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Narrativa

Cuerpo áurico

'...o es condenado 62.000 milenios a vagar alrededor del Efú, especie de infierno y purgatorio donde los trabajos son tan inverosímiles y prolongados como reparar televisores analógicos o lavadoras de la Era soviética.'

Barcelona
Imagen de medicina áurica.
Imagen de medicina áurica. Regresiva

Ningún pueblo tiene ideas tan anómalas acerca de lo intangible o la vida en el Más Allá como el pueblo chotekire. Para los chotekires, incluso en el siglo XXI donde los libros de temática mística boquean a precio de risa en Amazon, las condenas reservadas en el Efú (así nombran a la montaña donde habitan los hombres-paja o jiniyiyos, figuras de las que más adelante hablaré) no se aplican a ladrones, militares, ni delatores. 

Según el Manual de salvación o filosofía para la resistencia perpetua en un planeta ateo de Napoleón Alejandro (Raurava Books, Cayo Hueso, 2016), una vez incinerado el cadáver, es decir, cuando el alma es conducida al Menjuvezavo, especie de limbo para los chotekires, el cuerpo áurico llega a un pequeño lodazal donde se hunde hasta el cuello entre excrementos de vaca y espumarajos de moluscos. En la otra orilla hay un jiniyiyo palafrenero (semejante a Caronte) que le extiende la mano y acto seguido lo empala con un bambú desde el ano hasta el etmoides sin traspasar la fosa craneal, ya que ahí se encuentra el nondoó. El jiniyiyo palafrenero, que dicho sea de paso conduce una carreta tirada por una yunta de buey, lo lleva hasta un montículo donde lo espera el comité de los jiniyiyos vocingleros. Allí, después de desempalarlo, leer su carta astral y, como en las series de Netflix, investigar a lo que se dedicaba en Chotekire, se decide si es "desterrado" a un universo paralelo (al contrario de las religiones abrahámicas en el asthinismo no existe el paraíso), o es condenado 62.000 milenios a vagar alrededor del Efú, especie de infierno y purgatorio donde los trabajos son tan inverosímiles y prolongados como reparar televisores analógicos o lavadoras de la Era soviética. Recordemos al lector que los supuestos castigos ocurren después de la muerte.

Al cumplir dichas condenas los jiniyiyos avizores, que son los de menor rango pero a la vez los más crueles y despiadados, lanzan al condenado a las profundidades del Efú a través de un boquete que tiene en la cúspide. La profundidad de la utópica montaña es de 59.000 kilómetros bajo la superficie terrestre. De tal forma se llega, para empezar, al último o primer infierno, depende del ojo con que se mire. Cada infierno está cercado con banderitas del Reino Chotekire, y las torturas que dentro se llevan a cabo son tan execrables, o más, que las narradas en la Divina Comedia

Adentrándome en libro tan delirante descubro además que el Juicio Divino es similar a los juicios que realiza la Corte Suprema del aludido régimen teocrático no reconocido por la ONU, pero sí por Irán, China y Venezuela.

Tal como declaran los teólogos oficialistas, su infierno está compuesto por cien niveles, y en cada uno de ellos el castigo es diferente. Por ejemplo, en el séptimo nivel se castiga a quienes pescan sin licencia privando a la población de manjares tan escasos como langostas y camarones. En el nivel once el castigo se centra en los agricultores que no donan a la UNACC (Unión Nacional de Agricultores y Campesinos de Chotekire) el 70% de su cosecha a Asthi Vadaroga, quien, de forma equitativa y, siempre mediante su ejército, reparte en primavera viandas y hortalizas entre los más desposeídos del Reino (dato imposible de contrastar por falta de libertad de prensa). En estos dos niveles la pena a cumplir es deshilachar banderitas y volverlas a componer ad infinitum

