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Crítica

Un 'Caballo de Soya' en El Caribe

Sobre la poesía de José Ramón Sánchez: 'Si eres capaz de meterte las manos a ti mismo, sin autoindulgencia, sin medias tintas, entonces podrás escribir desde la libertad de un talibán que se construye una cárcel de palabras para olvidar más fácil la cárcel que lo rodea'

Santiago de Cuba

La poesía de un talibán es siempre difícil, y José Ramón Sánchez es uno de los tres poetas más radicales de cuantos están en activo en nuestro cubil. Su trabajo manifiesta el poder represivo de la tradición: véase su primer gran poema "Cubierto el lobo", en Aislada noche (2005), y el pugilato constante con las formas que, desde la indecencia y la falsedad, suministran y ejecutan la violencia en el individuo; véase su segundo gran poema "El derrumbe" (2012).

El "Jot de Kendall" decide rotular la colección con un 22 en amarillo (chirriante) sobre un fondo negro; nos cruzamos con un vía crucis poético que inició el autor en 1995, cuando contaba con 22 años y que documenta de manera parcial, 22 años de trabajo hasta la publicación de este volumen por la Editorial Letras Cubanas hacia finales de 2017. También rinde tributo (por carambola), a un famoso putal o prostíbulo o casa de quimbes (no de citas) que frecuentaban los marines guantanameros. De ahí que el inventario de poemas se detenga en esa cifra: 22.

Me resulta gratificante volver sobre poemas de Aislada noche, como "Murciélagos":                       

                                Baten. Baten las alas

                                 y puede tejerse el viento como idea

                                 que se inclina a mis espaldas

                                 y de pronto volverse perpetuo

                                 el deseo de la palabra.                                                                       

 

O en "Cubierto el lobo":                                

                                 El lobo: cordel veloz que por mi odio pasa,

                                 Me admite. Estoy asistido por la baba que gasta.

                                  Me supone el vestigio que lleva soportado.

                                 Colmillada fiel y regustada en fuego tenaz.

 

y constatar que permanecen vivos, en pie; dando acuse de una resistencia. Textos maquinados y escritos en los años en que José Ramón se echaba las piñaceras de los simbolistas del encerado francés: Mallarme, Válery, Rimbaud, y —quizá— el más seguido de ellos: "Sugar Baudelaire". Luego, dejaba entredicha su gratitud a los traductores cubiches de estos, y que a su vez, oficiaban como capataces tutelares durante ese período: Lezama, Cintio y Co. Esos "hermosos veinte" de Periodo Especial y mucha soya, dejaron una renta de poemas como "Ajedrez", "Afirmo interminable" o "El monte Stugonoset", que terminaron en un libro que pasó sin penas ni glorias por nuestras librerías.

Siete años después, aparece Marabú, el libro fantasma. Pareciera que ese volumen es aquel personaje de H. G. Wells. Está, pero no. Estuvo, pero no. Libro bisagra. Mampara rota entre la sala y la cocina que guisaba "El derrumbe". La Editorial Torre de Letras, bajo la gestión de Reina María Rodríguez, imprimió y puso en manos de José Ramón un lote de ejemplares que fueron pasados de contrabando a críticos, poetas y enemigos. Se presentó en La Habana, Santiago y Guantánamo.

El tomito, cosido a mano con el método tradicional japonés kanxi es, a mi entender, la apuesta más importante que haya emprendido el autor en todos estos años. Marabú rompió con el lirismo trascendentalista inicial y expuso un radicalismo a nivel formal y de lenguaje que, emparentado con un desparpajo ideotemático, hundió su bisturí en las zonas blandas de su entorno familiar, su sexualidad, y se abrió hacia un "afuera" hasta ese momento no explorado por el autor.

Poemas breves en su mayoría; despojados de metáforas y trucos rampantes; rústicos en su hechura; eficaces en su resultado; conectados a la bilis del hombre común contemporáneo. Marabú abrió un ciclo de escritura que no cerró hasta el último verso de "El derrumbe", 2012. La narratividad que sellaba los textos y el uso de la jerga coloquial y los barbarismos de los hombres y mujeres que pueblan el Gitmo, se convirtieron en materia viva del desajuste y la irritación. Metieron sedición al campo no tan apacible de la poesía cubana.

Más de uno chilló al leerlos. El registro del libro es amplio y va desde la presentación de textos-poéticas como el que da título al conjunto. Cito:          

                                 Escribo como quien alza

                                 hornos de marabú:

                                 cada letra una espina

                                 pues ya la inocencia

                                 me sirve de poco.

                                 (Las vacas que se lo comen

                                 Dan leche buena).  

 

a otros de franca intromisión en la memoria y el descampado familiar como "Mayo 2" o "De vuelta a los leones", donde puede leerse:

                               De vuelta los leones.

                                Intensos me persiguen.

                               A mí y a mi familia.

                               (…)

                               Hay una habitación. Entramos.

                               Las puertas son un ripio

                               y los leones atacan.

                               Mandíbulas y garras

                               contra lo podrido.

                               Con restos tapamos las heridas.

