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Crítica

Hablando con los muertos

La escritura como un test de Rorschach privado: 15 años de poesía de Pedro Marqués de Armas en este libro.

La Habana

En su célebre "Oda a Julián del Casal", Lezama Lima habla de las iniciales de un muerto, las iniciales de un fantasma inscritas "en el mojado escudo de cobre de la noche,/ que comprobaban al tacto/ la trigueñita de los doce años/ y el padre enloquecido colgado de un árbol".

En un poema de Pedro Marqués de Armas titulado "Crónica", que de hecho es una crónica roja sobre empalados, degollados, ahogados, trucidados, asesinos, en fin, "gente en aprieto", "gente a la sombra", leemos:

 

el amante de la Bompart

apresado en el Hotel Roma

a 30 yardas de la Iglesia de Cristo

el que gritó —ante la trigueñita de los doce años

y el padre enloquecido colgado de un gancho—

ansias de aniquilarme siento el que soportó

el giro del tórculo no a las legionelas

 

La sustitución de árbol por gancho no es un dato menor. Se abre un mundo ahí. Si en lugar del árbol el padre se cuelga de un gancho, el par locura-suicidio adquiere de pronto una dimensión industrial. Colindante con el tórculo, que puede estampar el cobre del escudo, la aniquilación pasa de ansia casaliana a encarnarse en una multitud torturada y anónima. (La trigueñita, para mí sigue siendo como esas figuras que aparecen de noche, lívidas, en los espejos de las películas de terror asiáticas.)

"Crónica" está justo al inicio de Óbitos; es un texto excelente que encaja como un tornillo con el título de este esperado volumen —y con el tono, como de autopsia republicana, de sus páginas— que recoge poemas de Pedro Marqués de Armas escritos en los últimos tres lustros.

Más adelante está "Crónica de Chicago", donde se interpela a Martí (o creo yo que es Martí). Dice un fragmento:

 

…también tú llamaste al orden y dijiste la forma que tendría la República sin tales especímenes (lobos eslavos, ratas nórdicas, en fin, "toda esa espuma de Europa"), metódicos sin embargo en el arte de construir bombas pequeñas y graciosas como peras y en el hábito de romperle los nudillos a la industria.

 

Recordar, aunque no haga falta recordar nada, que el autor viene de un lugar llamado Diáspora(s). Grupo, revista-samizdat, avanzadilla retórica —metódica en el arte de redactar bombas— de los 90, Diáspora(s) es todavía muchas cosas, entre ellas una animalia: esos lobos eslavos y ratas nórdicas, proyectados aquí —¿y cuándo no?— contra un fondo de xenofobia y nacionalismo autoritario, represor, son parientes de los cerdos chinos y los pájaros y las alimañas de diversa índole que pueblan este y otros libros, no solo poemarios.

"Nuestro zoo intensivo", así lo llamó Marqués de Armas al inicio de Cabezas (Unión, La Habana, 2002; Premio Julián del Casal), volumen que recoge su obra de la década anterior. Pero la palabra zoo, más que de un reino específico —Cabezas era un volumen intensamente vegetal— habla de una mirada taxonómica y, sobre todo, del movimiento que esta produce. Dos de los mejores poemas de Óbitos —lo que ya es mucho decir, porque casi todos son buenos— están dedicados a un taxonomista.

Nacido en Marburgo en 1810, Johannes Christoph Gundlanch se aplatanó en el Caribe. Vino a hacer colecciones y terminó fundando él solo toda la ornitología, la herpetología y la entomología cubanas. Marqués de Armas lo ve, "jolongo a cuestas", caminando por lomas y valles de la Isla. En el poema titulado "Gundlach", escribe: "Lezama no entendió Viñales. Desde cierta perspectiva de mulo erraba el tiro. El alemán, en cambio, 'todo método'".

Uno de los textos de Cabezas empezaba así: "Leer a Büchner en aquellas condiciones era errar el tiro. Caminar, eso sí. Andar mucho y de cabeza". Hay algo ahí con lo alemán —o, más en sintonía, con lo prusiano— puesto en relación con la puntería. Y con la marcha: "No hay otra eficacia que la de las piernas", leemos en otro texto del mismo libro.

De vuelta a Óbitos:

 

Para nosotros, la poesía fue un ejercicio.

Para ustedes, tal vez un don.

