La jocosidad de Jaime Soriano al concebir a Guillermo Cabrera Infante devorando uno a uno sus tres tristes tigres para no morir de hambre en el exilio, es la de un visionario. Exilio, diáspora, desbandada, salpafuera, sálvese quien pueda… Eso es Cuba desde hace un burujón de décadas.
Esa no fue la Cuba de siempre. Al menos no en la que naciera Jaime Soriano, segundo hijo de emigrantes turcos llegados desde Esmirna a Cuba, que por entonces vivía una versión tropical de los roaring twenties. Empezaría a ser dispersión, debacle, cuando Jaime tuvo que hacer la maleta en 1965 rumbo a México, gracias a que tenía el mismo apellido que el entonces cónsul de México, según le cuenta a Carlos Velazco, escritor que seleccionó, ordenó y acotó el caudal de textos que dio origen a un libro sui géneris.
En México permaneció intentando no desvincular su vida del mundo del cine, y luego de muchos altibajos (más bajos que altos) se enrarece su condición migratoria, que para entonces lo declara un "transmigrante".
Antes del cambio de 1959 Soriano había estudiado actuación y luego se vincula con el grupo de intelectuales asociado al periódico Revolución, donde redactaba unas cápsulas críticas de filmes de la época. Tenía ambiciones de llegar a ser director de cine, campo donde destacó a posteriori en lo que parece ser un memorable papel secundario representando a un predicador que termina su discurso con una frase de Camus. Ese "aún estoy" vivo que suelta a plena voz en la película El súper, de León Ichaso y Orlando Jiménez Leal, mientras lo tratan de sacar del lugar con su Biblia en mano, es un enunciado de reafirmación.
Las cartas, artículos, reseñas, entrevistas y otras misceláneas que componen este volumen nacido bajo el sello de la editorial Silueta y con una excelente foto de portada de Mario García Joya, entran ya en el torrente de aportes a ese fenómeno insidioso, intrigante e inexistente llamado Cuba. Su correo personal emitido desde México, Nueva York o Santurce (Puerto Rico), reúne a Virgilio Piñera, los hermanos Cabrera Infante, Natalio Galán, Néstor Almedros, Orlando Jiménez Leal, Santiago Armada, y muchos otros.
Más que cartas a veces parecen flotadores que tira para evitar que otros se hundan, o para llegar sanos a alguna costa. ¡Vaya vocación de amigo!, cabría decir. Así refiere Velazco en la introducción de Cuba no existe: "Pero mucho antes de que los padres de Mark Zuckerberg concibieran que este fuera a nacer, ya Soriano había creado una red social".
Correspondencia donde cabe el humor, las curiosidades para cinéfilos, las coordenadas para ubicar a otros amigos dispersos, las referencias a sueños, proyectos, recomendaciones de lectura, flashbacks, algunas disquisiciones de ocultismo. En ellas encontraremos rastros de toda una generación que fue segada y de la cual vamos encontrando rastros. ¿Qué nos dicen los nombres de Walterio Carbonell, Olga Andreu o Luis Agüero a los que llegamos después de ciertos eventos? Solo lo que pudimos subrepticiamente encontrar.
Lo que no encontramos en las epístolas de este hombre de padres judíos sefarditas es el odio o el insulto que pueden tentar o penetrar el discurso del hombre desarraigado. En una carta a Néstor Almendros dice: "Mi 'gran empleo' en este país ha sido empezar a sacudirme de los años de amable complacencia pasados en Cuba, bajo la protección de mis padres la mayor parte del tiempo, y empiezo a indagar, ya no como necesidad inmediata, en eso que llaman Vida, qué sentido tiene, qué puede significar que nos encontremos en un lugar y no en otro".