                               No es una gran defensa, pero aguanta.

                               ¿Qué tiempo tendremos nosotros que aguantar?

 

En otra dirección, la procacidad y el empleo de los materiales pobres de la sexualidad y el porno, quedan explícitos en textos como "Adriana Sage" y "Ningún sentimiento de culpa":                      

                               Aquel año me la singué varias veces.

                               Usaba ropa corta y se sentaba

                               con las piernas abiertas enseñando

                               la punta del blúmer. La saludaba

                               apretándome contra su cuerpo.

                               Hasta que un día confesó que ella

                               también necesitaba cariño.

 

Pocas veces leí tal desparpajo en nuestros versificadores. El nuevo ciclo se abrió como una espiral que ubicaba en sus anillos niveles de progresión y corrupción cuasi inéditos en nuestro panorama. Un verso cortante. Una música rota que no baila ni hace bailar. Así el Marabú se hizo visible entre fantasmas.

Destaco de esa parcela un ejercicio que declaró cuál sería el norte del trabajo por venir, me refiero al poema "El árbol nacional", donde se les da estructura poemática a las definiciones que de esta planta insurgente se ofrecen; y se propone desde la poesía, que sea considerada el "Árbol Nacional" por su capacidad de colonizar el paisaje y la mentalidad de los cubanos. El Marabú se convierte en un estilo de pensamiento y acción revolucionaria que, sin hacer proselitismo, cada día crece y ocupa mayor cantidad de hectáreas mentales y geofísicas.

Marabú, produce "El derrumbe". Lo anuncia, lo plantea y luego observa como ese texto monumental que se publica en el propio 2012, se constituye en el cierre de un ciclo. "El derrumbe", que ya es un texto central de la poesía cubana de comienzos del siglo XXI, ha sido incluido de manera íntegra en varias selecciones de poesía cubana contemporánea dentro y fuera de Cuba y en dos de los libros del autor. El poeta y ensayista Javier L. Mora (una de las pocas cabezas no totéminas que nos quedan), en el prólogo a la antología que preparó junto al crítico y ensayista Ángel Pérez: Long Playing Poetry/ Cuba: Generación Años Cero, declaró: "'El derrumbe' de José Ramón Sánchez es a los años cero, lo que 'Noche insular: jardines invisibles' es a Orígenes: el texto que, aun sin ser el primero de la serie generacional, reúne en sí, holísticamente, los aspectos fundamentales que sustentan la dinámica escri­tural de la promoción".

Se cierran las esclusas. Se redireccionan las miras y se abre el juego hacia un territorio ocupado por fuerzas de todo tipo: la Base Naval de Gitmo. El proceso de radicalización ha convertido a José Ramón Sánchez en un talibán escrito. Vuelve Guantánamo a traducirse en subproducto de los poemas. Cito:

                                 Estamos y no estamos aquí.

                                 Somos y no somos del lugar.

                                 Sabemos que esto es una base militar enemiga

                                 en territorio libre de una República que fue azucarera.

                                                                                              ("Daños colaterales")

 

La ocupación de ese territorio por EEUU a principios del siglo XX ofrece un sinfín de perspectivas a través de las cuales José Ramón Sánchez, asumiendo la condición de un prisionero, no solo de la Base, sino del territorio que representa Gitmo ante el mundo, va a cuestionar y cuestionarse su lugar y pertenencia a este. Sus características físicas (nariz de sarraceno) y mirada de cobrador de agua, serán aprovechadas como intro a esta empresa. El uso del cinismo y el humor en el abordaje de estos tópicos, les dan un plus incalculable a los poemas. Ver "La nariz ganchuda del semita":                              

                                   La nariz ganchuda del semita

                                   es la nariz ganchuda del poeta

                                   que con dinero (escaso)

                                   de los (indecentes) poemas

                                    se compró un reloj Casio F-91W

                                   y un puñal negro sin marcas

                                   en las tiendas de Caracas.  

                                   Suficiente para ser devuelto a Gitmo

                                   con estatus de "combatiente enemigo",

                                   de cualquier lado de la cerca.

 

Si eres capaz de meterte las manos a ti mismo, sin autoindulgencia, sin medias tintas, entonces podrás escribir desde la libertad de un talibán que se construye una cárcel de palabras para olvidar más fácil la cárcel que lo rodea. Esta serie de textos que conforman el Gitmo, y de los cuales hemos tenido referencia en este mismo diario, es un proyecto en expansión que irá dando las coordenadas de las incisiones y los derribos de un "Caballo de Soya" que vive en "El Caribe", uno de los barrios talibánicos de este país (El Caribe: barrio emplazado al norte de Guantánamo, conformado por edificaciones prefabricadas al estilo Girón y donde habitan mayoritariamente obreros y personas desocupadas como en cualquier barrio del país). El lector se enfrentará a lo largo de estas 68 páginas, a 22 efectivos de un "combatiente" que no colabora con la blandura. A un tipo que tiene claro que su asunto y su estilo son la libertad de entender y aceptar la mezquindad de ser poeta, cuando hay tantas cosas productivas que hacer.

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