardan secretos inconfesables, en un hombre sin pasado. Haciendo autostop recala en Michigan. Después de recibir las dádivas que ofrece una congregación metodista a vagabundos y desposeídos de la tierra por compasión al prójimo, obtiene el primer trabajo, a la par conoce a su ideal femenino: Latoya Brown. Latoya, fanática del jazz, escultora y pintora naíf era hija de Oliver Brown. Oliver Brown, además de pastor de la congregación metodista era dueño de la funeraria Brown Dawn. Tras Rãzvan contarle que era judío polaco, y para darle un toque melodramático a la historia, también suma que sus padres fueron víctimas del Holocausto, el reverendo Brown sin más preámbulo lo empleó. La vida, con los embustes sin jerarquía de su mente fértil, le sonríe por primera vez a este coterráneo de Cioran. Pero no todo fue el jardín de las blancas magnolias bajo el tupé del cielo tisú. Aunque buen samaritano, el padre de Latoya estaba diametralmente opuesto a un matrimonio interracial, por lo que, tres meses más tarde, en cuanto se enteró del furtivo y fogoso romance, sacó a Rãzvan a patadas por el culo de la funeraria Brown Dawn. Incluso lo amenazó con una escopeta de perdigones si se acercaba a Latoya. Esto trajo como consecuencia la fuga disparatada de Rãzvan y Latoya en un camión de cerdos aparcado en una gasolinera con matrícula de Ohio.
La pareja, después de dar tumbos como Jack Kerouac y sus amigos por todo Estados Unidos, al final se instaló en Nueva York. Allí, con la convulsión política y sociocultural de los 60, Latoya se convierte en una influyente artista plástica y defensora de los derechos de la mujer afroamericana; Rãzvan en bombero. En 1967 Rãzvan decide enrolarse en el ejército y sirve 18 meses en la Guerra de Vietnam. De esa experiencia tan traumática nació Colonización de las mantícoras, obra que vio la luz en 1979 gracias al esfuerzo conjunto de Latoya y la Asociación de Veteranos Ciegos de Vietnam en Brooklyn. Según Latoya, Rãzvan nunca se creyó escritor, tampoco tuvo la menor intención de publicar en vida Colonización de las mantícoras. En la única entrevista que le hicieran y que tuvo lugar tras ganar la Medalla de Honor al quedarse tuerto de un ojo por una bala perdida, Rãzvan dijo que no se sentía rumano ni estadounidense, sino un apátrida. Al referirse a sus padres, los catalogó como "nazis hijos de perra". De igual modo se caracterizó como autodidacta y pésimo estudiante, puesto que el sistema educativo siempre le pareció aburrido.
Por mi parte considero, aunque puedo errar el tiro, que Colonización de las mantícoras es una obra humanista y antibélica. El ejemplar lo compré en una librería de viejos en Sevilla. Me costó tres euros y estaba bastante conservado. La edición en español corrió a cargo de la desaparecida editorial colombiana especializada en fantaciencia Sumaca Ed. Pero si usted no es un lector fetichista que colecciona libros raros y primeras ediciones, puede comprar Colonización de las mantícoras en IberLibro (impresión bajo demanda) y en Amazon (formato e-book). Desarraigado, provocador, sarcástico, amante de los viajes ácidos, el sexo libre, la fraternidad universal, y el nomadismo, Rãzvan Baburea falleció por sobredosis de heroína en el taller de creación de su compañera sentimental Latoya Brown unos días después de la entrevista de Muscle Alive, revista homoerótica neoyorkina.
Dolores Labarcena nació en Santiago de Cuba, en 1972. Ha publicado el libro de poemas Las puertas dialogadas (Editorial Abril, La Habana, 2004) y la novela Kruschov (Verbum, Madrid, 2015). Codirige la revista literaria on-line Potemkin ediciones. La editorial madrileña Betania ofrece su novela No quiero llanto en versión descargable y gratuita. Este texto pertenece a un libro en preparación.