La literatura de Legna Rodríguez Iglesias es un fallo en el sistema. Una forma de acción política en tanto expresión de una subjetividad subversiva del lenguaje: una materia viva que acumula rupturas y discontinuidades respecto a los modelos hasta hace poco aceptados como paradigmas del "hombre nuevo". Ese extraño placer del texto experimentado por quienes la leen, está vinculado a una necesidad de ver representados aquellos planos de su existencia que la moral social ha preferido mantener en el ámbito de lo privado.
A partir de 1959, en Cuba se planificó un modelo de vida que clonaba el espíritu emancipador del proyecto moderno. La Revolución ha sido, desde entonces, una metonimia de ese ánimo teleológico de progreso prometido por la modernidad histórica: una aspiración a transformar la vida que pretendía y certificaba un estadio de bienestar y plenitud que desbordaba los contornos de lo económico, hasta alcanzar terrenos de peligrosa comprensión como la religión o el sexo. Se anhelaba un equilibrio en todos los estamentos de la existencia civil de los hombres, lo cual derivó en su contrario. Por tal camino, empezó a desligarse la realidad de la ideología. Las diferencias dejaron de ser un ejemplo de diversidad y pasaron a la psicología ciudadana como un problema en esa necesidad de nivelar a un mismo patrón "ético" el comportamiento y la conducta humana.
De ahí resultó la utopía del "hombre nuevo", que continúa ahora bajo otras retóricas, acoplada a los códigos de la época contemporánea, como hace toda tradición en su afán desesperado por sobrevivir. Preñado hasta los tuétanos de "un mundo mejor es posible", ese ensayo horizontal del sujeto trató de obturar los tenidos equívocamente por anti-valores. Cuando teóricos e investigadores proclaman la relatividad absoluta de las normativas morales —en un tiempo en que la tecnología revierte la importancia de todo legado histórico—, todavía esta isla vive la falsa grandeza de un ideal; y esos reparos de la conciencia, perviven en las mentalidades de una zona bastante extendida del pueblo cubano.
Legna es hoy un ejemplo del desorden que experimenta ese discurso insular. Su escritura se erige como un desafío a cualquier intento que limite al ser a una conducta modélica, estática, a una ética cerrada, a una identidad excluyente; a un paradigma, por razonado y resuelto, imposible.
En el escenario actual, la trama que proyectan los autores más inquietantes, huye del típico "sabor cubano" y la retórica diverge, en directo, con la propia palabra oficial, al enunciarse desde una postura cívica que cuestiona el proyecto mismo de identidad propuesto por la Revolución. Evitan cualquier regla asociada a las determinantes del oficio de los tenidos por escritores "clásicos", siempre que el ethos revolucionario conformó un sistema con sus patrones, modelos a imitar, reglas de proceder y materias de trabajo —independiente a la ideología de cada autor, quien ignora por lo general que es partícipe del mismo—, y ensayan un discurso de oposición a los arquetipos subconscientes de la cultura.
¿Cómo hace Legna Rodríguez Iglesias? Desnuda el contrario de aquellos valores suscritos como definitorios y activa la promiscuidad proclamada por las televisoras y el mundo del espectáculo, que luce en sus textos como la materialidad de un deseo de libertad, como la exploración de una identidad que se sabe amenazada por una empresa "cultural" que satisface las necesidades de todos para reprimir el alcance de sus individualidades. Desborda los límites de lo permisible para dejar ver aristas de la subjetividad consideradas un atentado contra la "personalidad"; explora huellas fraccionadas por la presión desestabilizadora de la sociedad, advierte de una dimensión de la imaginación censurada por el espacio público y apunta hacia la erección de una realidad en la que anula el orden social establecido.
Legna abraza un campo tenso de negociaciones en torno a la autodefinición del sujeto, enmarcando dos dimensiones de difícil interiorización: la mente y el cuerpo. Ha conseguido trascender su identidad sociopolítica y/o cultural para explorarla en los predios de una eticidad que, durante años, no ha conocido del diálogo franco y sincero con la alteridad. Apela a una espontánea "obscenidad" que burla convenciones y arquetipos; diseña virtudes cívicas y sicosexuales en un forcejeo con los límites de lo permisible por el lector. Esta escritura, que tiene mucho de performance, se manifiesta desconfiada con el orden del mundo que la genera, e intenta proyectarse contra él.