Por algunas referencias sabemos que estaba al tanto de entendidas lecturas sobre el Cuarto Camino, además de haberse iniciado en una secta muy poco conocida llamada Subud. Y es que Cuba era un país ecléctico pese a una aparente uniformidad en la cáscara. La historia del Subud en Cuba es otra rareza. Todo comenzó al parecer cuando el 2 de febrero de 1958 se publica en Bohemia un artículo titulado "Un mago oriental me ha curado de cáncer". Este testimonio de una actriz de cine de origen anglo-húngaro sobre el fundador de Subud conocido como Bapak, fue el detonante para que un grupo de habaneros (ignoro si entre ellos estaba Soriano) solicitara que los iniciaran en la práctica del latihan, como le llaman a su ritual principal.
Esa parte de Cuba que no quería perderse una novedad mundial, ya fuera en el cine, la mística, la moda, la arquitectura, el mundo editorial… En esa Habana modélica, plagada de cines, clubes, burdeles, hermosas avenidas y pobreza en rama, cabía todo, hasta una nueva fe, que Jaime Soriano superpuso a la que le aportaba la sinagoga. Hombre de ideas abiertas, tal vez por ello pudo reflexionar al margen del vituperio: "la Revolución cubana viene a ser entonces como un retorno al Paraíso Perdido, perdóname la cursilería de la comparación, y cuesta demasiado creer que se ha vuelto a perder".
Y para no dejar que tantos nombres fueran borrados de la lista de los vivos, en 1970 Soriano publica en la revista parisina Nuevo Mundo un artículo muy valiente que dio por nombre "Filiberto o el último compilador". Este texto responde a otro artículo escrito por un desconocido bajo el seudónimo de Filiberto Díaz. "Cuba y su literatura" reducía a una versión muy oficialista la realidad del panorama literario cubano reciente, excluyendo a una impresionante cantidad de nombres que tomaron forzosa o forzadamente el camino del exilio. Negar esos nombres, equivaldría a cercenar un pedazo inmenso de Cuba. Aunque Soriano sabe que parte de la batalla está perdida, un buscador de la verdad no puede guardar silencio.
Lástima que el guion que escribiera llamado "Cuba no existe", que fue en verdad el nombre que quería darle a la película que soñó realizar sobre el tema del exilado, según cuenta a Velazco, su compilador, no llegara a realizarse. Según él, hubiese sido "la continuación en nota humorística de Memorias del subdesarrollo de Tomás Guitiérrez Alea, su contraparte, porque sería la historia de todos nosotros, incapaces de adaptarnos a ningún sistema".
De este libro puede decirse lo mismo que en carta de septiembre 11 de 1966 a su amigo Raimundo Fernández Bonilla, aconseja Soriano, a propósito de la salida de lo que llama "el tremebundo escrito de nuestros intelectuales y artistas, verdadera 'resollada' de cuero, que dice llamarse Carta abierta a Pablo Neruda":
Disfrútalo de principio a fin, de cabo a rabo, o como mejor te parezca, y aprovéchalo como convenga a tus intereses editoriales, pero sin olvidar al Príncipe Sidharta cuando decía que si a la violencia y al odio sumas más violencia y odio, entonces estos no tendrán fin. Piensa por tanto en el viaje sin retorno de Gilgamesh y vuelve a colocar en su lugar tu mascarilla de seda.
Como en un trueque divino, la película Cuba no existe, no existe, pero este libro antológico de una generación acaba de nacer para atesorar lo que fue una época. Lo que Soriano llama "el arte de procrastinar" debe haber disuelto en el éter el anhelado proyecto cinematográfico. La labor paciente y el esmero conjunto de Soriano y Velazco, junto a quienes los hayan apoyado, ha dado su fruto. Pero no olvidemos que Cuba no existe. Lo que existen con toda seguridad son los amigos, las memorias, algunos libros, cierta música que persiste, un rastro de fe. Pero Cuba, como la manzana edénica, nos fue prohibida. O lo mejor de todo, transmigró.
Leonardo/Jaime Soriano, Cuba no existe (selección, notas y prólogo de Carlos Velazco, Editorial Silueta, Miami, 2018).