Nosotros la hicimos con las piernas… 

 

Donde Lezama es, digamos, el jolongo inmóvil, aparece una vez más la cuestión del método: no es solo andar por el campo, sino andar de cabeza. Campos, cabezas —y molinillos-organillos—: notas que se pulsaban repetidamente en el anterior poemario de Marqués de Armas. La nervadura del paisaje, con sus ingenios y cafetales en ruinas —otra clave, una que conecta ambos libros: los secaderos—, era naturaleza neural: "Estos campos son un córtex cerebro". Y el cerebro, según leemos en otra parte de Óbitos, viene a ser "epítome de un músculo", del mismo modo que todo el campo es "un campo de horror" que crece "hasta el confín".

Eso es caminar.

En el siguiente poema sobre Gundlach, titulado "Variación", tenemos al alemán sumergiéndose en:

 

...aguazales cenagosos

que nunca tuvieron nombres

y donde no habían setos ni zorzales

 

ni nada para marcar la tierra

como no fueran "pasos cada vez más cortos"

según apuntó en su cuaderno de notas

antes de extinguirse tan rara especie

 

¿Cuál es la rara especie? ¿El naturalista prusiano? ¿O ese cuaderno donde el naturalista escribe, con prusiana precisión, "pasos cada vez más cortos", apunte que dibuja el modo en que marcan muchos versos de Óbitos? Las dos cosas a la vez, me digo. Forman parte de la misma máquina. (Digo máquina pero imagino algo más bien informe, que siempre se escurre, una espuma extranjera como la que repeliera el Martí de "Crónica de Chicago", regándose por estas páginas.)

Páginas donde Marqués de Armas colecta sus variados especímenes: barberos conceptuales, chamanes abstractos, chinos malandrines; jenízaros, carboneros, doctores que saben de leyes y de yeguas; enanas, coristas, ancianos de mandíbulas giratorias, niños irremediablemente polacos; radioescuchas, policías, oficiales de medio pelo, ingenieros de bigotes mussolinianos; inspectores del tramo Hannover-Bremen, "deliciosamente anticuados", que parecen figuritas de juguete...

Figuras, buena parte de ellas, que habitan en láminas antiguas, cuadros, ilustraciones, fotografías como las de Walker Evans, y que le dan al poemario un aire como de scrapbook fantasmal. Emulsiones, material de ojo clínico donde el poeta privilegia lo borroso, la imagen corrida, el agujero recortado, la mancha.

La escritura como un test de Rorschach privado. Sintaxis de pensamiento.

Junto a las dos crónicas y las variaciones Gundlanch, hay otro par de poemas que jalonan el libro. Los títulos, intercambiables, son "Catálogo" y "Relación de objetos". Se trata de eso mismo: listas, enumeraciones. El primero contiene —baqueta de Hungría, lana de carnero, diamantes de Holanda, peluca en envase de pino, leontina, quitrín, molinillo, espejo azogado, figuras bailando la polka, etc.— objetos propios de un museo; el segundo —sacarímetro de Mitcherlisch, densímetro de Gay Lussac, frasco de Mariotte, fuente de Heron, termómetro de Breguet, sifón de Porta, botella de Leiden, anotóscopo de Plateau, etc.—, instrumental y cristalería de un laboratorio de otra época.

En la superposición de ambos conjuntos se define la mirada que impregna Óbitos.

 

también tú

en el óbito (fíjate qué

palabra) de la Historia

 

por un velo a-

somado

 

Otra de fíjate-tú: conato. Que es el título de uno de los poemas. Uno que hubiera sido interesante colocar en la contraportada del libro, a la manera del texto que busca enterar al lector de qué va la cosa. Lo que puede (y no puede) leerse tras el velo. Es breve. Dice así:

 

Estas no son palabras de la tribu. La vida que aquí llevamos es otra cosa. Más bien una diligencia, como cuando hablamos hasta tarde.

Se entra al sueño como a una mina y, ya sabes, abajo todo resuena. No es necesario un oído (al menos no uno fino), basta una sintaxis ronca.

La vida que aquí llevamos es un conato. Como cuando hablamos hasta tarde, con los muertos.

 


Pedro Marqués de Armas, Óbitos (Bokeh, Amsterdam, 2015).

Varios poemas del libro: Relación de objetosAnanké y Nociones de paternidad.

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