José Martí tiene lectores y coleccionistas. Los primeros compilan sus poemas, organizan su cronología y padecen la fiebre de la cita. Los coleccionistas son más humildes, y si bien no están exentos de la lectura, sufren si alguien les roba un tomo de las Obras Completas y creen, para no encontrar nunca la paz, en el mito del ejemplar perdido (un libro mitológico que nunca nos fue revelado, por problemático).
El lector de Martí prefiere sus versos o sus discursos; el coleccionista, la foto en que ese hombre sonríe mientras carga a su hijo, y daría su fortuna por la página arrancada a su Diario. Lectores de Martí fueron Mañach y Marinello, que lo conocieron extensa e intensamente; coleccionistas, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante y Antonio José Ponte.
Sabemos que Lezama escribió poco sobre Martí, no lo abordó sino con escaramuzas (lo cual no quiere decir que lo irrespetara). Cabrera Infante se aferró solitariamente a La Edad de Oro que le regalaron de niño y a las páginas extrañas del Diario. Ponte, autor de un ensayo sobre Martí que muchos leen con furia y otros con veneración, pidió una antología nueva de Martí, una que no fuera como el libro infinito de Borges, de papel biblia, laberinto ilegible cuya página central no tiene reverso.
Ponte —en el célebre ensayo— quiere que consideremos a Martí "un autor como otros, uno más en el anaquel"; aspira a que sus obras queden reducidas a lo esencial, a lo paladeable, lo cual excluye su teatro y su novela, para no verlo como "una continua llamada al deber" (para el lector) o una serie de macutos que desplazan (para el coleccionista) a los demás ejemplares del librero.
En noviembre, la Real Academia Española decidió complacer tanto a los lectores como a los coleccionistas de Martí (lo cual incluye a Ponte y, quizás, a mí mismo). El último de un linaje de ediciones conmemorativas, Martí en su universo (Alfaguara, Madrid, 2021) fue presentado en Madrid por Rogelio Rodríguez Coronel, director de la Academia Cubana de la Lengua; el Premio Cervantes nicaragüense Sergio Ramírez —cuyo exilio político, decretado por Ortega, lo emparienta con el Apóstol—, y por Pilar Reyes, la ya legendaria directora editorial de Alfaguara.
Hago una pausa en la escritura y sostengo el libro en mis manos. Fue el primer volumen que compré en España, junto a Borges esencial, también fruto editorial de la RAE y Alfaguara. Desde 2005, cuando apareció la edición conmemorativa de los 400 años de Don Quijote, ambas corporaciones se han dado a la tarea de publicar a autores clásicos del español, la mayoría americanos. Después de Cervantes vino Cien años de soledad, La ciudad y los perros, La región más transparente, El Señor Presidente, Yo el Supremo, La colmena, Rayuela y antologías de Neruda, Darío y Mistral.
Se trata de una colección emblemática, cuyos títulos busco en cacería libresca, y que van poblando mi librero.
Pero el hecho de que Martí corone este anaquel de libros elegantes y transportables, como quería Ponte, que se pueden leer sin fatiga, es un orgullo cubano. La colección lleva una marca: la presencia de introducciones escritas por especialistas en el tema, y epílogos de no menos calibre. En este caso, la antología va precedida de cuatro textos clásicos sobre el Apóstol: son los ensayos de Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Gabriela Mistral y Guillermo Díaz-Plaja.
El texto martiano ha sido fijado con sumo cuidado, atendiendo a instrucciones inspiradas en el modo en que Martí percibía la totalidad de su obra. De acuerdo a los temas, las páginas se dividen en seis secciones: "Cuba", "Nuestra América", "Estados Unidos", "Versos", "La Edad de Oro" y "Letras, educación, pintura", que contiene además un fragmento de su epistolario y sus indispensables diarios.
La fuente esencial de Martí en su universo fue la edición de sus Obras Completas, organizadas por la editorial Ciencias Sociales en 1976, lo cual no excluye el trabajo con textos descubiertos recientemente por los eruditos. Para los Diarios, sin embargo, se utilizó la excelente edición crítica de Mayra Beatriz Martínez, publicada en 1996 por el Centro de Estudios Martianos.
Cierran la antología cuatro textos críticos de la Academia Cubana de la Lengua, agrupados en la etiqueta "Martí desde dentro". De Roberto Fernández Retamar, un ensayo sobre el talante fundador de Martí; de Roberto Méndez, un estudio sobre la espiritualidad del Apóstol; mientras que Sergio Valdés Bernal y Marlen Domínguez se ocupan del aspecto lingüístico y estilístico de la prosa martiana.
Se añade, como es costumbre en la colección, una bibliografía, un glosario y un índice onomástico.
Martí en su universo es un texto ideal para el lector de oficio, como introducción a la obra del maestro cubano o como equipaje de mano. Pero en el librero de los coleccionistas adquiere un valor adicional: es una máquina de retornos o de nostalgias, antídoto para los que se fueron, mapa de regreso a la isla que queda atrás. Una Cuba de bolsillo.
Es un libro de campaña, portable como una navaja, y tan útil para desbaratar la melancolía como lo puede ser un buen habano, contemplar una playa o escuchar boleros. Pasará mucho tiempo antes de que Martí en su universo se conozca en Cuba. Dudo que la Academia Cubana de la Lengua, el Centro de Estudios Martianos o el timorato Instituto del Libro tengan entre sus planes una edición insular, con la frescura y manejabilidad que merece el lector cubano joven.
Los lectores o coleccionistas de la Isla —yo también pertenecí a esa cofradía— tendrán que seguir padeciendo la complicidad de la ausencia, la de los libros que nunca se publicarán. Esto es, el destierro editorial de Vargas Llosa, de Cabrera Infante, de Borges. Y también, desde luego, el de José Martí.
José Martí, Martí en su universo. Una antología (Real Academia Española-Alfaguara, Madrid, 2021).