Quienes en una época de nuestras vidas leímos la obra de Julio Cortázar con la devoción de aprendices fascinados ante la creatividad y el ingenio, solemos creer que poco podrá aportarnos ya un nuevo libro sobre el brillante escritor argentino. Es cierto que el tiempo hace mella en casi todo lo que de jóvenes nos fascinaba. La época de Cortázar ha ido perdiendo, por así decirlo, mucho de su magia. Ha sucedido esto en la medida en que nos hemos alejado de ella o, en que nos hemos acercado a París, a Buenos Aires o, incluso, a La Habana (para quienes vivían fuera de ella). Tres ciudades que, como las tres mujeres de su vida, significan el triángulo amoroso de aquel porteño nacido por equivocación en Bruselas.
Estamos en pleno centenario del natalicio del autor de Rayuela, un pretexto ideal para nuevas publicaciones y ferias del libro que le rinden (y rendirán) enjundiosos homenajes. Aparece entonces el libro que aquí presento: Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico, cuya edición es obra de Aurora Bernárdez, su primera esposa, y de Carlos Alvarez Garriga, filólogo y estudioso de la obra cortazariana.
Lo que en apariencias pudiera parecernos, tras simple hojeada, un libro de contenido superficial, tiene, como veremos, sobrado interés. Lo primero que me salta a la vista es que puede ser leído como Rayuela, pues tratándose de un diccionario, el orden alfabético de las entradas no implica cronología alguna.
Quien, por otra parte, haya soñado con fisgonear en la memorabilia de Cortázar, o desee repasar los grandes hitos de su vida y obra, tendrá en este volumen de 313 páginas mucha tela por donde cortar. Habilidosa y oportunamente presentado siguiendo el orden alfabético de los acontecimientos, personajes, momentos o situaciones de su vida, el álbum rescata fotografías, cartas, dedicatorias, portadas, anotaciones, galeradas, tarjetas, objetos y documentos personales, entre muchas otras curiosidades relacionadas con el inventor de los célebres cronopios.
Sabido es que Cortázar hurgó en su pasado para reinventar una Argentina a su medida mediante una obra que escribió, desde 1951 y hasta su muerte, esencialmente en París. Hay tanto de la capital francesa, de sus claves culturales, de Francia en general, que cuesta trabajo apartar ese cliché que pretende que no hay Buenos Aires sin París, ni argentino que no viva pensando en el Sena.
París significa 33 años en la vida de Cortázar. "Caminar por París —y por eso califico a París como una 'ciudad mística'— significa avanzar hacia mí", afirmó en una entrevista filmada que menciona el volumen. Aquí llega en 1951 y se instala en la habitación 40 de la Casa Argentina, en la Cité Universitaire. Aquí se casa en 1953, en la alcaldía del distrito XIII, con Aurora, y ese mismo día celebran la boda en un restaurante chino de la calle Monsieur le Prince. Sobreviven ambos traduciendos textos indigestos para la UNESCO (los llama "bodrios" y de su contenido absurdo se queja en una carta de 1954 a Damián Bayón).
Escribe (poco) directamente en francés y lo hace, como advierte, para bibliófilos dispuestos a pagar fortunas por esos libros de colección (Les discours du Pince-Gueule, con litografías de Julio Silva, así como On déplore la, con maderas originales grabadas por el pintor cubano Guido Llinás, en 1966, para la ediciones Bruñidor). En la Ciudad Luz busca las sombras del Conde de Lautréamont y se obsesiona con fundirse en su escritura sin que el lector llegue a descubrir que el autor de Los cantos de Maldoror se esconde detrás de su propia voz. Y para Cronopios y famas (1968) pide a Pierre Alechinsky que dé vida con su trazo a esos famosos personajes.
Vemos fotos de Cortázar frente a los bouquinistes del Sena hojeando libros viejos. Hay un prólogo luminoso para el libro de fotografías de Alecio de Andrade París: ritmos de una ciudad (1981). Aparecen imágenes de los pisos donde dice fue feliz (el de la Place du Général Beuret, en el distrito XV, y su último domicilio en la calle Martel, en el X). Encontramos también croquis, cartas y recuerdos del viaje descabellado entre París a Marsella emprendido en 1981, a bordo de una "combi" Volkswagen, junto a Carol Dunlop (su última esposa fallecida antes que él). De allí saldrá la materia prima del libro Los autonautas de la Cosmopista. Hay de París mucho más, incluso los recortes de periódico que cuentan el día de su naturalización francesa y el trámite del ministro de Cultura Jack Lang agilizando la gestión después de 30 años de vida en Francia.
