No sé qué será de ti
el día en que muera tu teléfono.
No es el gran modelo
(no te alcanza para un iPhone).
No sé qué será de ti ni a dónde
escapó tu úvula.
Qué se hizo de la vivencial,
la ubre de urbe, la dinástica.
Dónde se diluyó el poso de amor
que fuiste en los certámenes
—mirabas lo esnob con el asco
de quien ve caer del cielo
una porquería de ave y se desmarca—.
Venga, te regalo esta flor:
su tono vivo de terciopelo rosado,
ligado al tallo que se hunde
como un sacristán en la tierra.
Te regalo una flor que está viva,
que sonríe, que late y se entrega
y procura y ansía tu mirada.
Yo deseo que la mires
y que la flor te mire.
Para que, vistas las cosas desde la flor,
recobres tu inequívoca templanza.
Yo siento que no puedo querer menos.
Tu voz solía encandilarnos
en los estadios y en los cócteles.
Ahora conversas con los dedos
—alegre por la ventaja que crees que tienes—,
víctima de la distracción animada
y sostenida que crees que tienes.
Ahora no ves la flor.
Cualquiera podría suponer que es lo normal,
que hay naturalidad allí,
donde yo solo veo desgracia.
Cuando estoy solo con mis pensamientos
y mis malos presagios, lo confirmo:
Tiene que ver con la desgracia.
Con la falta de mirar una flor
y no su dibujo o su fotografía.
Anterior al teléfono, tu belleza
—toda tu belleza de mujer—
estaba en tus adentros.
Tengo apuntes minuciosos de tu involución:
Te has vuelto criatura líquida, pedal de máquina,
patibulario donde la razón no asienta,
peso donde no existe razón con peso
ni tiempo para tener una razón de peso.
Todo es ligero y volátil en el espejismo
de sociedad que vives. Marcada por el uso
de marcas compartidas, te abandonó el lenguaje
—tu lenguaje—, se modificó tu estética —mi estética—.
Se te olvidó la flor.
Y te limitas al uso.
Esta semilla existe si la usas.
No existe si no la usas
y si no genera otra necesidad de uso
compulsiva, tampoco existe.
Esta semilla no existe
si no resulta implacable
con la semilla que no tiene uso
o dejará de tenerlo. Tu teléfono
es la nueva mariguana. Su flor.
Y, de momento, tú no quieres otra flor.
No es que tengas un amante
—si tuvieras un amante,
yo bajaría al bar a celebrarlo—.
Es que no miras la flor.
Y si mañana muriera tu teléfono,
estarías más perdida
que si muriese la flor.
Gleyvis Coro Montanet nació en La Tirita, Pinar del Río, en 1974. Ha publicados los poemarios Aguardando al guardabosque (Ediciones Loynaz, Pinar del Río, 2006) y Jaulas (Letras Cubanas, La Habana, 2010), Lejos de casa. Memoria lírica del problema cubano (Cristal de Agua, Madrid, 2018) y Mujer, aparta de mí ese smartphone. Poesía con emojis (Editorial Gata Encerrada, Madrid, 2020), al cual pertenece este poema.