Cuando leo ciertos libros, encuentro que escribir de cierto modo, es escribir menos que no escribir en absoluto; que forzarse a leer de cierto modo, es leer menos que no leer en absoluto, ambas experiencias me aniquilan el deseo de pensar sobre lo escrito. Movimiento de un pez bajo tierra, de Carlos Gil Calderón, es un mazo que me conduce por el sendero contrario: el camino del poder y la intensidad. Veinte poemas para ser representados, no para el teatro.
El ritmo cincela la forma. El oído funge como martillo que golpea la cabeza de ese cincel y dicta el ritmo de los poemas. Un poeta sin oído, es un poeta sin ritmo, sin poemas. Hablo del ritmo como una fuerza, como un magnetismo, no importa cuál. Desde los primeros compases uno se deja arrastrar por la desfachatez con que el sujeto nos dice:
Yo afilo mi lengua
la enrosco
la preparo para perforar a hombres con prisa
que roen que roen
que mastican globos
que se pisan que se besan que se tragan
que escupen geométricamente
(…)
yo preparo mi lengua
lengua-cuerpo
lengua-mente
lengua que no duerme y no se domestica
("Anatomía discursiva")
Carlos Gil es un performer, un artista visual, un todoterreno que remeda y ensambla vivencias en estos artefactos que bajo el rótulo de poemas, nos incitan a repensar, a replantearnos la funcionalidad sonora y formal de una tradición, cuyo centro sigue siendo vital, como lo es la poesía de ascendencia afro, con poetas que van desde Palés Matos, Nicolás Guillén, Langston Hughes a Aimé Césaire y Derek Walcott y de estos a Kamau Brathwaite y una camada reciente de poetas perfomeros con fuerte presencia y radioactividad en El Bronx, representada fundamentalmente por poetas newyoricans y emigrantes de los departamentos franceses de ultramar. Poesía de despliegue civil, corrosiva, que incorpora el subproducto de culturas que fueron generadas desde la resistencia y la barbarie.
Los poemas aquí reunidos revelan una voluntad reflexiva sobre la condición del pobre contemporáneo, y su no lugar en un mundo cada vez más ajeno y lapidario. El autor trabaja sobre sí mismo para obligarse a desarrollar las ideas que lo inquietan, aprovechando las bondades que le ofrece el lenguaje del populacho, las prácticas y rituales propios de las ceremonias religiosas afrocubanas y la música natural que se desprende de estos sucesos:
Mi hermano: e’to tá malo
sal pa’ la calle a comer hombre
yo te mato un pollo si tú quiere
te pongo vela omi tutu
hueso de canilla
ronca el palo
palo duro duro
monte monte
(Mi abuela dice que hay peste
y te comen los gusanos)
("Diálogo & Diálogo")
Hay en la poética de Carlos una propensión experimental que se expresa en la disposición de los textos dentro de la caja tipográfica, el aprovechamiento de los espacios en blanco, las particiones de verso y sobre todo, en el uso del lenguaje y la musicalidad que atraviesa su discurso. Se establecen conexiones no tangenciales entre su trabajo pictórico: véase su manera de plantearse el plano compositivo de las piezas sobre lienzo, madera u otros soportes, y la manera en que concibe la dramaturgia de sus dispositivos poéticos en pos de una eficacia expresiva.
Nos enfrentamos a una poesía total, que mezcla, incorpora y se nutre de diversas materias. Una poesía que echa mano de trozos o fragmentos líricos de los que hace una estructura sólida. Cuenta y canta indistintamente. No pierde su centro de tensión. Celebro su escape del simbolismo grosero, la aniquilación de las cansinas asociaciones y complicadas fórmulas gramaticales que separan el texto de la realidad, tales como la cháchara estéril o el metro como metro y no como esencia, y, lo más importante, la extinción del aburrimiento y la rigidez expresiva.
La poesía instala al que la escribe en una múltiple marginalidad: la del saber sin poder; la de la producción sin productividad; y la de la integración sin comunidad posible, Carlos tiene conciencia de ello y está decidido jugar, a entrar en ese terreno radioactivo que es el poema. Sabe que la poesía puede ayudar a dignificar la vida, nuestra vida, a ratos demasiado crasa, demasiado vulgar. La cabeza de su pez ordena los primeros coletazos —es la hora de apostar—, el juego ha comenzado.
Carlos Gil Calderón, Movimientos de un pez bajo tierra (Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, 2019).