Cuba, camino de Damasco
Pero a partir de 1961 aparece lo que luego, en una entrevista dada a la escritora Rosa Montero, llamará su "camino de Damasco". Se refiere a Cuba, país al que llega por primera vez en esa fecha. Allí conoce al "inmenso cronopio", a José Lezama Lima, a quien quiere y admira al punto de considerar su novela Paradiso como "el descubrimiento de una poesía capaz de abarcar no solo el esplendor del verbo sino la totalidad de la vida desde la más ínfima brizna hasta la inmensidad". Una larga carta inédita de Lezama revela su intenso intercambio de ideas.
El libro reproduce un caballito de metal y una tortuguita de jade, regalos de Lezama que Cortázar conservaba en París. Quienes saben de los denuedos del autor de Paradiso para, contra vientos y mareas, continuar su obra en medio de la hostilidad de los funcionarios de la cultura oficial, reconocerán en esas figuritas el gesto triste de un hombre de infinita cultura debatiéndose en el kafkiano mundo de las consignas revolucionarias. No es difícil imaginar que al regalar esas tiernas figuritas les puso alas imaginarias para que volaran a donde a él no lo dejaban ir. No debe ser entonces fortuita —como no es fortuito nada en Lezama— la elección de dichos animales.
Cuba se cuela irremediablemente, más que en la obra, en la existencia misma cortazariana. A veces aparece de forma inesperada, como cuenta que le ha sucedido con ese lienzo de una mujer pintada que le regala en 1963 el pintor René Portocarrero. La fémina se convierte en la Delia de Circe y viceversa. A esas alturas, Cortázar cree en una simbiosis total y no sabe qué mujer tomó las características de la otra.
Hay fotos de Cortázar fumando un último habano antes de abandonar la Isla. Se le ve acompañado en otra por el escritor Manuel Pereira durante el jurado al premio Casa de las Américas en 1980. En una carta a Roberto Fernández Retamar comparte emociones por la salida de Rayuela. Una tarjeta postal enviada desde un hotel de la Isla y fechada en enero de 1983 (un año antes de su muerte) cuenta a dos amigos que ha trabajado mucho en Cuba, país "que está en un gran momento", antes de seguir rumbo a Managua.
No es este un libro que deje las vergüenzas ni las intimidades de Cortázar al aire. Se adivina la prudencia en la selección de materiales porque no hay nada que nos haga cambiar de opinión sobre todo lo que sabemos del prolífico cuentista.
Se dice, sin embargo, que Cuba fue el detonante para que todo empezase a ir mal entre Cortázar y Aurora. La sociedad que al escritor le pareció admirable produjo el efecto contrario en su primera esposa. De aquel primer viaje Vargas Llosa se ha declarado recientemente culpable, lo hizo al rememorar en un encuentro con Bernárdez en El Escorial por los 50 años de Rayuela que fue él quien animó a Cortázar a darse una vuelta por La Habana. En ese entonces no tenía el argentino una línea ideológica definida, a excepción de un antiperonismo por razones más bien estéticas. El viaje a Cuba sentó entonces las bases para que de apático se convirtiera en ferviente defensor del orden establecido por la revolución cubana.
Tras aquel primer viaje Aurora se prometió no volver a poner nunca más sus pies en la Isla. Cortázar, en cambio, no faltó nunca a una cita en la Casa de las Américas. Dos años antes del divorcio, Cortázar conoce en La Habana a la que será su segunda esposa, la lituana Ugné Karvelis. Y si bien en su obra no reflejó nunca sus posiciones políticas, su presencia en los círculos de la cultura cubana oficial y sus entusiastas cartas a amigos (como a los Jonquières, publicadas también por Alfaguara en 2010) denotan lo muy a gusto que se encontraba entre los revolucionarios.
Editora, albacea y heredera testamentaria de toda la obra de quien fue su esposo, Bernárdez va sacando a cuentagotas el material inédito que conserva. Publicó anteriormente (también en Alfaguara) Papeles inesperados, con la misma intención de recuperar retazos de una vida.
Algo ha quedado más o menos claro: La Habana no es para ella un sitio de felices recuerdos. A pesar de ello, no traiciona la memoria del autor. Cortázar de la A a la Z … exhibe en su portada a Cortázar en la capital cubana en 1967. Allí aparece captado por el lente del originalísimo fotógrafo de escritores "Chinolope". Está sentado en uno de los tramos del mítico malecón habanero, y con su metro noventitrés de estatura lo empequeñece haciendo que parezca un murito de poca monta. Un muchacho pasa correteando justo a sus espaldas. Y es como si todos los sueños de Cortázar, los de la niñez y los de su adolescencia, hubieran terminado en La Habana, como si hubiesen germinado o muerto definitivamente en esa ciudad de la discordia.
Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico (edición de Aurora Bernárdez y Carles Alvarez Garriga, Alfaguara, Madrid, 2013).