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Crítica

Lilliam Moro y 'Las reencarnaciones de Mamá Inés'

La última novela de la escritora fallecida hace unos meses: cuatro historias atravesadas por la posibilidad de que una entidad espiritual reencarne en varios cuerpos.

Miami
Lilliam Moro.
Lilliam Moro. Books & Books

Es curioso, me digo, que a muchos mortales les enganche poderosamente el tema de la reencarnación. Personas que supuestamente otorgan una preponderancia al espíritu sobre la carne. Que saben, sienten, experimentan, que esta es perentoria y así y todo se niegan a que la existencia termine en un puñado de polvo —enamorado o no, ya no  importaría—.

Para quienes la trataron de cerca, la escritora Lilliam Moro era una persona espiritual, y no seré yo quien lo desmienta. En la configuración de su persona los eventos se fueron entramando hasta conducirla a una variopinta metafísica. La jovencita Moro en sus años de formarse como maestra Makarenko creía en que un mundo mejor era posible y por ello no dudó en ir a alfabetizar en alguna montaña perdida de Oriente.

Hay un hermoso fragmento en su novela En la boca del lobo que valdría la pena releer para entender cómo recrea la autora años después esta experiencia de servir a una causa común, pero que sin quererlo se le convierte en puerta a otra dimensión del ser que se inicia en la vida adulta: "En ese encuentro con una naturaleza descomunal, con unos colores de tan vibrante fuerza, supiste lo que era la vida".

Entre esas montañas el personaje Bárbara (leáse el alter ego de la autora) se inicia en lo que pudiéramos llamar el estado potencial de iniciación a una mirada poética sobre el entorno, y el despertar de su cuerpo a lo que pudiéramos llamar el homoerotismo: "porque de ahora en adelante ya la vida no será lo mismo para ninguna de las dos, que yacen empapadas, abrazadas, exhaustas, hechas un solo cuerpo idéntico, para confundir al destino".

Cumpliendo con lo que sería el deber, la joven pichón de Makarenko se encontró con la puerta que lleva al placer, y al abrir esta puerta le esperaba la desaprobación y el castigo. No olvidemos que eran los años 60 y para tener una idea de la dimensión de este período de represalias en el orden político, sexual, religioso, etc, bastaría con repasar nuevamente el documental Conducta impropia, por ejemplo.

No voy a enumerar todos los conflictos personales —algún día saldrán publicadas sus memorias de ese tiempo, supongo— pero no es difícil imaginar por qué Moro se refugia en España en 1970. En este periodo, entre la jovencita encandilada con un proceso social contagioso y la ya incipiente escritora que se instaura en Madrid, aparecen los primeros signos de la presencia de lo sobrenatural en su vida. Lo sobrenatural que puede ser, entre otras cosas, que se te auspicie un cuño de salida a tiempo, hasta sobrevivir al acometido de un suicidio. Los rostros de lo extraordinario podían investirse de espiritismo o santería; aceptaba las señales con una elegancia ecuménica. Los más cercanos conocieron lo ecléctico de su misticismo. La cartografía astrológica, la conexión misteriosa con la escritora y espiritista española  Amalia Domingo Soler, su estancia en Avila, "ciudad de cantos y santos", el mundo de la religiosidad yoruba (en Madrid trabó amistad con Lydia Cabrera, quien la llamaba cariñosamente Morito).

Lilliam era hija de Changó pero nunca quiso consagrarse por oponerse al sacrificio de animales. Durante su estancia en Puerto Rico se acercó al llamado Curso de Milagros. Todo lo que he referido antes no es más que para hacernos una idea de cuán variado era su espectro metafísico de creencias.

Las reencarnaciones de Mamá Inés, publicada por Ediciones Furtivas en marzo de este año,  conforma junto a su poemario Ese olor a después la última producción literaria de Lilliam Moro. Esta novela cuenta cuatro historias (e insinúa una quinta posible al margen de las primeras y que funciona como un epílogo) que se relacionan por un hilo conductor: la posibilidad de que una misma entidad espiritual reencarne en varios cuerpos sucesivamente, no de modo aleatorio sino siguiendo una lógica de sincronicidad jungiana, por decirlo con un término que Lilliam disfrutaba mucho.

La primera de las encarnaciones es la de Omí Ofún, una joven que vive en una aldea africana a punto de ser asolada por el saqueo y la muerte. Este personaje está diseñado con ribetes mágico-religiosos que tanta importancia tendrían en la inseminación de nuestra nacionalidad. La autora da voces a las entidades o fuerzas inanimadas (este recurso ya lo había utilizado la autora en su novela En la boca del lobo) y es así que pone a hablar a la cabra del sacrificio, al dolor, a la Muerte. Estas intervenciones de fuerzas, deidades, o testigos del devenir humano, acreditan una presencia esencial a los desenlaces visibles del orden de lo sumergido.

