No se ponga un sombrero
puede usted destacarse
y terminar mal.
Menos uno de seda.
¿De tres picos?
¿De mosquetero?
El tarbush: aspirando
siempre a más.
Kipa: tampoco llega
a mitra.
Y toda mitra
se cree cabeza.
De fieltro no se acoplan.
El bombín, tipo hongo, sí.
A Charles Chaplin le entró.
(El bombín tipo hongo
se sintió tan confortable
allí
que dijo: basta,
estoy aburrido.
Quiero acomodarme
sobre una ciudad.
Tal vez sobre dos.
Necesito odio.
Necesito
aire.)
Nunca con orejeras.
¿De gabardina?
¿De paja?
¿Con lazos?
¿Con plumas?
Negativo, negativo.
¿Uno rebajado?
¿Eliminada toda
fantasía?
¿Solo para extras?
¿Para los duros
oficios?
¿De toreros?
¿Cirujanos?
¿Cocineros?
¿Para poetas?
¿Usado
por Rilke?
¿Etcétera?
¿Gertrudis Gómez de Avellaneda
usaba sombrero?
(Por si acaso, no.)
Voy a desviarme
para imaginar
los sombreros
de Anna Karenina
y de Madame Bovary.
Pero si van a ponerme
a llorar, paso.
¿Restar profundidad?
¿Diámetro?
¿Altura?
Páginas y páginas.
En ellas va mi firma contra
el sombrero de castor.
No a la entrada
de Luis IV, de Francia,
en Nantes.
Borrón y cuenta nueva
para el bicornio
de Napoleón
Bona-
parte.
¿De copa,
my uncle?
El sombrero
de Al Capone,
todo él
sombrero,
¿cómo era?
Arrivederci.
Arrivederci.
¿Gorras?
¿Les sobra,
o les falta
ala?
¿Y
las boinas?
Oh las boinas
negativo
con Plus.
Las boinas
se acomodan
demasiado.
Tienen, además,
aquella idea fija.
Para licenciarme
de mi pánico
a usar sombrero,
no pienso protegerme
del frio.
Ni del calor.
Ni me escudaré
usando como pretexto
la lluvia.
Voy a estrenar
mi propio birrete.
Y debajo,
con todo mi peso y
estatura,
hacia la boca
de alguna planta
carnívora,
marcharé.
María Elena Hernández Caballero nació en La Habana, en 1967. Sus últimos libros de poesía publicados son La rama se par-te (Ediciones Torremozas, Madrid, 2013) y Yo iba tranquila dentro de una bala (Verbum, Madrid, 2016), que compila la mayoría de sus libros de poemas, y La noche del erizo (Casa Vacía, College Station, 2018).
