A Marco A. Labarcena
En Forlimpopoli ganó la literatura.
Eso pensé mientras me apartaba del centro,
donde las calles tienen nombres de escritores:
Saba, más amplia, Calvino, alrededor
de una modesta rotonda, Pasolini,
rozando los últimos chalets
para una clase media sin mayores conflictos
que el final del verano, y en la que —parece—
nunca irrumpe la muerte.
Y sin embargo por eso estaba ahí.
Y por eso salí a caminar. Y caminé hasta las lindes
reconfortado casi, cediendo a la isomorfa
(belleza) de jardines podados, se diría
erigidos por un mecanismo
inteligente.
Pero a las calles con nombres de escritores
siguieron Gagarin, Allende, Lubumba,
Ho-Chi-Minh, y, como si se hubiese agotado
el catálogo, otra vez Via dei Cosmonauti,
Via delle Stelle, Via degli Astri…
Entonces pensé en los funcionarios
que nos recibieron esa mañana en el cementerio,
ironía felliniana para quienes
quedamos aquí: degli Angeli,
y su superior, Crudeli.
En este mundo solo hay una intersección verdadera:
ángeles y demonios asientan por igual
los nombres del Comune, y uno no puede
escapar a la imaginación de los mapas,
a la serie de fosas, al largo elenco
de trompetas y triunfos.
No recuerdo ya qué rotonda seguí
ni cómo encontré la casa.
El invierno, eso sí, había entrado de cuajo
y solo era tenaz la imagen de tres mujeres
eligiendo una tumba.
Pedro Marqués de Armas nació en La Habana, en 1965. Fue miembro del grupo Diáspora(s). Publica, junto a Dolores Labarcena, la revista digital Potemkin Ediciones. Sus últimos libros de poemas publicados son Cabeças e outros poemas (Hedra, São Paulo, 2008) y Óbitos (Bokeh Press, Leiden, 2015). Este poema pertenece al libro inédito Carrer d'Hartzenbusch.