La segunda parte de la novela cuenta la historia de María Isabel, inmigrante gallega que a principios del siglo XIX llega a Cuba a través de un matrimonio acordado por conveniencia familiar. Aquí también encontramos las intervenciones de estas fuerzas que a modo de voces inciden en la solvencia argumental: el dolor, la ceiba, y el cocuyo, como un contrapeso esencial a los conflictos de los protagonistas. Este es el capítulo, a mi parecer, menos logrado de la novela, por la amenaza permanente de lo manido de las temáticas de la infidelidad, las conveniencias matrimoniales, los abusos de casta y poder en tiempos de la esclavitud.

Como compensación, la tercera parte es un ejemplar monólogo de una mulata que vive en el habanero barrio de Jesús María. La fluidez extrema la consigue la autora haciendo que el texto sea un extenso y único cuerpo discursivo, al tiempo que se apoya en un tono extremadamente coloquial en el discurso en primera persona. Esta encarnación, la de Mamá Inés, es la más cercana a lo que sería el ajiaco criollo de las razas mezcladas. Ni africana, ni gallega: Mamá Inés es la esencia misma de lo que fue un crisol de historias confluentes para gestar un prototipo humano de arragaida y gozoza manera de ser.
 
La cuarta parte de la novela de Moro, "Elio y Elia: de La Habana a la vida o la muerte", es la más compleja literariamente hablando. Homosexual, trasvestido, Elio, tiene en su custodia una niña con síndrome de Down cuya madre se echó al mar en una balsa y para apañarle ciertos deseos se prostituye —un par de tetas hechas a mano de por medio—.

No puedo dejar de elucubrar en la posible influencia de la película de Fernando Pérez, Suite Havana, que Lilliam degustó en su momento. Pero Elio/Elia también acude a un performance catártico: en muchas tiritas de papel escribe la palabra "Libertad" y luego les da candela. Este es el más atrevido de todos los capítulos, manteniendo también las intervenciones de las voces alternas personalizadas como la Muerte, el río, la tristeza. Pero aquí la autora ya no incurre en debilidades lastrantes como el querer hablarnos por separado de Historia para avivar la historia que la ocupa. Es un capítulo más maduro, matizado por la interpolación de canciones, la puesta en escena de una misa espiritual, las referencias culturales y las estratagemas narrativas que animan los careos entre el narrador y el protagonista, etc.

Por último hay un breve capítulo dividido en dos partes: "Cristina, la posible escritora", que presumo sea un alter ego de la propia autora recordando su llegada a Madrid en 1970. Desasida, sin más equipaje que una maleta de inmigrante pobre universal. La voz de esa maleta cierra los ciclos de la novela. "La maleta de un inmigrante debería formar parte de un Museo de los Sueños. Yo soy como la caja de Pandora, con la diferencia de que la Esperanza no está en mi fondo sino en todo lo que contengo…"

Recuerdo que Lilliam gustaba de decir esa frase tan popular: "Esto fue lo que trajo el barco". El cadáver preñado de Omí Ofún, fue tirado del barco negrero al mar. El barco de María Isabel la condujo a un destino desconocido, la finca Providencia, cuyo dueño la compró, no como se compraba a una negra sino  a una blanca. Los matices cambian, el resultado es parecido. Agua que se empoza, muerte del cuerpo por la epidemia: ya antes mucho de sí había sucumbido. La embarcación donde Elio se monta para largarse del país que lo asfixia es una precaria balsa que lo llevará a la vida o a la muerte.

Esta novela y un poemario son las últimas producciones literarias que trajo el barco de una escritora llamada Lilliam Moro, conocedora del asedio, el exilio y el silencio que acompaña tantas veces el tránsito por nuestras encarnaciones. Unas semanas antes de morir me dijo por teléfono: "Mi reencarnación de poeta se acaba".

Y es cierto, se acabó. Pero cuando miro sus libros reunidos en mi librero y recuerdo cuán grande era su bondad comparada con cualquier resabio, me digo: "La llevaste muy bien, amiga". A pesar de todos los obstáculos su vida no fue agua estancada como la de María Isabel, sino un río que fluye, ese río donde podemos asomarnos a leer los mensajes que los dioses dejan caer al agua en intangibles barquitos de papel.


Lilliam Moro, Las reencarnaciones de Mamá Inés (Ediciones Furtivas, Miami, 2019)

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