Se llamaba Josie Bliss y era una birmana hermosa, violenta y celosa que una noche de 1927 quiso asesinar en Rangún a su amante, un tal Ricardo Neftalí Reyes, un tipo pobre y solitario que se ganaba la vida como cónsul de Chile es esa ciudad.
El extranjero le había escrito unos versos en los que le decía que sentía ternura por su pies desnudos, y esa madrugada tuvo la suerte de verla entre sueños detrás de la neblina del mosquitero con un cuchillo en alto para atravesarle el corazón.
Unos días después, el hombre se fue en silencio a Ceilán. En el viaje escribió un poema sobre el episodio. Le puso el título de "Tango del viudo" y lo firmó con el seudónimo que usaba desde hacía siete años: Pablo Neruda.
La historia está contada por el poeta en una nota donde recuerda que se había ido a vivir a la casa de la muchacha y que allí mismo dejó sus ropas y sus libros cuando le comunicaron de la cancillería que Ceilán (hoy Sri Lanka) sería su próximo destino. En la cubierta de un barco sobre el golfo de Bengala hizo el manuscrito de la pieza con el recuerdo de la frase que le dijo la iracunda y desconfiada señorita Bliss con el arma en la mano: "Cuando te mueras se acabarán mis temores".
"Tango del viudo" sería con el tiempo y para siempre una especie de insignia en el libro Residencia en la tierra, la obra que, publicada en España en 1935, lo reafirmó como un poeta universal, cósmico, instalado en una eternidad por el poder y la plasticidad de las palabras y la angustiosa esperanza de explicarse el mundo desde una cuerda floja, donde el equilibrio se halla entre la metafísica y el surrealismo.
Este es el gran libro del poeta chileno, el de la consagración entre los lectores de la lengua española, los críticos, los especialistas y la academia. Se sabe que muchos de esos textos Neruda los trabajó durante su estancia en el consulado de Colombo, donde permaneció un año, y que la experiencia que vivió en esa ciudad y en otros territorios orientales —Birmania y Java— tuvieron una gran influencia a la hora de concebir y preparar la primera parte de Residencia en la tierra.
El cónsul chileno que, en 1928, rentó un pequeño bungalow frente al mar en el barrio de Wellawatta sobre el puerto de Colombo y que para aliviar su soledad adoptaba perros que enseguida lo abandonaban, era ya un autor conocido en su país. Había publicado, con ayuda de amigos y con lo que le pudo quitar a sus raciones de pan y vino, tres libros de poemas: Crepusculario (1923), Veinte poemas de amor y una canción desesperada y Tentativa del hombre infinito (1924).
Llegó, desde la zona sureña de Temuco donde se crió, a Santiago de Chile con 16 años. Ya estaba convencido de que era un poeta y de otras dos cosas importantes: no tenía dinero y era un desarraigado que había vivido de tren en tren con su padre ferroviario porque su madre murió de tuberculosis al mes de haber nacido el niño Ricardo Neftalí.
En la capital vivió deslumbrado por la bohemia desaforada de los artistas. Leía sus poemas en cualquier bar de Santiago y se movía, sin importarle el frío o el calor, enfundado en una capa negra que le dio un buen cartel —no sé muy bien por qué— de intelectual irreverente. No se la quitaba nunca. Lo que se quitó a toda prisa fue el camisón de provinciano con la buena acogida que recibieron sus libros.
Tenía fama de poeta y seguía sin recursos elementales para vivir. Entonces, un conocido bien situado que admiraba sus versos lo propuso para que ocupara un cargo de cónsul en la cancillería chilena. Y aceptó de inmediato.
Su estancia en las tierras de Oriente ha dejado, desde luego, una marca importante en Residencia en la tierra. De hecho, la señora del cuchillo que inspiró "Tango del viudo" fue también la materia de sueños de otros cinco poemas que están en ese libro. La presencia de mundo en la primera parte del poemario es evidente. Edmundo Olivares, el crítico y especialista en la obra de Neruda, advierte, sin embargo, que el tono y el universo de esas residencias estaban en la cabeza del poeta desde 1925 y que nueve de los poemas fundacionales los había escrito antes de subirse a un barco en Buenos Aires para llegar con cara de cónsul al otro lado del mundo.
Lo que dicen los testimonios, incluido el del autor de Canto general, es que en Ceilán fue donde le dio la estructura final a su colección de poemas y le puso título. En los versos están las soledades, los sueños, las incertidumbre y los goces con horario fijo de la infancia y de la niñez sometidos a la experiencia vital de lo que era casi como de otro planeta para el chileno.
En su casa de Colombo escribió, el 6 de agosto de 1928, una carta a su amigo y compatriota José Antonio González Vera en la que, por primera vez, lo dice todo sobre la colección de poemas que tiene en la mesa de noche: "Mi nuevo libro se llamara Residencia en la tierra y serán cuarenta poemas en verso que deseo publicar en España. Todo tiene igual movimiento, igual presión y está desarrollado en la misma región de mi cabeza, como una misma clase de insistentes olas. Ya verá usted en qué equidistancia de lo abstracto y lo viviente consigo mantenerme, y qué lenguaje tan agudamente adecuado utilizo".
Este texto apareció en El Mundo. Se reproduce con autorización del autor.