Un nivel curioso es el 15, donde van a parar los carpinteros que compran madera de forma ilegal para fabricar chalupas. Dichas chalupas tienen el objetivo de transportar a los que huyen despavoridos a la isla vecina, Ominirá, principal enemiga de Chotekire. En este nivel también caen los llamados antisociales o quienes no se alineen ideológicamente a los Estatutos de la Corte Suprema (documento equivalente a las Tablas de la Ley) dictados por el mismísimo Asthi Vadaroga, rey autoimpuesto después de un golpe militar que dura casi siete décadas. Todas esas almas condenadas son arrojadas a un molino de pulpa; con ellas fabrican papel, donde se imprimen ininterrumpidamente los citados Estatutos.

Sin embargo, y para más inri, los chotekires (en su mayoría incautos y temerosos) piensan que esas almas descarriadas pueden obtener indulgencias de los jiniyiyos avizores si leen en voz alta los 365 días del año o 366 si es bisiesto, los Estatutos de la Corte Suprema. Con tal idea enraizada en el inconsciente de esa nación, y mediante el correctivo de la repetición perpetua, como si de una plegaria de elevación se tratara, aspiran meter en cintura a los que habitan en el inframundo.

El nivel 21 es destinado a los disidentes. Todos aquellos que en vida se ocuparon en defender sus derechos en un país donde prima el pensamiento único, son arrojados en calderos con metales fundidos de los que salen en serie bustos con la imagen de Asthi Vadaroga. Los menos recalcitrantes los envían a trapiches que jamás dejan de moler caña o, a cortar marabú. Tareas inútiles que los jiniyiyos, o bien hombres-paja ordenan con solo alzar las temidas banderitas, excelente medio de contención, incluso más imponente que el tiburón de arrecife que rodea la isla de un lado a otro, de un lado a otro, de un lado a otro. Idéntico castigo se impone a quienes hablen en general de la pitanza, falta horrenda para CARNOC (Cabildo de Adoradores y Religiosos Nacionalistas y Ortodoxos de Chotekire), que refiere que esas opiniones inducidas por la gula son un verdadero lastre para los que parten al Menjuvezavo, puesto que no se reconocerán ni en Chotekire, ni en un universo paralelo.

Como indiqué antes, una particularidad muy notable es que los niveles no se cuentan de abajo hacia arriba ni de arriba hacia abajo. Según la carta astral y, dependiendo si en el viaje al Menjuvezavo al jiniyiyo palafrenero no se le ha ido la mano con el bambú, algunos chotekires son liberados por acciones terrenales como haber participado en trabajos voluntarios o asistido a las marchas multitudinarias donde se reverencia con lloros y consignas a Asthi Vadaroga. Algo insólito, concuerdan eruditos de medio mundo que observan con recelo las aberraciones teológicas del asthinismo (culto que adora a Menhit y, además, afirma que Menhit era madre de Asthi Vadaroga, dando por hecho que este último es la vigésimo segunda reencarnación de Mahavira, de quien, en el Manual de salvación o filosofía para la resistencia perpetua en un planeta ateo se dice que "fue el viento hecho carne por Kanipinikassikueu"), es que ladrones, militares, y delatores no traspasen el Menjuvezavo. En un inciso de los Estatutos queda patente que fueron juzgados por la Corte Suprema y, por lo mismo, tienen banderín abierto para oficiar de jiniyiyos vocingleros o avizores. Esto sí, siempre que le hayan traspasado el nondoó, lo que viene siendo para los tántricos el sahasrara o chakra de la coronilla.


Dolores Labarcena nació en Santiago de Cuba, en 1972. Ha publicado el libro de poemas Las puertas dialogadas (Editorial Abril, La Habana, 2004) y la novela Kruschov (Verbum, Madrid, 2015). Codirige la revista literaria on-line Potemkin ediciones. La editorial madrileña Betania ofrece su novela No quiero llanto en versión descargable y gratuita. Este texto pertenece a su libro inédito Electra y el extraterrestre amarillo.

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