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Ensayo

Virus atacan a intelectuales

'Hasta que un soleado día alguien lo obliga a hablar más de cinco minutos sobre el autor o el libro que citó. Y ahí mismo cae como una palma seca.'

Miami
Hojas de diferentes palmas.
Hojas de diferentes palmas. Vecteezy

El más común es con la bibliografía. No fallan en estar al día, saber exactamente cómo citar un artículo, revista, libro… Un día que suele cambiar según estés en Chicago,  Berlín o Madrid.  Nunca se equivocan en una coma, abreviatura, mayúscula, cursiva, referencia dentro de cita…

Y desde luego que les encanta corregirte, así ejercen una suerte de venganza filológica. Me ocurrió el pasado año con un ensayo. No fue ni la primera ni la última vez que un meticuloso supo hallar tres o cuatro detalles erróneos en el modo en que yo cumplía con las normas para citar.

Generalmente son ensayistas frustrados, bibliotecarios que equivocaron sus senderos profesionales, víctimas de escasas oportunidades de trabajo o de su propio ego, desbocado mientras han leído a Jorge Luis  Borges, Octavio Paz o Luis Cernuda; donde los infectados observaron que muy pocas veces incluían en sus ensayos una referencia bibliográfica. Y casi ninguna cita  bajo las "estrictas" normas de la academia, tan "estrictas" que suelen modificarlas de congreso en congreso.

Entre más se dan cuenta de que tales exigencias son secundarias, aunque útiles a estudiantes que aspiran al doctorado, más suelen resbalar hacia el ridículo. Hasta llegan a creerse ensayistas. Recuerdo a una útil trabajadora de la Biblioteca Nacional José Martí de La Habana, que tras preparar varias bibliografías —alguna de escaso valor, pero dedicada a un poderoso político comunista— me recriminó que no le diera crédito en la portada del libro La Habana, donde aparecieron los artículos publicados por José Lezama Lima en el Diario de la Marina; que mecanografiados por Rosa Lima Rosado obraban en el dosier allí guardado, con el que trabajamos los que tuvimos el privilegio de preparar la edición crítica de Paradiso. Y eso que en el prólogo, como era de esperar, le agradecí el acceso. Acceso a lo que ya conocía desde Trocadero 162. Apenas las fichas del periódico eran de su autoría.. Pero la acomplejada bibliotecaria quería salir en la foto, como tantos scholars con sus correctas bibliografías directas e indirectas (Las que antiguamente se llamaban pasivas, aunque nunca lo fueron.)

Variaciones de este virus son la novolatría bibliográfica, que exhibe lo último de un tema  o autor, pero suele saltar con ridícula elegancia sobre los estudios clásicos; y el fenómeno de una exuberancia de referencias, donde uno —lector común— sospecha que resulta imposible que el sabihondo se haya leído todo lo que cita. Lo que hace suponer que compra en tiendas de segunda y hasta de tercera mano; que toma prestado para armar un bluf.

Esta modalidad charlatana suele abrumar a ingenuos y principiantes. Abunda en historiadores que han querido saltar a la crítica literaria y artística. Consigue inflar globos. Trata de tupir y tupe. Hasta que un soleado día alguien lo obliga a hablar más de cinco minutos sobre el autor o el libro que  citó. Y ahí mismo cae como una palma seca.

Otro virus globalizado consiste en apelar al relativismo, como si fueran no ya astrónomos sino también astrólogos de  la antigua Grecia de Anaximandro, pero ni con una pizca del genial talento que caracterizó a la Escuela de Mileto.
       
"Todo es relativo", "según el cristal con que se mira", dicen. Y les sirve para que la adopción del multiculturalismo —demagogia casi institucionalizada— les permita admitir a cualquiera en los cánones, en atención a factores evidentemente ajenos: raciales, sexuales, regionales, políticos, generacionales, afectivos…

En poesía —por ejemplo— tal ausencia de punto de vista, de riesgo en la apreciación crítica, ha provocado un caótico exceso de poemas que afecta la formación de lectores e imposibilita preparar antologías medianamente artísticas, apenas las que festinadamente agrupan hasta porque los autores son adictos al batido de mamey o al dulce de hicacos, ambos —por cierto— deliciosos. Alentado por la facilidad para publicar en sitios digitales, este virus se reconoce cuando logra crear la ilusión, en noche cerrada y borrascosa, de que todos los gato-poetas —en Miami, La Habana o París— son pardos.

Por supuesto que apenas enuncio algunos virus de los que afectan a intelectuales. Por supuesto que pocos se sentirán infectados. Por supuesto que la culpa ajena también es otro virus tan testarudo como la vanidad. Por supuesto que no nacieron de una sopa de murciélago en Wuhan. Por supuesto que en mi espejo también salen imágenes de algunos de ellos.

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