En el plano del discurso se percibe una acentuada manipulación de la plasticidad del lenguaje, que apuesta por las facultades alusivas de las palabras, en tanto exponentes de un modo regulado de significar. Estas elaboraciones en el enunciado, llenas de fallos, esquizoides, de un carácter erótico bien marcado, perfilan una condición otra de la lectura. Interrumpida por ruidos morales en todas partes, esta escritura es un sistema orgánico donde el desenfado carnal, la agresividad comunicativa, la conducta lateral, la recurrencia a pasajes abyectos, el regodeo en lo obsceno y la recurrencia a lo escatológico, apuntan hacia otra ética de la lectura en el cubano.
Una de las ganancias de la contemporaneidad ha sido la identificación, cada vez más dinámica, entre las personalidades múltiples que por naturaleza asisten al sujeto y la expresión literaria, devenida espacio de libertad, transgresión y articulación para las distintas voces. El registro de estos comportamientos, relegados a circunstancias hostiles, cobran un referente frontal en Legna, quien, antes de estrechar la decadencia, habla del carácter y la índole del espíritu. El trasfondo del tipo relato de esta autora, los contornos que advierte el discurso, involucran una complejización de las elecciones y expectativas morales y cívicas del sujeto. La reflexión a la que se adscribe trasciende los marcos de lo textual e involucra nociones de la realidad sociocultural con las que dialoga de forma inevitable.
Si bien Legna representa por medio de una acentuación de la parodia y otros artificios generalizados como propios del posmodernismo; si bien procede con una fragmentación narrativa y hasta la anti-narración (borrando los límites entre poesía, prosa, cuento o novela); si bien sus referentes textuales sobrepasan el universo de lo literario; si bien destaca en ella, determina más, el discurso autoral que la tematización, está lejos de encontrar fin en el estilo sugestivo y epatante que la caracteriza. Su vínculo con la realidad reviste —y ahí es donde encuentro su logro estético más significativo— connotaciones ligadas al plasma de lo político: proyectado como expresión de una conflictividad con los patrones sociales que no teme hacer frente al ego y al mito del ser insular.
Legna denuncia las imposturas del orden civilizado al exorcizar —sin respeto alguno por el conservadurismo moral—, los fetiches que se esconden tras los rituales efectista que perfilan las "costumbres", para resaltar las sensibilidades que habitan en los comportamientos humanos diferentes. ¿Dónde están las corrupciones e inmoralidades? En su capacidad para nombrar las cosas tal cual, de donde emergen los componentes que soportan la estética de su escritura. No hay para ella ningún problema en socializar los placeres íntimos, en disfrutar el regodeo y la morbosidad del sexo, porque sabe que ahí también se halla un componente que nos distingue. Demasiado inquietante, su pensamiento debe interpretarse al interior de estas coordenadas: primero, porque detrás de su violencia verbal se escuda un lirismo emocional no perceptible del todo, pero definitivo en el alcance último del significado; segundo, su vulgaridad encierra un revés al teatro de contrariedades, traumas y prejuicios con los que vivimos, y además implica una profunda psicología. Existe en sus maniobras literarias una ironía que acusa la hipocresía, la falsedad y la mascarada social, a razón de que la realidad vive de la impostura, en una compleja red en la que el hombre pierde la verdadera dimensión de su ser.
¿Qué pretende un material donde el lenguaje, al enunciar una política de la identidad del sujeto, juega con el juicio y la sensatez de los lectores? Abrir una brecha interpretativa en torno a la extensión de los contornos que nos caracterizan. Pasar de las apariencias y exhibir una sensibilidad en busca de un equilibrio posible para su existencia. Dar cuenta, al tensar un extrañamiento en la lectura, de esas superficies pertenecientes a los sistemas políticos: que las sociedades son hoy enormes laboratorios en los que se producen las normas de proceder y se cifran los valores de toda y una identidad. La relación entre el cuerpo y la mente, el ser y la moral, posesiones de atrocidades excesivas, son el enclave donde Legna, desde una marcada autoreferencialidad, libra estas complejas operaciones ideológicas.