Se hacen muchas bromas en la casa
del entomólogo viejo y parkinsoniano
pero ninguna como la de esa aguja
por la que está prendido a la silla de su tarea.
Del cráneo al perineo, la saeta
entra en su cuerpo en la forma
de unas píldoras coloreadas y oblongas. Caen
al horno de la sangre y esparcen su aleación
como densa neblina atrapada en un bosque.
Su cabeza tiene entonces ese agradable pasmo de niebla,
él gana de nuevo el equilibrio
y sus manos, que también han dejado de temblar,
están listas para aquellos ensartes de alfileres
y minúsculas anotaciones.
A veces, cuando su atolondrada mujer
vuelve del jardín con el sombrero alón
y un Pomo de la muerte que todavía zumba,
él está a punto de notar la broma.
Si en la modorra de una tarde
lo sobrecoge el silencio insidioso de la casa,
aquel pabellón de tiradores y cajoncillos,
bocas cerradas donde siguen brillando
cientos y cientos de ejemplares, repetidos algunos
como joyas baratas demasiado vistosas,
o como hermosos insectos atrapados en fila,
caminantes en sueño de una articulada migración,
ha vuelto a estar a punto.
Y qué no se diría
si lámparas y espejos le entregaran de pronto
algo de aquellos seres.
Filigrana temblona al retumbar del tráfico.
Los cuerpos en segmentos, las sucesivas curvas
como se ven su calva, su frente, su caída de hombros,
el bulto de su vientre sobre los muslos anchos,
y las piernas frágiles y retraídas,
y el dorso de las manos con su extraña quietud
en torno al microscopio.
Pero otra vez se aparta. Hombre de ciencia al fin,
se ríe de la suerte sin creer en la suerte.
Por no dar en la broma, hace bromas él mismo.
Alessandra Molina nació en La Habana en 1968. Sus últimos libro de poemas publicados son Otras maneras de lo sin hueso (Leykam Verlag, Graz, 2008) y Algodón del sueño, cuchillo de los zapatos (Rialta Ediciones, Querétaro, México, 2017). Esta última editorial publicará próximamente un volumen de toda su poesía.